Hoy más que nunca
«Cuatro mil ataúdes no son una provocación, ni un insulto, son una llamada a la memoria. Lamento profundamente que haya quien ha pensado que nuestra intención era culpabilizar a nadie»
Si ha habido un momento en nuestra historia reciente en el que necesitásemos de la cultura ese momento es hoy. Si existe un tiempo imprescindible en el que reflexionar sobre la esencia del ser humano, la necesidad de la belleza, lo imperecedero de la armonía y todo lo que supone la búsqueda continua de la verdad a través de la historia, ese tiempo es, sin duda, este momento. Nuestra ciudad, nuestro país, nuestro mundo, se enfrenta estos meses con una epidemia que ha destrozado nuestro modo de vida. Una plaga que nos ha obligado a separarnos de los nuestros, que nos ha colocado ante la necesidad de tomar decisiones dolorosas y complejas. Decisiones en las que ponemos en los platillos de la balanza cosas de tanto valor que a veces la vista se nos nubla por las lágrimas y nos impide ver hacia donde se inclina el fiel de la balanza. En estos momentos es cuando necesitamos volver los ojos hacia aquello que hace de los hombres algo más que simios. En estos momentos necesitamos volver a los libros que nos enseñaron el valor de la vida humana. Volver a 'El camino' y experimentar el dolor del Mochuelo, volver a 'Cinco horas con Mario' y sentarnos en nuestro velatorio mientras alguien narra los secretos de nuestra vida de provincias, heroica y gris, compasiva y pequeña. Una vida narrada por quien quiere redimirse de sus pecados burgueses, sus miserias, humildes y de vuelo corto, sus roídos rencores. Un momento para acompañar a Cipriano al fuego de la hoguera. Un fuego destinado a quienes eligen agarrarse a la libertad de su conciencia frente a los gritos de la muchedumbre. Una multitud que solo quiere la tranquilidad de las certezas impuestas.
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Es un tiempo para disfrutar de la armonía ocre y sencilla de nuestros campos pintados por Lomas. Unos campos infinitos y simples que proporcionan, con su inmensidad, la realidad de la medida del hombre. Un tiempo para visitar los retorcidos nudos de la Magdalena de Mena. Una mujer de madera que llora el misterio del amor más grande, ese amor que ahoga al más cálido y terrenal, el que no pudo ser. Ese es el rostro que combina esa sensación de dolor y esperanza que ha inundado muchos de nuestros hogares en estos días.
Es un tiempo para dejarse llevar por la armonía, lenta, redonda y suave del canon de Pachelbel que consigue levantarte por encima de la angustia diaria, mientras los instrumentos entran, uno tras otro, en la hipnótica melodía. Tiempo para escuchar 'El enamorado y la muerte' en boca de Joaquin Diaz y comprender lo fugaz de nuestra vida. Una vida que, como dijo Jose Velicia en sus últimos días, es similar al vuelo de un gorrión que entra por la ventana revolotea y se marcha.
«Si existe un tiempo imprescindible en el que reflexionar sobre la esencia del ser humano, la necesidad de la belleza, lo imperecedero de la armonía y todo lo que supone la búsqueda continua de la verdad a través de la historia, ese tiempo es, sin duda, este momento»
FRANCISCO IGEA
La cultura es también simbolismo. Es la imagen de dos hombres enterrados hasta las rodillas peleando a garrotazos. Hombres que simbolizan lo peor de esta España vengativa y cainita. Esa España que surge cuando somos incapaces de escucharnos el uno al otro y nos agrupamos en manadas de lobos sordos y hambrientos.
Por estas razones a veces es bueno intentar expresar con un símbolo un drama tan complejo. A veces es bueno intentar resumir en una sola imagen meses de angustia y zozobra. Una imagen que no trata de culpabilizar a nadie, trata de responsabilizar a todos. La salud pública no es solo un ejercicio de autoridad, es un ejercicio de responsabilidad colectiva. No es posible una salud pública eficiente sin el compromiso de todos. Por esta razón 4.000 ataúdes no son una provocación, ni un insulto, son una llamada a la memoria. Lamento profundamente que haya quien ha pensado que nuestra intención era culpabilizar a nadie. Hoy, mas que nunca es necesaria la cultura. Porque solo de la cultura nace la comprensión y el respeto por el otro. Porque solo si nos elevamos por encima de la pelea diaria, si somos capaces de contemplar el paisaje después de la batalla, seremos capaces de contribuir entre todos a que estas semanas que pedimos de aislamiento, distancia e higiene sean las que puedan asegurarnos que no volveremos a ver, en nuestros hospitales y nuestras calles, ese cortejo de dolor, solitario y terrible. Si alguien pudo sentirse ofendido le pido desde aquí disculpas. Si alguien pregunta si creemos que es necesaria la cultura esta es la respuesta: Hoy más que nunca.
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