Juan Claudio de Ramón: «En Roma no es fácil el paseo desinteresado, siempre vas en busca de algo»
El diplomático presenta este miércoles en Oletvm 'Roma desordenada', una inmersión en la ciudad eterna
Leyó y leyó hasta «10.000 palabras por cada una escrita». Se sintió sepultado por la literatura de los grandes escritores, la síntesis del arte ... occidental que puebla sus calles y las películas que lo han homenajeado. Juan Claudio de Ramón (Madrid, 1982) sucumbió a la tentación de escribir sobre la ciudad eterna. Este miércoles a la 19:00h. presenta en Oletvm, junto a Carlos Aganzo, 'Roma desordenada' (Siruela).
–Canadá, Roma, ¿cada destino laboral, un libro? ¿se van haciendo, la vida es una reflexión que a veces se escribe?
–Por ahora sí, dos destinos, dos libros, distintos en ambiciones; uno es un libro-país y otro un libro-ciudad. Roma ya me parecía un universo tan grande que el reto de contarla es suficiente y disparatado.
–¿Coincide con Montanelli en la apreciación de que España es una versión trágica de Italia?
–Creo que no está mal tirado y que se le puede dar vuelta, Italia es una versión cómica de España. Somos dos países bastante hermanos, bien avenidos, nos entendemos por nuestra cultura latina, vitalista, artística. Nos tenemos por familiares, nos entendemos espontáneamente, de forma natural, lo que no quiere decir que seamos iguales. Los italianos son más informales para lo bueno y lo malo. Quizá el rasgo principal de los romanos sea la tolerancia. En España somos más rígidos, más protocolarios.
–¿Fue paseante, 'flâneur'?
–Sí, es un libro de paseos aunque en un capítulo explico que Walter Benjamin estudia el concepto de 'flâneur', el paseante urbano que sale de casa y a ver qué ocurre en la calle y convierte las calles en su salón. Esto, en realidad, es un concepto más propio de París, Londres o Madrid, ciudades metrópolis modernas donde la modernidad está más arraigada. En Roma no es tan fácil el paseo desinteresado, siempre estás en busca de algo, de su historia, de la belleza, del esplendor que has leído y eso te guía, te dirige y hace que los paseos no sean tan libres, aunque sí placenteros.
–¿Se ha hecho un 'hombre de gusto italiano'?
–Me gustaría poder decir que mi sensibilidad es italiana, significaría que tengo buena retina para el arte y una cierta propensión. Ser italiano presupone una aptitud para la belleza –ellos no dicen que algo es bueno sino bello–. Me parece una manera interesante de estar en el mundo.
–¿Cabe aún una Roma secreta?
–Fue uno de mis descubrimientos, junto a la Roma pública, en la que te puedes meter en iglesias a ver 'caravaggios' y asomarte a la antigüedad. Luego hay una Roma secreta que te anuncian muchos libros que no lo es tanto. Descubrir esa Roma 'secreta secreta' que no está en los libros depende de encontrar a un iniciado que te lleve, que esté en el secreto, que te franqueé la puerta de entrada, como el personaje de 'La gran belleza' que tenía las llaves de los palacios. Tuve la suerte de descubrir algo de esa Roma genuinamente secreta, esa 'Villa A' que no debo desvelar.
–¿'La gran belleza' es la película de la Roma contemporánea a pesar del paseo del Tíber que le parece inverosímil?
–Sorrentino nos provoca, él es de Nápoles. Ahí está pidiendo a los romanos que se fijen en el río. Lo cierto es que nadie pasea por allí, es un río bastante alicaído, los romanos viven de espaldas a él, no hay vida social allí. Sorrentino lo redescubre y termina la película con un travelling por los puentes. Tiene un gran talento visual, una de las mejores películas que han hecho de ciudad pero hay muchas que no le van a la zaga.
–¿Qué tiene Alberto Sordi para ser el prototipo romano?
–Era del Trastévere y encapsula bien ese fenotipo de romano bonachón, barrocamente protocolario, poco de fiar, con poso de bondad, entregado a las exigencias gastrosensuales, la motorina, los espaguetis. Es un rentista de la belleza de la ciudad, un poco pícaro, astuto. Sordi es el romano típico.
–Alberti, María Zambrano, Ramón Gaya, sigue la pista de los españoles exiliados ¿cómo es la huella española?
–La huella de España en Roma es potentísima. Es el país europeo con la huella más indeleble en la antigüedad –a través de los emperadores de origen hispano–, en el Renacimiento –con los Borgia y la hegemonía de la monarquía católica española que dejó muchas iglesias y pagó buena parte de monumentos de la ciudad– y en el siglo XX –con los exiliados célebres–. Gaya pintó muchas estampas romanas. Alberti traduce a Belli, el gran poeta local. Y luego que una de las plazas más bellas lleva el nombre de España y esas escaleras son universalmente conocidas. En Italia está la misión diplomática permanente más antigua del mundo, la española ante la Santa Sede, que cumple 400 años. También estuvimos en episodios menos edificantes como el saco de Roma (1517) en el que participaron tropas españolas y alemanas.
–«Quizá su principal encanto está en ser el único lugar donde el tiempo no es el enemigo», sostiene. ¿De ahí su eternidad?
–He sentido que el tiempo se detenía y que el pasado y el presente se tocaban. Y que el pasado se podía tocar con las manos, inscrito en la piedra. Era una emoción para mí remontarme a los orígenes de mi cultura en todas sus dimensiones, hablamos de la capital del cristianismo, desde donde se difunde, y el lugar donde se realiza el gran arte europeo–. Arte, religión e historia confluyen y las puedes tocar.
–Se ha dejado en el tintero el resto de Italia.
–Tengo muchas ganas de volver, hice muchas viajes pero Roma es Italia y, a la vez mucho, más que Italia. Cuando regresé a Madrid volvía a la capital de mi país pero dejaba la capital de mi mundo.
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