El atributo de la inocencia

'Los santos inocentes' es una novela emblemática que representa como pocas a la España árida de los años sesenta, cuando las esperanzas de una alternativa al franquismo se veían aún lejanas, y el sistema se prolongaba en la desigualdad y en la miseria rural, que es uno de los contrastes maestros pintados en este lienzo sombrío, la novela de Delibes que yo prefiero entre todas. Es una novela construida con la argamasa de la realidad, que asciende hacia una parábola que podría parecer maniquea, los buenos literalmente abajo, los malos literalmente arriba, pero no lo es. La sabiduría de Delibes para darle hondura al drama ha sido escoger a un idiota como personaje oprimido y a la vez justiciero, y eso la lleva hacia donde él quiere, el territorio de la inocencia, que es donde las emociones de quien escribe y de quien lee, se resguardan de cualquier contaminación.

Y la graja, la milana bonita del idiota, nos hace quedar suspendidos dentro de esa atmósfera donde la venganza existe no como acto de maldad, sino como instrumento ciego de los simples. Se cumple como un acto de inocencia.

Y no dejo de recordar 'La gallina degollada', el cuento de Horacio Quiroga, hecho con argamasa parecida a la de 'Los santos Inocentes', y yendo aún más allá, o 'Idiotas primero', de Bernard Malamud; o, en fin, 'El corazón es un cazador solitario', la novela de Carson McCullers, que va a dar desde la inocencia al territorio de la locura. La gran literatura tiene esta clase de parentescos. Y 'Los santos inocentes' seguirá siendo para mí una novela imprescindible.