El buen gusto de los deportistas de élite
Degusta ·
Al piragüista David Llorente, amante de la comida asiática, le gustan unos buenos judiones y al maratoniano Javi Guerra, experto en cremas de verduras, le pierde el dulceDavid Llorente y Javi Guerra son dos ejemplos diametralmente opuestos de las exigencias del deporte de élite. El primero, flamante subcampeón del mundo el mes pasado en piragüismo en aguas bravas –en la modalidad de K-1 Slalom– vive una rutina de adrenalina máxima para superar un canal llevo de trampas en apenas minuto y medio. Su cuerpo debe estar a las máximas revoluciones y su mente debe saber canalizar positivamente ese impulso. Su capacidad de transmisión en la piragua le convierte en un bólido a toda mecha. Mientras, Guerra representa el cuidado engranaje de un maratoniano, alguien que debe llevar su cuerpo al sufrimiento constante durante más de dos horas. Uno es la potencia personificada; otro es el fondo llevado al extremo, siempre pendiente de ese ruido aparentemente irrelevante que detecte cualquier fallo en el motor.
Los dos grandes embajadores del deporte segoviano aspiran a ser olímpicos el próximo verano en los Juegos de Tokio, pero ninguno lo sabrá en un plazo inmediato. La cita olímpica representa el culmen del calendario de sus disciplinas en un ciclo de cuatro años. Detrás, hay un mimado cuadrante de comidas en un sector en el que la nutrición es un factor clave para llegar en condiciones al día D y a la hora H. Con todo, en sus rutinas saludables hay margen para pecar.
La alimentación es fundamental para un atleta como Javi Guerra, con entrenamientos semanales que alcanzan los 180 kilómetros. Su dieta es variada, evitando frituras o dulces. En su menú hay mucha verdura o fruta, además de hidratos de carbono o proteínas de origen animal. «Conozco atletas que pesan cada comida. Creo que no hay que llevarlo hasta ese punto, simplemente un poco de control».
Guerra confía en un nutricionista para unas mínimas pautas. También Llorente, experto en la materia por sus estudios universitarios de nutrición: «Es una dieta normal y corriente evitando salsas pesadas en carnes. Mucha ensalada, verduras y me gusta que los hidratos de carbono no sean refinados y aporten vitaminas». Ambos coinciden en limitar los embutidos. «Comemos demasiada carne», subraya el piragüista, que consume toda su proteína a través de la dieta mediterránea y no toma suplementación. Guerra explica por qué para él es necesaria. «Es un deporte muy de impacto, destruyes tanto a nivel muscular que necesitas repararlo de alguna manera. Si no recurrimos a ello, el organismo no aguanta», afirma.
Llorente consume 2.200 calorías al día sin levantarse de la cama. Un día de entrenamiento, unas 4.000. Y uno extremo, puede superar las 6.000. «Eso el cuerpo no lo aguanta más de un día», subraya. La disciplina deja sitio para caprichos. Guerra se da un homenaje después de una maratón –unas dos o tres al año– y le seduce el dulce: tarta de queso o arroz con leche. Llorente aprovecha los escasos días que pasa en Segovia. «Me pongo unos buenos judiones o mi padre me hace solomillo a la pimienta. Prefiero comerme dos platos de judiones y saltarme el dulce». Guerra disiente sonriente: «¡A mí el dulce me pierde!».
Aún novato en los fogones, Llorente vive en una residencia de deportistas en la que no cocina. Su plan es ir los domingos con otro compañero a casa de un amigo a cocinarle. «Sobre todo recetas asiáticas, me gusta mucho esa comida». Platos llamativos como dumplings –unos trozos de masa rellenos que se cuecen– con carne o pollo al limón. Guerra escuchaba receptivo. «Habrá que acostumbrarse a la comida japonesa para Tokio». El piragüista vivió un mes en China con el equipo nacional. «Es una alimentación muy saludable y rica. Desayunas verdura y pollo como si fuese la comida. Me parece más apropiado para los niños que leche con dos cucharadas de cacao, un bollo o galletas». Hay que tener cuidado con las salsas, sobre todo en la cocina tailandesa. «Me gusta mucho el picante. Cuando estuve en las Islas Reunión nos dijeron que si lo comíamos no nos picaban los mosquitos (por el sudor) y al final nos hicimos adicto».
Guerra cocina en casa con su mujer y es un experto en cremas de calabazay calabacín. Mucha ternera a la plancha, pechuga de pavo o solomillo. «Como más carne que pescado, pero a las alturas a las que estamos, poco vamos a cambiar». También es amigo de los revueltos y tortillas con pavo, seta o champiñones. Además de la evidente pasta. Las recetas vienen de su madre. Pero tiene ayuda externa. «Tenemos la Termomix, es un dato a contar. Hay mogollón de recetas que son muy fáciles de hacer y que no te suponen ningún esfuerzo porque solo hay que seguir los pasos de la máquina», concluye.
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