Ocultas y acalladas: la historia de cinco pintoras zamoranas silenciadas por la historia
La historiadora Alicia Santiago repasa la vida de cinco artistas zamoranas silenciadas. Desde una monja cuyo arte se descubrió al caerse un trozo de yeseo detrás del coro de un Monasterio, hasta la toresana Delhy Tejero.
Silenciadas por sus familias, sus homólogos y por la historia. Ocultas tras muros, firmas clandestinas o talleres donde solo firmaban las obras los hombres. La historia del arte está repleta de mujeres no reconocidas, pero muy reconocibles. Conocerlas no es solo un necesario ejercicio de culturización, sino también de justicia. Casi una obligación para recuperar su memoria y tributarles el homenaje que ameritaron.
Es lo que trata de hacer Alicia Santiago Tamame, licenciada en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), catedrática de Ciencias Sociales de Educación Secundaria y profesora de máster de Profesorado en la UAB. Hay quien pudo disfrutar de su conferencia Arte en femenino: cinco pintoras zamoranas, organizada en la Biblioteca Pública de Zamora el pasado 12 de mayo.
Quien escribe, tuvo la fortuna de escuchar una suerte de disertación personalizada, que fue un auténtico deleite, y que comenzó así: «Siempre digo que si vas por la calle preguntando por nombres de pintores, arquitectos, escultores... la gente diría Goya, Velázquez, Picasso... Si, a las mismas personas, les pides nombres de mujeres, la cosa cambia».
La historia del arte las ha silenciado, afirma sin ambages, «si ibas a un museo o cogías un libro, jamás aparecía una mujer». Y ella se ha propuesto darles voz, luz e imagen. No es fácil encontrar información sobre personas que han sido ocultadas de manera deliberada, por lo que la historiadora ha precisado inquirir en diversas fuentes y formatos para conocer su historia y ser capaz de contarla.
Eligió a cinco pintoras zamoranas: dos de la Edad Media: Ende y Teresa Díez; dos del siglo XIX: Joaquina Serrano y Nicanora Matilla y «la gran» Delhy Tejero, del XX.
Ende
En la Edad Media, inicia la experta la historia de Ende, había dos tipos de mujeres pintoras: las hijas, hermanas o mujeres de pintores, que trabajaban en sus talleres, y a veces destacaban muchísimo, pero cuando se firmaba la obra iba a nombre del dueño del taller. Eran absolutamente anónimas.
El segundo grupo lo formaban las monjas, que estaban en monasterios y conventos y, en bastantes ocasiones, eran nobles, es decir, sabían leer y escribir. De hecho, muchas de ellas acababan como abadesas. En aquel momento, subraya Santiago, la Iglesia era la mayor compradora de arte.
Ende, en el siglo X, estaba en el Monasterio de San Salvador de Tábara. «Es una de las primeras pintoras europeas y la primera española que se conoce», destaca. El principal objetivo de ese monasterio -que ya no existe- era mantener la cultura, sobre todo, creando Beatos. Y Ende ilustra el Beato más importante que hay hasta ese momento en Europa: tenía 500 folios y 114 ilustraciones. Es el Beato con más policromía y con los personajes personalizados.
«Y sabemos que es de Ende -comenta la historiadora- porque firmaba. Su rúbrica era Ende pintrix et Dei adiutrix, que significa «Ende pintora y ayudante de Dios». Actualmente, ese Beato se puede admirar en la Catedral de Gerona.
Teresa Díez
Hubo que esperar hasta 2016 (hace dos días, dicho vulgarmente) para que el Museo del Prado dedicara su primera exposición a la obra de una mujer, en concreto, a Clara Peeters.
Muchísimo antes, en el siglo XIV, otra monja de clausura zamorana, Teresa Díez, destacó en el arte de la pintura. Estaba en el Monasterio de Santa Clara de Toro, que, tras su destrucción, volvió a florecer gracias a Doña Berenguela, hija de Alfonso X el Sabio.
Nada se sabía de ella, comenta Alicia con entusiasmo, hasta que, en 1955, a una religiosa que estaba limpiando detrás del coro se le cayó un trozo de yeso y detrás aparecieron varias pinturas.
Desde Patrimonio Nacional fueron a analizar la obra, comprobaron que eran del gótico francés y las fecharon entre 1316 y 1320. Patrimonio pagó 500.000 pesetas a las clarisas por ellos y los expuso en la Catedral de San Salvador de Zamora (donde están en la actualidad).
El hecho de que estuvieran dentro del coro indica que no lo pudo hacer nadie de fuera, porque allí no entraba nadie. Pero la confirmación oficial está en la firma que la autora impregnó: Teresa Diez me fecit («Teresa Díez, me hizo»). Al lado, está su escudo, lo que indica que era una noble.





