Antropología social y cultural
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Jaime Siles: «La obra de Delibes es la de un maestro, que domina la técnica y los recursos de la novela y que en cada empeño se exige un nuevo paso y un reto y desafío más»Jaime Siles
Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:46
A diferencia del fragmento que solo puede proporcionar la intensidad –cuando la tiene– del detalle, el gran arte nos pone en comunicación con la totalidad. De ahí que lo que en nosotros genera sea una especie de panóptica que contiene y refleja a la vez un sentido y su complejidad.
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La obra de Delibes es la de un maestro, que domina la técnica y los recursos de la novela y que en cada empeño se exige un nuevo paso y un reto y desafío más. Esto es algo que saben bien todos sus lectores y que la crítica ha analizado con minuciosidad. Sin embargo, aun reconociendo el alto valor de todas ellas, debo decir que no son sus novelas lo que más admiro de su obra, sino sus 'Viejas historias de Castilla la Vieja', desde que en 1968 las leí. Por qué es algo que me he preguntado muchas veces sin haber llegado a ninguna inamovible sino siempre cambiante conclusión. Creo que, al principio, lo que me imantó de ellas fue la situación que objetivaba –la del estudiante a punto de partir– y con la que entonces me podía fácilmente identificar. Luego fue la riqueza y precisión de su vocabulario, que constituía no tanto –o no solo– un léxico del campo, desconocido por completo para mí, como un sistema referencial de una realidad social y geográfica muy concreta. Después fue el sentimiento lírico –y casi azoriniano– del tiempo. Y, más tarde –y esto es, junto con la alta calidad de su prosa, lo que más me sigue interesando hoy– que, más que un libro de relatos y sin dejar en un solo momento de serlo, 'Viejas historias de Castilla la Vieja' es una antropología cultural que analiza y explica el ser de pueblo, el modo en que visten –mejor será decir vestían– las mujeres y hombres («Allá en mi pueblo, los hombres visten traje de pana rayada y las mujeres sayas negras, largas hasta los pies») y su singular modo de expresarse y hablar.
«Debo decir que no son sus novelas lo que más admiro de su obra, sino sus 'Viejas historias de Castilla la Vieja', desde que en 1968 las leí»
Jaime Siles
Así se explicita en el primer capítulo, 'El pueblo en la cara', como en el segundo se subraya la sensación de permanencia de un modo de vida no distinto sino contrario al de la ciudad («Después de todo, el pueblo permanece y algo queda de uno agarrado a los cuetos, los chopos y los rastrojos. En las ciudades, no; y la carne y los huesos de uno se hacen tierra, y si los trigos y las cebadas, los cuervos y las urracas medran y se reproducen es porque uno les dio su sangre y su calor y nada más»). El paso de la 'Gemeinschaft' (la comunidad rural) a la 'Gesellschaft' (la sociedad urbana), cuyas consecuencias describieron y estudiaron Tönnies y Simmel, y cuya disfunción en el sistema de relaciones humanas fue poetizada por Eliot, Alberti y Lorca, tiene un claro correlato aquí.
La mirada retrospectiva que, al llegar al atajo de la Viuda, hace el protagonista cuando Aniano el Cosario lo lleva en su carro hacia el punto en que lo espera Orestes, es mucho más que una detallada descripción: es una pieza lírica, como lo es 'Viejas historias de Castilla la Vieja', el texto en que Miguel Delibes más se aproxima a la poesía y a la temperatura de lenguaje que esta suele tener.
La llegada de la electricidad, contrastada con la regularidad del ciclo de las estaciones, el vuelo y el nido del autillo, la irrupción de los abejarucos y la teoría de la tía Bibiana forman la estructura circular y correlativa del capítulo tres, como la visión del páramo constituye la médula del capítulo cuatro («El páramo es una inmensidad desolada, y el día que en el cielo hay nubes, la tierra parece el cielo y el cielo la tierra, tan desamueblado e inhóspito es»), a lo que añade esta consideración personal del protagonista, que da entrada a la percepción temporal también: «Cuando yo era chaval, el páramo no tenía ni principio ni fin, ni había hitos en él ni jalones de referencia. Era una cosa tan ardua y abierta que sólo de mirarle se fatigaban los ojos»). Lo que no oculta la crítica a la repoblación forestal: «Al parecer, cuando la guerra, los hombres de la ciudad, dijeron que había que repoblar, que si en Castilla no llovía era por falta de árboles, y que si los trigos no medraban era por falta de lluvia y todos, chicos y grandes, se pusieron, a la tarea, pero, pese a sus esfuerzos, el sol de agosto calcinaba los brotes y, al cabo de los años, apenas arraigaron allí media docena de pinabetes y tres cipreses». Y en el mismo capítulo hay, casi en el final, un apunte sobre los movimientos como de ballet de los hombres del campo, en los que advierte «un ritmo casi artístico y una eficacia palmaria».
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«Miguel Delibes se muestra aquí como un antropólogo social y cultural de la realidad de Castilla la Vieja, como Homero y los trágicos griegos lo fueron de la de Grecia»
Jaime Siles
En el quinto encontramos un profundo saber sobre la siembra del trigo y un no menos profundo conocimiento de la justicia rural en el episodio del Silos y el Antonio. La sintaxis más azoriniana se deja ver en el sexto: «Fuenteoba ofrece dos particularidades: los chopos están flacos como esqueletos y sobre el pueblo hay un teso que no es redondo, sino arisco y con la cresta erguida como si fuera un teso macho, un teso de pelea. A ese teso, que está siempre de vigilia sobre la aldea medio escondida entre los chopos y la tierra, le dicen allí la Toba». Una mitología agrícola puede verse en «La Sisinia, mártir de la pureza» y la interpretación del color de las flores que hace don Justo del Espíritu Santo en el capítulo ocho y en la de los vencejos del capítulo nueve con la descarga del rayo que mata una mala y al que se vuelve a aludir en el capítulo once, o la historia del matacán que informa el doce.
El símil del mar con su objetivación en él de la tierra constituye la médula del trece: «Bien mirado, la vista desde allí es como el mar, un mar gris y violáceo en invierno, un mar verde en primavera, un mar amarillo en verano y un mar ocre en otoño, pero siempre un mar. Y de ese mar, mal que bien, comíamos todos en mi pueblo». Y no deja de ser curiosa la coincidencia aquí de «lo que haya de venir vendrá del cielo», con el tal vez más conocido verso de Claudio Rodríguez: «Siempre la claridad viene del cielo». El juicio de los grajos en el catorce no es ajeno a los de tantos otros juicios de animales transmitidos por la Tradición Clásica. Tan perfecto como patético es el relato que el tío Remigio hace de su vocación religiosa en el quince, y esperanzado y con fe en el progreso es el dieciséis, como emotivo es el diecisiete, en el que el influjo de uno de los mejores relatos de Unamuno resulta muy patente.
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«La literatura no es un invento burgués para matar el tiempo y distraer las horas, sino un sismógrafo y una radiografía de la realidad. Miguel Delibes, desde luego, lo fue, y en profundidad, de la de Castilla»
Jaime Siles
Miguel Delibes se muestra aquí como un antropólogo social y cultural de la realidad de Castilla la Vieja, como Homero y los trágicos griegos lo fueron de la de Grecia. Indico esto porque la literatura no es un invento burgués para matar el tiempo y distraer las horas, sino un sismógrafo y una radiografía de la realidad. Miguel Delibes, desde luego, lo fue, y en profundidad, de la de Castilla, de su tiempo y la suya.
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