El escritor madrileño Lorenzo Silva. Isamael Herrero

Lorenzo Silva, escritor: «No es descabellado encontrar ecos de los comuneros en el 15M»

El autor recrea la Guerra de las Comunidades en 'Castellano', libro que novela el episodio histórico y reflexiona sobre el presente

Viernes, 14 de mayo 2021, 07:23

Ha cambiado temporalmente a Chamorro y Bevilacqua por los capitanes comuneros y la gesta que protagonizaron hace 500 años. Lorenzo Silva (Madrid, 1966) novela en ' ... Castellano', libro publicado por Destino, aquella revolución que pudo cambiar la historia de España. Y lo hace indagando en la identidad castellana y extrayendo lecciones para el buen gobierno de nuestros días.

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–¿Qué aporta este libro a la ingente producción sobre los comuneros?

–Aunque ya cuento con que habrá quien lo discuta, para mí es una novela en la que se mezclan la Historia, el viaje, la mirada individual y una suerte de caleidoscopio de miradas ajenas. Trato de traer la historia de las Comunidades, sobre la que se ha escrito mucho, al lector común de hoy, que en general la conoce poco. Como escribió Maravall, mi texto es una tentativa de mostrar «lo que son hoy las cosas que fueron». Y al hilo de la epopeya comunera, que cuento buscando mi propio estilo para transmitirla de una forma viva, y procurando mostrar la médula del asunto y de los personajes, rastreo esa identidad castellana tan maltratada por la Historia que a mí me ha costado casi medio siglo encontrar dentro de mí mismo.

–Es curioso cómo nació en usted el entusiasmo por Castilla y por la gesta comunera: en 1981, cerca de Burgos, y luego en un viaje en coche escuchando al Nuevo Mester de Juglaría.

–Es curioso, sí, que alguien que desciende de gentes de Castilla (pido disculpas a quienes consideran que Salamanca es León, pero mis ancestros salmantinos nunca me dijeron ser otra cosa que castellanos) y que nació y ha vivido en Madrid, castellana y mesetaria, tardara tanto en percibir, casi como una epifanía a través de la música, cómo se llamaba esa impregnación que desde siempre estuvo presente en su espíritu. Es un buen indicio de la dejadez de Castilla frente a su herencia y su identidad, hacia la hiperactividad de otros.

–La estructura del libro es poco convencional, se intercalan reflexiones sobre la identidad castellana y el relato histórico.

–Como creador –y como castellano, apostillo–, me gusta la libertad y abomino del vasallaje, ya sea ante el poder político o el de las convenciones literarias. Me gusta explorar mis propios caminos, y lo que aquí quería hacer me importaba demasiado y era demasiado complejo para despacharlo con la simplificación de una narración canónica o decimonónica. No solo quería contar unos hechos, quería explorar su sentido profundo. Necesitaba un molde formal que me permitiera abordarlo todo, y sentí que en cierto modo tenía que inventarlo. Lo que, dicho sea de paso, no me desagrada en absoluto.

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–Desde la óptica de quien se ha sumergido en la abundante bibliografía sobre el tema, ¿aquello fue una revolución o una revuelta?

–Empezó como revuelta, y quizá sin demasiada planificación de futuro ni cálculo de consecuencias. Pero tras la quema de Medina, y sobre todo tras la pérdida de Tordesillas y con la Junta de Valladolid, se convirtió en algo muy semejante a una revolución, con perfiles muy modernos. Solidaridad entre ciudades, invocación del reino en su conjunto frente al monarca, respaldo transversal de las clases medias y populares, del funcionariado municipal y de la pequeña nobleza y hasta un proyecto radical de reforma constitucional —los Capítulos de Tordesillas— enviado a Carlos V como mínimo poco menos que innegociable. Y todo ello, respaldado por un ejército alzado contra el emperador a partir de las milicias urbanas. Si no es una revolución, se le parece bastante.

–Incluso extrae lecciones para hoy. Hay una frase impactante: «Nadie nace para prisionero».

–Y por cierto que la frase, aunque es mía, no sale de la nada, sino a partir de un soneto de Garcilaso, que sirvió a Carlos V, incluso resultó herido en un combate en Olías del Rey contra los comuneros, y que como tantos sufrió la ingratitud del emperador. Mala cosa es, como le advierte a Carlos de Gante uno de sus virreyes, el almirante de Castilla, creerse que tener el poder autoriza a gobernar amedrentando. Quien se siente sojuzgado experimenta antes o después la pulsión de liberarse. Y siempre hay quien se atreve a intentarlo y alguno puede dar con el talón de Aquiles del poder.

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–Habrá encontrado en el episodio de las Comunidades momentos verdaderamente épicos.