1 /
Joaquina Serrano
Alicia Santiago se cree lo que está haciendo. Está convencida de que estas mujeres merecen este reconocimiento. Y muchos más.
La historiadora salta al siglo XIX. Es un momento, recalca, «en la que algunas cosas ya han cambiado: antes las mujeres no podían asistir a clases de pintura, pero a finales del XIX ya sí las dejan entrar, aunque no pueden pintar en las clases de dibujo al natural, puesto que hay modelos desnudos. También se les permite participar en las exposiciones de bellas artes, aunque los críticos siempre las minusvaloran: dicen de ellas que son curiosas, que no son profesionales, que pintan porque se aburren en casa«.
De entonces es Joaquina Serrano, nacia en Fermoselle en fbrero de 1857. Su tía (la hermana de su madre) se casó con el famoso pintor español Joaquín Espalter (pintor de cámara de Isabel II y autor de la decoración del Paraninfo de la Universidad Complutense. Joaquina se va a aprender con él a Madrid, lo que indica que us padres la apoyaron, «eran modernos para la época», advierte Alicia Santiago.
Serrano entra en la Escuela de Artes y Oificios y en la Academia de San Fernando. Empieza a presentarse a exposiciones y, tres de sus obras, las compra el Prado. Se sabe que hay muchas mas, pero ninguna se ha encontrado.
«Era una pintora extraordinaria», manifiesta con convencimiento la experta, pero murió a los 30 años. No se sabe ni dónde, ni por qué, ni en qué lugar está enterrada. «Ahí se pierde, quizá, una de las mejores pintoras del siglo XIX», asegura.
Nicanora Matilla
Hace dos años, Alicia Santiago vio un cuadro de Nicanora Matilla, llamado 'La limosna', en el Museo de Zamora. Entonces comenzó a investigar. Sabe que en 1884, la Diputación de Zamora le dio una beca para estudiar en Madrid. Y sospecha que fue la primera mujer becada por la institución provincial.
Cada cierto tiempo, relata la historiadora, debía mandar obras a la Diputación para justificar su beca. Alicia Santiago hizo una instancia para que le dejaran verlas y la contestación fue que allí no había nada.
Lo único que pudo descubrir después, gracias a internet, es que, en 1900, en un diario de Guadalajara, había un anunció en el que Nicanora Matilla se ofrecía como pintura de dibujo para señoritas y niños, y la direcció era el Hospital Militar de Gualajara. Por lo que se entiende que, o se caso con un militar o con un médico militar, dejó la pintura y se dedicaba, a ratos, a dar clases«, elucubra Santiago.
Delhy Tejero
Las loas que Alicia Santiago dedica a estas pintoras se multiplican con Delhy Tejero. «Esta es otro cantar», deja claro desde el principio. Nació en Toro y, desde pequeña, fue a recibir clases a la Fundación González-Allende. Muy joven comienza a colaborar ilustrando revistas y periódicos de Toro, pero a ella se le quedaba corto. El padre, muy protector desde que su madre falleció, era reticente a dejarla marchar a Madrid.
Finalmente, con alguna media verdad sobre lo que iba a hacer en la capital, relata la catedrática, se marchó con 21 años. Colabora con el Blanco y Negro y el ABC. Tiene una producción extraordinaria y empieza a ganar dinero, que le permite ir a ala residencia de señoritas de María Maeztu. Empieza a moverse con la intelectualidad y conoce a Lorca, Alberti y se vincula a las 'SinSombrero'.
Dio clases en la Academia de San Fernando y, con una beca, viaja a Bruselas para estudiar muralismo, de ahí iría a Florencia, Milán, Roma, Capri... En el año 36- continúa Santiago-, al acabar el curso, decide irse de vacaciones a Marruecos. Mientras está allí estalla la guerra y alarga su viaje, pero quiere volver a para el inicio del curso siguiente.
Una mujer, volviendo sola de Marruecos e intentando entrar por Portugal... La paran porque piensan que es una espía, pero, «tras someterse a un tercer grado», demuestra que es de Toro y la dejan entrar. En este municipio zamorano da clases durante un año, pero es poco para ella, así que se marcha a París, donde entra en contacto con Picasso o Mcrae.
Dos años después vuelve a España y, en el 48, participa en un concruso para crear el mural que presidirá el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Zamora, que se puede vivistar actualmente. Años después, comienza a padecer del corazón, se encierra porque no quiere que la vea nadie y fallece a los 64 años en Madrid. La enterraron en Toro.
Para la historiadora, Tejero es digna de admiración por muchos aspectos. Su faceta artística, por supuesto, pero también su posicionamiento vital: «Es una mujer libre. Nunca se casa, aunque tuvo amoríos. No ha sido ocultada, porque ella luchó por no serlo. Es digna de admiración«.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.