El Ejército ayuda a la Policía Local en un control en León, hoy, Campillo-Ical

Siete días para reaprender a vivir en medio de un caos en expansión

El estado de alarma ha desbaratado todo; hoy el Ejército controla las carreteras y los balcones son un foro social

Antonio G. Encinas

Valladolid

Sábado, 21 de marzo 2020, 22:05

El 8 de marzo, tan discutido ahora, fue el último domingo normal en España. Normal con asterisco, porque ya zumbaba el runrún del coronavirus, pero normal dentro de lo que cabe. Ese fin de semana, por centrar el tiro, se manifestaron en Castilla y León 39.000 personas por el Día de la Mujer. También acudieron 21.632 espectadores al José Zorrilla para ver el Real Valladolid-Athletic. 1.148 atletas salieron a correr por Palencia y otros 400 por los Arribes. Cinco mil espectadores aplaudieron el título del Perfumerías Avenida en Salamanca. Unas 10.000 personas visitaron el Salón del Cómic en Valladolid.

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Aquel fin de semana, Castilla y León alcanzaba los 30 positivos por COVID-19. España llegaba a 600 y se lamentaban ya 17 muertos.

El mismo día, 16 millones de italianos, todos residentes en el norte del país, quedaban recluidos en sus casas mientras al resto del territorio se le empezaban a imponer restricciones severas. Sumaban 7.375 positivos y 366 fallecidos.

Con lo que se conoce ahora de este virus, para entonces la hecatombe ya estaba puertas adentro. La incubación de la pandemia en territorio nacional solo esperaba a que los troyanos abrieran las puertas para mostrar su verdadero potencial. Y lo hizo. Cinco días más tarde, Pedro Sánchez anunció que iba a decretar un estado de alarma que tardó 24 horas en llegar y provocó que muchos inconscientes -o insolidarios, o aterrorizados- partieran rumbo al pueblo, a la costa, allá adonde pudiera vislumbrarse una cuarentena más apacible, más suave. Para cuando el decreto se hizo BOE, España registraba ya 5.753 casos confirmados y 136 fallecidos. Castilla y León, ejemplo de la España vaciada y dispersa, teóricamente beneficiada por esas características retardantes de la propagación, alcanzaba los 223 positivos y 5 muertos.

«Las plagas, en efecto, son una cosa común pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas», dice el narrador de 'La peste', de Albert Camus.

Una semana para tomar conciencia de que había que hacer algo. En algunos casos, para apresurarse a cerrar los colegios y universidades, como en Madrid. En otros, como en Castilla y León, para imponer un primer ensayo de confinamiento a un foco grave de contagio, Miranda de Ebro.

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Otra semana, la que hoy acaba, para reaprender.

Reaprender a vivir a un metro de distancia del resto, a no salir a la calle, a permanecer en casa sí o sí. No está siendo fácil. Ayer el Ejército tuvo que salir a patrullar carreteras para ayudar a la Guardia Civil y a la Policía Local. Ya había empezado por controlar las calles de ciudades como Valladolid, en un intento por rebajar el número de denuncias a aquellos que no acaban de creerse lo que pasa. El Ayuntamiento vallisoletano, como ejemplo de lo que ocurre, desgrana el número de denunciados: 57 el martes, 100 el miércoles, 123 el jueves, 84 el viernes. Y otras 27 'recetas' más para establecimientos que en teoría deberían permanecer cerrados. Ayer, 421 patrullas de la Guardia Civil de Tráfico salieron a las carreteras de la comunidad autónoma para que nadie se saltara el confinamiento o, como lo traduce la consejera de Sanidad, Verónica Casado, la «cuarentena social». Más los efectivos militares, los de la Policía Nacional y los de la Local. 2.500 vigilantes que en apenas horas interpusieron 32 denuncias a quienes pretendían poner asfalto por medio.

Reaprender que cualquiera puede ser un colectivo vulnerable. Francisco Igea endureció el tono, hace nueve días, para quejarse del modo en que se enfocaba esta enfermedad, que solo parecía «grave para los más mayores», como si los mayores fueran piezas desechables. Fueron los primeros a los que se etiquetó como vulnerables ante el coronavirus. Luego se sumaron, claro, las personas que viven en la calle. Los que padecen alguna discapacidad. Los que sufren trastorno del espectro autista. Los que tienen asma y otras patologías respiratorias. Las prostitutas. Las víctimas de violencia de género que conviven estos días 24 horas con sus agresores. Los autónomos que han echado el cierre. Los 34.722 afectados por la lluvia de Expedientes de Regulación Temporal de Empleo. Los otros 265.000 que trabajan desde casa, tratando de conciliar en muchos casos cuidados familiares y labor profesional. Los productores de lechazo y cochinillo. Los clubes deportivos. Actores, actrices, monologuistas. Comerciantes. Hosteleros. La lista de vulnerables aumenta a cada jornada que pasa y no se atisba su final ni cómo afrontarán lo que venga después.

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Reaprender a morir sin consuelo o, casi peor, a ver morir sin poder consolar, ni llorar, ni abrazar, ni despedir. La Consejería de Sanidad ha trazado un plan para humanizar lo inhumano, esa angustia última que transcurre en soledad, mientras los únicos ojos que te compadecen observan por encima de una mascarilla que impide ver los labios fruncidos de impotencia de su dueño.

Reaprender que la muerte toca a los jóvenes sanos. Que un virus puede matar a un guardia civil de 38 años, casado y con un hijo de 10, o a una enfermera de 52, Encarni, con dos sobrinos que se han quedado sin tía.

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Reaprender el valor de lo que siempre estuvo, como la Sanidad española y sus profesionales. En Castilla y León, casi mil de ellos, muchos recién jubilados, han respondido a la llamada de la Junta para que echen una mano como voluntarios. Se han unido fisioterapeutas que elaboran vídeos para hacer ejercicio en casa -colgados en la web saludcastillayleon.es-, psicólogos que atenderán a compañeros sanitarios sobrepasados por el estrés y a quienes lleven mal el aislamiento...

Reaprender a calcular. Ningún plazo vale ya. Ni los de las oposiciones, ni los de la EBAU, ni, por supuesto, el tiempo que va a durar esta reclusión forzosa. El ministro José Luis Ábalos ya dejó entrever que quince días no es nada, que ya lo cantaba el tango, y que un mesecito es más que probable. El epidemiólogo Oriol Mitjá decía a 'El Español' que los modelos matemáticos predicen de cuatro a ocho semanas de pandemia en España.

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Reaprender a valorar. Desde aquellos trabajos con poco glamour social, como reponedor de supermercado, repartidor a domicilio, cajero, empleado del servicio de Limpieza o agricultor; hasta objetos aparentemente simples, como una mascarilla quirúrgica, unos guantes o un gel de manos.

Reaprender el uso de los balcones, erigidos en foro social que respeta las distancias al mismo tiempo que las reduce, porque acompaña.

Reaprender a agradecer. A confiar. A respetar a un sector sanitario que el año pasado sufrió 521 agresiones físicas o verbales en Castilla y León. A aplaudir su labor y la de todos aquellos que durante siete días han repetido un único mensaje por el bien de todos: «Quédate en casa».

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Reaprender, en fin, a obedecer para sobrevivir.

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