María Fernanda Ampuero, escritora
«El periodismo imparcial no existe y menos para contar una pandemia»La narradora ecuatoriana publica 'Visceral', un «grito» sobre la depresión, el cuerpo, la familia, la maternidad, la soledad o la vejez
Tres décadas como periodista han sido el entrenamiento de María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976) para llegar 'Visceral' (Páginas de Espuma). La cuentista de 'Pelea de gallos' y 'Sacrificios humanos' publica este grito «autobiográfico, sin emboscarme en ningún personaje sino desde mi voz, pero la ficción siempre está ahí».
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'Visceral' es una crónica de veinte reflexiones, episodios y confesiones sobre el cuerpo, la depresión, la bulimia, la emigración, la maternidad truncada, la pandemia, la soledad y la vejez, entre otros temas. «Varios textos los había ido creando parejos a los de ficción. Recogen mis preocupaciones, mis dolores, mis pérdidas, sobre ciertos temas que me acompañan como la depresión, el estigma, las dificultades de las personas neurodivergentes. Hay otros que me pidieron. Me gusta que estén todos juntos en un libro, ahí se pueden ver todas las cosas que me han destrozado y construido a lo largo de mi vida. Creo que mucha gente se puede identificar, para eso existen las historias», explica desde Madrid, donde reside desde hace veinte años.
La adolescente en eterna dieta, la adulta que no pudo ser madre, la escritora de éxito que reprime su melancolía, la mujer de mediana edad aterrada por la soledad de la ancianas se van sucediendo en este 'Visceral'.
«No pienso en cambiar el mundo, eso no lo hizo ni Primo Levi. Sigue existiendo el fascismo y los libros de supervivientes de Auschwitz, si eso no cambió el mundo, ¿qué puedo hacer yo?», se pregunta en alta voz. «Pero sí se puede permitir a una niña como yo, que se consideraba inadecuada o que, incluso, repudiaba su cuerpo, sepa que no esta sola, que tiene permiso para ser gorda y que nadie tiene derecho a señalarla ni a hablar de su cuerpo. Que puede tener una vida no sé si feliz, pero plena y satisfactoria, tener una carrera y mirarse al espejo con benevolencia de vez en cuando».
La soledad de la vejez es otra de las cosas que le sorprendió de España. «En España es totalmente distinto a América Latina donde los viejos que no pueden vivir solos conviven con alguien de su familia. Aquí veo señoras hambrientas de contacto humano, que te hablan en el autobús, en el súper, deseosas de que alguien sepa que existen aún, de una mirada que les reconozca y les valide como personas. Me aterra ser una de esas personas». El duelo de la maternidad que no fue, del deseo de hijos, es otra cuestión tratada. «Ahí tenemos un duelito pendiente».
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Literatura honesta
La pandemia le pilló en Guayaquil y aquella durísima vivencia también la refleja. «Nunca he hecho periodismo imparcial, no existe. Elegimos dónde poner el foco y en aquella situación lo puse en la gente que no conoces y también en la que conoces. Hay una posibilidad real de que tu madre muera de ese mal, que se ha fallecido el padre de tu amiga y tu amigo tiene al hermano moribundo. Y que no se podía ir a los entierros. No me explico cómo hemos olvidado ese delirio y, aunque hubo gente que hizo dinero con aquello, solo se hable de ellos. No creo que ningún periodista, que es hijo, hermano, padre también, podía escribir desde la desafección sobre al pandemia. Todos estábamos en el horror».
Como lectora le interesa «la literatura honesta» no tanto la «cerebral, la filosófica». «Toda literatura es biográfica, más o menos enmascarada. Poe no mató a su gato ni emparedó a su mujer pero en sus libros está el alcoholismo, el delirium tremens, la paranoia de dudar sobre su cordura. En toda literatura hay biografía porque somos personas quienes escribimos lo que nos gusta y nos molesta del mundo, del sexo, de la familia. Me parece que la gente que se abre en canal cuando escribe es más honesta».
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