Desde el desgarrón femenino: mujeres duras que no se andan con chiquitas
«Hay una hornada de escritoras, ahora mismo en torno a los cuarenta de edad, dueñas de un lenguaje nuevo o poco frecuentado»
En los últimos años ha aparecido en Hispanoamérica una hornada de escritoras, ahora mismo en torno a los cuarenta de edad, dueñas de un lenguaje ... nuevo o poco frecuentado, de un estilo arrebatado y arrebatador, que nace de la rabia de la situación de la mujer por esos pagos. Mujeres duras, que no se andan con chiquitas y plasman la realidad circundante con una crudeza estremecedora.
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Estoy pensando, la lista podría ampliarse mucho, simplemente anoto aquellas de las que he leído algo, en las mexicanas Brenda Navarro y Fernanda Melchor, las argentinas Lucrecia Zappi y Selva Almada, la uruguaya Fernanda Trías y las que traemos hoy a este escaparate: la colombiana afincada en Buenos Aires Margarita García Robayo, la mexicana residente en New York Mayte López y la chilena Carolina Brown.
La segunda novela de Mayte López (1983), 'Sensación térmica' (Libros del Asteroide), atrapa por su áspero verismo y su lírica soterrada, fruto de la desesperación, desde su arranque, reproduzco una oración de la tercera página: «Las olas de su tierra son todo menos mansas y aquí, tan lejos de los mares oaxaqueños, la sal se usa sobre las banquetas, para que una no se resbale y se parta la madre después de una nevada como la que está cayendo en este momento».
Con la nieve como testigo perenne durante toda la historia, Lucía, sin duda trasunto de la autora, sobrevive en la Gran Manzana, varada en un departamento compartido con una buena inmigrante, cochambroso, «mugrero del East Village», un «espacio minúsculo y enratonado», a merced de los caseros polacos, atrapada en la nostalgia del rumor del mar en Puerto Escondido o la playa del Revolcadero, recreado en una aplicación del móvil que oye de continuo «con el ojo pelón» (insomne) para intentar en vano serenarse. La morriña se le pasa en cuanto tiene que volver obligada, por razones humanitarias, a su patria, al esmog del D. F. y el espanto paterno.
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Sin apenas diálogos, el doloroso argumento gira en torno al maltrato, tan arraigado en el machismo hispanoamericano allá donde se encuentre, transcurre como un monólogo interior ininterrumpido, aunque en tercera persona y a veces en estilo indirecto libre, en la cabeza de la protagonista.
Asistimos en paralelo a la relación tóxica con un profesor visitante mexicano, de 'pinche bigotito a lo Mario Bros', carismático y brillante al tiempo que castigador, de su despepitada amiga y objeto de su deseo Juliana, colombiana deseosa de encontrar amantes al modo de mentores y, en 'flashbacks' intermitentes, la de sus padres, no menos virulenta por parte de su progenitor, a menudo hasta arriba de tequila, siempre amenazador, mortificando a su madre con insultos y 'cachetadas'. La visión del amor, o sus sucedáneos, no puede ser más desencantada, su primer novio adolescente ya la hostigaba con llamadas a deshora, sufrió de niña abusos y magreos de su violento padre y de su abuelo sobón.
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De vez en cuando se adereza la historia con estribillos de rancheras e incluso irónicamente de una canción de José Luis Perales, o se incluye el cuestionario de una psicóloga proporcionada por la universidad en la que estudia, malamente, a la que llama 'loquera'.
El estilo es delicioso, plagado de mexicanismos y salpicado de 'espanglish' («díganle a ese man que fumigue, hey»), qué sabrosones los coloquialismos que lo sazonan, cómo se «contonean con sorna» las palabras, como la novelista dice que lo hacen en la pantalla de un móvil, perdón, celular. El sarcasmo, que no duda en aplicarse a lo propio, es brutal.
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Todo esto, trasladado a la dicción colombiana, puede aplicarse igualmente a la prosa apabullante, impetuosa, vehemente, de una fogosidad digamos caribeña, de Margarita García Robayo (1980). Las dos emplean curiosamente el término 'niuyorquer'. En 'El sonido de las olas', Alfaguara ha reunido tres de sus novelas cortas, según reza el subtítulo, si bien la central, 'Lo que no aprendí', es realmente una novela de extensión normal para lo que se estila hoy en día y aparece flanqueada por 'Educación sexual', que cierra el libro, en la práctica un cuento largo y 'Hasta que pase un huracán', entre el cuento extenso y la novela breve.
Las tres transcurren en Cartagena de Indias, su ciudad natal, con una incursión episódica bonaerense, por lo que seguramente tienen mucho de autoficción. Se desarrollan a un ritmo frenético, con un estilo descarnado, perturbador. Dos cronistas adelantadas de esta especie de nuevo 'boom' en femenino del que hablaba al principio, saludaron la aparición de estas novelas con merecido entusiasmo, la argentina Leila Guerriero señaló la «perfidia narrativa» de la autora y la peruana Gabriela Wiener el «escalpelo» de su voz. ç
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'El sonido de las olas'
Margarita García Robayo. Alfaguara. 288 páginas. 17,90 euros.
'Sensación térmica'
'Rudas'
Es una prosa desde luego atrevida, procaz con frecuencia, en conexión con la atracción por lo marginal, excéntrico y libidinoso de las protagonistas, adolescentes o en su primera juventud sujetas a ritos de paso, sobre todo escaramuzas sexuales, erráticas, con el mar como testigo en la narración inicial; en torno a la vida familiar con sus silencios, mentiras y recuerdos imprecisos en la novela propiamente dicha; bastante salvaje en la última narración, ya incluida al final de la recopilación 'Primera persona' (Tránsito) sobre la experiencia educativa, o lo contrario, bajo la férrea disciplina, de tormento, orientada a la castidad en un colegio del Opus, con el rebote subsiguiente de la muchachada femenina levantisca.
Con una forma expresiva más normalizada, menos destemplada, con tendencia a lo lírico, aunque también de fraseo corto e incisivo, Carolina Brown (1984) presenta a mujeres en situación límite en los cuatro cuentos de desenlace abierto que conforman 'Rudas', una manera estupenda de desembarcar en nuestra tierra, concretamente en Boecillo, de la editorial también de origen chileno Lastarria & De Mora, a la que deseamos muchos éxitos y larga vida.
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La concepción literaria de Brown es más elíptica, deja su parte de interpretación de lo que cuenta al lector, aunque por otro lado destaque su minuciosidad y fijación a la hora de abordar los pormenores de las historias, portentosas en el último de los relatos, un largo suspense sin resolver que crea una angustia creciente, como si nos ahogáramos a la vez que la protagonista, presa del mal de altura a unos cuatro mil metros, durante un intento en solitario de escalada al cerro Leonera de Los Andes, con el edema pulmonar y la hipoxia como amenazas en el penoso descenso en busca de la salvación.
Los cuatro cuentos comparten la visión sin contemplaciones de experiencias extremas (el final tremebundo del primero, la venganza junto a una isla legendaria; la intriga sobrecogedora de los dos siguientes, huidas hacia adelante, tal vez hacia ninguna parte), punteadas por analepsis de episodios decisivos que han marcado a las protagonistas y en una u otra medida las han llevado instintivamente hasta el abismo. En este sentido son tan desgarradoras como las narradas por López o García Robayo y en general por esta pléyade de escritoras hispanoamericanas que están llegando a su madurez narrativa y nos ofrecen mundos hasta ahora silenciados o simplemente caídos en el olvido, una oportunidad lectora que no deberíamos desaprovechar.
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