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Alfombra de hojas. Tramos de barandilla ayudan a recorrer el camino en la ladera del río, de la que surgen fuentes. Óscar Costa

Rutas: la pesca del buey en Cuéllar

La senda de los pescadores se abre serpenteante a través de la ribera del río Cega, en el llamado mar de pinares, para crear un espectáculo de vegetación y manantiales

Jaime Rojas

Valladolid

Viernes, 22 de noviembre 2019, 13:02

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Imaginen una alfombra con millones de hojas, mojadas y deslizantes en otoño, extendida en la serpenteante ribera de un río. Y que ese camino se llame La senda de los pescadores; y ese río, el Cega, esté incrustado en medio de una de las mayores formaciones de pinar en España, que se conoce como Mar de pinares. Y que se ubique en la segoviana Cuéllar, en plena meseta, donde la pesca y el mar son ensoñaciones de verano en la costa de la península.

Son vocablos marineros para la tierra de pinares, para sus pinos y su río que vierte en el padre Duero. La senda evoca el mar y la miga, la tierra; aquella el pescado y esta la carne. Porque cuando uno concluye el recorrido por una senda de pescadores y busca reponer fuerzas, el rey es el buey, cuya apreciada – por sabor, pero también, por escasez– carne puede tomarse en la misma villa cuellarana o una treintena de kilómetros hacia el sur, en Carbonero el Mayor. En ambas localidades, dos ganaderías pueden marcar el itinerario de una ruta del buey, después de atravesar un mar, aunque sea de pinares, y andar por una senda de pescadores. Es la pesca del buey en Cuéllar.

Pero volvamos a la senda, que la miga viene después, que, salvo que seas Sancho, no es recomendable caminar con la panza llena.

El acceso es sencillo y un cartel lo indica en la salida 57 de la autovía A-601, precisamente denominada de Tierra de Pinares. Unos escalones desde el viejo puente y abajo comienza el tramo 1 de la senda; un kilómetro y pasas al número 2 sin solución de continuidad. Y así hasta el 3 y 4 , para después de casi cuatro kilómetros ascender unos metros y pasar de la ribera al pinar. Ahora serán algo menos de tres kilómetros y medio entre pinos resineros para volver al punto inicial tras un paseo circular de poco más de siete kilómetros.

Senda de los Pescadores. Óscar Costa

Niños aguerridos

Al novato le sorprende una ruta así, en medio de los pinares, pero cuentan que a los niños de Cuéllar, aguerridos herederos de los conquistadores que salieron de la villa, no les inquieta; familiares y profesores les enseñan la senda, que es excursión tradicional en los colegios más o menos cuando los chavales se quedan sin dedos en las manos para contar su edad.

Pero los llevan cuando procede, que para eso son nativos del lugar y conocen el mejor momento para recorrer la senda. Óscar, el fotógrafo, y yo elegimos un momento más bien regular: el otoño lluvioso, aunque salió una mañana de sol que se colaba en el camino por la ladera sombría. Aún así, las hojas y los escalones de madera para evitar los desniveles resbalaban. Arriesgamos y mereció la pena, porque un poquito de adrenalina siempre viene bien; estoy convencido de que los niños cuellaranos nos hubieran quitado la idea de estas cabezas confundidas que creen sostener un cuerpo juvenil.

Salimos ilesos y con la sensación de haber recorrido un camino que nunca hubiéramos imaginado. Las temperaturas extremas de la zona –Cuéllar es muchas veces noticia por su termómetro bajo cero y en verano es muy seco– no invitan a pensar en un vergel, pero la diversidad de plantas que dependen del agua del subsuelo convencen de lo contrario. La humedad y la sombra ayudan a esta riqueza de vegetación, con zarzas, helechos y la hiedra trepando por los árboles para indicarnos donde está el norte, al que mira la ladera.

Manantiales, pequeños arroyos y una espectacular fuente natural saludan nuestro paso y nos ayudan a comprender la singularidad de la ruta en medio de los pinares.

En momento alguno perdemos de vista el suelo, ni desdeñamos los pasamanos de madera para atravesar los desniveles con precaución. Un tropezón, otro; un resbalón y otro, pero ¡vualá! nos atenemos a la máxima de que el periodista no ha de ser noticia y salimos sin rasguños hacia el pinar, no sin despedirnos de las truchas que antes se pescaban con muerte y que ahora viven tranquilas; el agua fría también ayuda a que permanezcan quietas en esta época del año.

Metros arriba de la ladera, nos esperan miles de pinos resineros y un camino amplio, en una postal más acorde con esta comarca. En el camino de vuelta también miramos el suelo, pero por si algún nícalo aún no ha sido descubierto. Y como nos temíamos, nada de nada, que la gente de la zona lleva un buscasetas con instinto dentro.

Escalones hacia el pinar desde la ribera. Óscar Costa

Toros

Ya hemos llegado al punto de partida, el viejo puente junto al que están los corrales desde los que se sueltan los toros en los encierros de Cuéllar, que ostentan el título de los más antiguos de España. Allí imaginamos la salida –bueno, yo no, porque la he vivido en un par de ocasiones– del ganado y nos congratulamos de que la manada vaya hacia el pueblo y no a la senda; no quiero ni imaginar los resbalones con tanta hoja suelta.

Eso de los toros me recuerda la miga de la senda, que son sus hermanos los bueyes. Su carne, difícil de encontrar, se ha abierto un hueco gastronómico en ese sorprendente mar de pinares. Más apreciados y escasos que sus homónimos de mar, mueren vestidos de humildad y olor de cuadra, que escribió Miguel Hernández, que nunca hubiera imaginado que en Cuéllar había pesca de bueyes.

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