El paseo de Sergio del Molino por las vías de Guardo, los olmos de Las Arribes y los hojaldres de Tiedra
El escritor publica el reverso «cariñoso» de 'La España vacía', un atlas «andariego y paseante» con paradas en las nueve provincias de Castilla y León
Ponferrada es la ciudad del dólar. Guardo, la 'detroit' del Carrión. En Poza de la Sal recuerda a Félix Rodríguez de la Fuente. En Ávila, ... a Adolfo Suárez. Mira al cielo en Tiedra, al agua en Las Arribes zamoranas y a su propio pasado en Almazán. El escritor Sergio del Molino (Madrid, 1979) ha trazado en su último libro un atlas sentimental de la España vacía. «Esta es la cara B (amable, cariñosa) de aquel ensayo. Tuve claro desde el principio que quería hacer un cuaderno de viajes que me quitara la espina que tenía con 'La España vacía', un libro voluntariosamente árido, con un marcado carácter político».
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Ahora, cuenta Del Molino, le ha salido un volumen «andariego, paseante», en el que recorre –«como el viajante de comercio que va de pueblo en pueblo»– la España sin mar. Son 32 capítulos dedicados a municipios, paisajes, enclaves de otras tantas provincias. Entre ellas, las nueve de Castilla y León. «No son crónicas», advierte. «No son reportajes», matiza. «Son textos literarios, 32 invitaciones no a visitar en concreto esos sitios, sino para que cada uno descubra los suyos propios, para que camine con otra mirada». Para fijar la vista en «los personajes a los que no hace caso nadie, en los episodios históricos que no están en los libros», en esos escenarios pespunteados «por carreteras terciarias, ni siquiera secundarias».
«Este es un libro luminoso porque la España vacía está llena de historias», asegura el escritor Andrés Trapiello, quien acompañó a Del Molino en la presentación de este atlas sentimental. Reconoce Trapiello que, como lector, quedó prendado de la historia que se desencadena en Zamora, en Las Arribes, «una de las regiones más fabulosas y apartadas de Iberia», como la define Del Molino. Allí, su interés se posa en la sombra de un árbol. Un simple árbol que no es solo un árbol. Se trata de un olmo negrillo que enamoró en su día a Miguel de Unamuno, que le dedicó un relato en 1898.
Hoy, ese árbol ya no existe. La grafiosis se lo llevó por delante. «He buscado la fotografía de ese negrillo en Internet, pero no lo he encontrado. A veces, y ese es también el encanto de este libro, parece que muchas de las historias son inventadas», valora Trapiello. Yno, insiste Del Molino, todas existen. Son reales. Como que se usaron los sillares el castillo de Guardo para cimentar la vía del ferrocarril.
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Palencia, dice Del Molino, divide sus territorios como si Tolkien se hubiera encargado de bautizarlos: la montaña, los páramos, Tierra de Campos, el cerrato. Una distribución que no entiende de fronteras, más allá de los hitos que puede marcar un cerro, un río, un valle más allá del páramo.
Sin embargo, para articular el libro, se ha fijado en la división provincial. «La reivindico. Tenemos a las provincias muy abandonadas. Arrastran una fama muy asociada al caciquismo, a la falta de democracia, a la insensibilidad. Y fueron un avance. Igual funcionan mejor de lo que pensamos», asegura Del Molino, quien reclama «un cariz positivo» para el concepto de «provincianismo», lastrado por una pesada carga peyorativa.
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A cambio, no se muestra el autor tan partidario de ese movimiento que compite por elegir al pueblo más bonito de España. «Este libro es el reverso tenebroso de esa belleza banal, con presunción folclórica. La mayoría de los lugares que recorro son vocacionalmente feos. Yme gusta que lo sean». La naturalidad de lo vivido frente al escaparate fingido. Reflexiona sobre esto en su visita a Pedraza (Segovia).
«Es un pueblo realmente bonito, sin pelos ni matices posible», escribe.«Bonito del todo». Con mesones de letra gótica y riadas de domingueros. Los bautiza como pueblos Potemkin, en recuerdo del valido y amante de Catalina la Grande. A mediados del siglo XVIII, cuando la emperatriz recorría sus dominios, encargaron construir «unos pueblitos de escayola, como belenes napolitanos, que se colocaban a ambos lados del camino jugando con la perspectiva». Vistos desde lejos, eran coquetos municipios en lontananza, paraísos de postal, «pero vacíos y huecos por dentro». Del Molino lamenta que haya localidades que parecen condenadas a perder su esencia para quedarse en mero escaparate. Pero, en Pedraza, deja un resquicio a la esperanza:«Cuando los asadores cierran y la villa se queda un poco en calma, aún se puede sentir algo de verdad tras las capas de escayola Potemkin y la grasa de lechazo que se acumula domingo tras domingo».
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Castilla y León está ampliamente representada en este libro que elige lugares «clarísimamente afectados por el vaciamiento». «No ocupan el centro de la provincia ni son espacios de poder político y económico», explica. Por ejemplo, Tiedra, con los 'lisarditos', «sus famoso hojaldres», y ese centro astronómico perfecto para escudriñar el cielo. Yrecuerda que Castilla «no es ese mar de tierra que quiere el tópico», sino una curva en el curso del Duero, con «collados, alcores, mogotes y cerros que abomban la planicie por todas partes». En ese territorio hay historias y episodios, cosidos en ocasiones a su memoria personal (como ese capítulo dedicado al Almazán donde vivieron sus padres) que da lugar a este 'Atlas sentimental de la España vacía'.
'Atlas sentimental de la España vacía'. Sergio del Molino. Geoplaneta. 152 páginas. 24,95 euros.
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