–Hay unos cuantos. Son épicas las resistencias de Segovia y de Medina. Lo es la toma de Torrelobatón, en la que Padilla, contra su costumbre, permite el desahogo de su tropa, tan necesitada de un desquite tras la pérdida de Tordesillas (otro episodio que tiene su aquel, con los curas escopeteros del obispo Acuña tumbando caballeros del emperador antes de sucumbir). Y es épica la carga de Padilla en Villalar, en inferioridad absoluta y sabiéndose ya derrotado. Pero no es menos épico el momento en que Adriano se atreve a escribirle a su señor Carlos V que va camino de perder su reino y el imperio, si su madre, la reina Juana, consiente en refrendar los decretos de la Junta comunera. O cuando el almirante, don Fadrique, le afea también por escrito que sepa degollar pero no gratificar ni perdonar.

–También se topa con personajes muy atractivos.

–Mencionados quedan unos cuantos. Desde luego Padilla o su viuda María Pacheco (otros momentazos épicos son la resistencia toledana de esta y su huida nocturna), o el aguerrido obispo Acuña, un sexagenario que recuerda el furor de Besas, el general de Justiniano que según Procopio encabezaba con setenta años los asaltos a las fortalezas persas. Pero también Adriano de Utrecht o el almirante don Fadrique, otros dos sexagenarios a cuya inteligencia política le debió ese veinteañero pésimamente aconsejado que era Carlos V no perder Castilla y con ella la piedra angular de su flamante imperio.

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–Hay quien sostiene que otro país ya hubiera explotado con fruición un episodio como el de las Comunidades: series de TV, monumentos, etc… ¿Lo comparte?

–Creo que la respuesta a la pregunta anterior responde también esta. ¿Cuánta gente sabe en la Castilla y la España de hoy de Acuña, Adriano o don Fadrique? Y son personajes mucho mejores y con mucho más peso histórico que el general Custer, protagonista de una escaramuza absurda e insignificante. Pero él tiene a Hollywood. Y por eso le conocemos a él y no a los nuestros.

–En el libro deja claro que después de Villalar, más aún tras la definitiva derrota en Toledo, llegó la ruina para Castilla. ¿Lo conecta con la España vacía, o vaciada de hoy?

–El imperio carolino supo aplastar a los vencidos. Ejecutó a los tres capitanes en el acto, degolló igualmente a los procuradores prisioneros y al resto de los dirigentes comuneros, hasta trescientos, los sentenció a muerte civil, aunque no les quitara la vida. Y su ejemplo lo siguieron al pie de la letra otros vencedores de nuestra Historia. Castilla quedó postergada y sin voz desde entonces, y también sufrió, en forma de represión y abandono, las consecuencias de otras «victorias» posteriores, que curiosamente fueron más indulgentes con otros territorios derrotados, a los que no se privó por ello de recibir atenciones y prosperar. De aquellos polvos, de 1521 en adelante, algo tiene el lodo, ya hecho costra, que sepulta buena parte de la Castilla vaciada y abandonada.

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–El libro es también una indagación en la identidad española y castellana en medio de una España asediada por ciertos particularismos identitarios.

–Yo creo en la identidad como una aventura de indagación y autoconocimiento a cargo del individuo, dentro de su jardín privado. La monserga esa de las identidades colectivas, imperativas, superiores o providenciales me parece difícil de aceptar por una mente adulta que además aspire a una visión crítica y libre del mundo que le rodea y que empieza en la acera de casa. Esa aversión al vasallaje que está en el carácter castellano desde Fernán González me parece muy inspiradora a ese respecto. Como el hecho de que Castilla produjera una lengua que ya no es sólo suya, sino universal.

–Es curioso lo manoseada que está la libertad. De aquella libertad de Padilla al uso electoral de hoy.

–Libertad es una palabra de contornos muy amplios y atractivo irresistible. No es raro que se la manosee y se intente pervertirla. Pero intuitivamente todos sabemos lo que significa, y que no consiste en seguir a ningún flautista de Hamelín. También sabemos que los que luchan de veras por ella son los que se sacrifican y pierden en el combate, como Padilla, y no quienes se suben a ella para medrar.

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–Los comuneros fueron derrotados pero su espíritu, en cierto modo, triunfó: desde los liberales del XIX hasta los autonomistas/regionalistas de la Transición. Y hay quien palpa el espíritu comunero en movimientos como el 15M y los indignados. ¿Lo comparte?

–Los liberales de 1812, Modesto Lafuente o Manuel Azaña estudiaron los textos de los comuneros y encontraron en ellos inspiración. Cualquiera que haya estudiado derecho constitucional —y yo cargo con ese lastre en mi currículum— sabe que las ideas de todos ellos llegan, por arrastre y acumulación, a la constitución vigente. Así que algo sí que sobrevivió el espíritu comunero a su derrota en el campo de batalla de Villalar. Y no me parece descabellado encontrar ecos de ese espíritu en el 15M, una reacción contra el acomodamiento de las élites gobernantes que vivían de espaldas a los problemas de la gente común, y que no por casualidad nació en las calles de Madrid, que para quien lo haya olvidado, o no lo sepa, es villa castellana y también fue comunera.

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