El Unamuno agónico de Emilio Salcedo
«La 'Vida de Don Miguel' hace progresivamente aflorar ante los ojos del lector el perfil humano y espiritual que aboceta finalmente el retrato total de Unamuno»
AGUSTÍN GARCÍA SIMÓN
Sábado, 30 de enero 2010, 01:56
La reciente aparición de la hasta ahora última biografía de don Miguel de Unamuno ('Colette y Jean-Claude Rabaté, Miguel de Unamuno. Biografía', Madrid, Taurus, 2009), tan ponderada por la crítica como menoscabada sotto voce, permite echar una oportuna mirada hacia atrás que revise lo más destacado de la bibliografía unamuniana a lo largo de siglo XX. Aunque por razones de espacio es imposible acometer esa tarea en este artículo, centrado en el recuerdo y comentario del libro que Emilio Salcedo dedicó al rector de Salamanca, parece obligado enfatizar aquí la factura castellana -por salmantina- de algunas de las grandes obras que sobre Unamuno siguieron a la de Salcedo ('Vida de don Miguel: Unamuno en su tiempo, en su España, en su Salamanca; un hombre en lucha con su leyenda', Salamanca, Anaya, 1964). En primer lugar, la edición de las Obras completas (Madrid, Escelicer, 1966-1971), cuyas 'Introducciones', a cargo del profesor Manuel García Blanco, siguen siendo justamente elogiadas. García Blanco, alumno del propio Unamuno y uno de sus más profundos conocedores, fue de hecho una de las fuentes más importantes y determinantes de que se valió Salcedo en la realización de su obra. En segundo lugar cronológico, pero no menos importante, los tres libros que el escritor Luciano González Egido inició en 1983 con la publicación por la Universidad de Salamanca, de su Salamanca, la gran metáfora de Unamuno, al que siguió su más conocido 'Agonizar en Salamanca. Unamuno', julio-diciembre de 1936 (Madrid, Alianza Editorial, 1986); para rematar brillantemente, diez años después, con el excelente ensayo biográfico titulado escuetamente 'Miguel de Unamuno', que la Junta de Castilla y León editó en la serie 'maior' de su Colección Villalar en 1997. Junto al Epistolario inédito en dos volúmenes, impreso en 1991 por Espasa Calpe al cuidado del profesor Laureano Robles, puede afirmarse que las obras hasta aquí citadas constituyen la médula de la antología bibliográfica unamuniana del siglo XX.
Por su calidad y transcendencia, la pionera fue, desde luego, la 'Vida de don Miguel', de Emilio Salcedo. Apareció en el año del centenario del nacimiento de Unamuno (1964), impresa en Salamanca por el sello de una jovencísima editorial Anaya, que avisaba ya claramente del olfato editorial más que agudo de un también joven Germán Sánchez Ruipérez. Se abría con un prólogo esclarecedor de Pedro Laín Entralgo, que avalaba un trabajo prometedor, cuando menos, bien hecho. La segunda edición, sin embargo, tuvo que esperar a 1970. Pero el libro había producido ya un efecto insoslayable en el mundo de la cultura española, y aunque seguramente en un principio no fue tan reconocido como hubiera merecido, tal como el autor -que soñó con esta obra el Premio Nacional de Literatura- recordaría toda su vida, la biografía se fue abriendo paso por méritos propios; primero como referencia ineludible y, con el paso del tiempo, hasta nuestra actualidad misma, como verdadero clásico.
La 'Vida de don Miguel', pues, fue erigiéndose lentamente como un hito en el conocimiento de la vida y obra del vehemente y apasionado Unamuno, una de esas voces cimeras de nuestra cultura, cuya autenticidad, grandeza e independencia, resultan poco menos que incomprensibles para la actual sociedad española, tan líquida como neoanalfabeta. Pero de una manera mucho más rápida, este libro constituyó el punto de inflexión que en adelante marcaría, determinándola, la vida de su autor. Fue, en efecto, el eco de esta obra el que llevó a Emilio Salcedo a pronunciar una conferencia sobre Unamuno en la Sala de Cultura de este periódico, invitado por Miguel Delibes en noviembre de 1965. Y ése fue el encuentro que propició el 'fichaje' de Emilio Salcedo como periodista de EL NORTE DE CASTILLA, con aspiraciones a su dirección, aunque luego sólo ejerció de redactor-jefe, y hasta el final de su vida, en 1992, como simple redactor, pero ya en todo momento como uno de los personajes más cultos y valiosos de cuantos han trabajado en este periódico a lo largo del siglo pasado. Antes de su muerte, Emilio Salcedo había dejado la segunda edición corregida, con algunas adiciones, en manos de José Luis Giménez Lago, con la esperanza de una tercera edición que pusiera de nuevo en circulación un libro largo tiempo agotado y buscado afanosamente por interesados y curiosos. Esa tercera y última edición -hasta la fecha encontrable- apareció felizmente en 1998, con los añadidos e indicaciones del autor, en la editorial salmantina Anthema, como un merecido homenaje a Emilio Salcedo y a su Vida de don Miguel.
Al cabo, a primeros de este año 10 del sigloXXI, la lectura o relectura de esta obra no decepciona, en absoluto. Superada inevitablemente por la aparición y descubrimiento de nueva documentación e investigaciones múltiples, la biografía de Salcedo sobre el gran Unamuno sigue siendo una fuente clave para su conocimiento y un placer para los lectores exigentes, que buscan en las obras señeras el rigor y esclarecimiento de los hechos y sentires del biografiado, pero unidos inextricablemente a una escritura de calidad.
La prosa de Emilio Salcedo, concisa y directa, desafía con éxito al tiempo. Con un estilo periodístico que no pocas veces se convierte en granada crónica, minuciosa hasta el detalle cominero o sazonada con la sabrosa anécdota, la 'Vida de don Miguel' consigue progresivamente aflorar ante los ojos del lector el perfil humano y espiritual que aboceta finalmente el retrato total de un Unamuno que no se explica si no es con la yuxtaposición de sus distintos 'yos', los «yos complementarios» de que hablaba Antonio Machado de toda existencia anímica, de las distintas existencias de un personaje prometeico y descomunal que exige la comprensión conjunta y al unísono de sus vidas complementarias: la del espíritu agónico, con su transcendencia religiosa omnipresente, que marcará su constante «desesperación esperanzada», su lucha interior incesante hasta el paroxismo y la propia muerte; el pensador, el escritor, el poeta; el político, el intelectual, el hombre cívico obsesionado e impulsado a la acción por la injusticia y el dolor del que adolece una España humillada, envilecida y zaragatera.
El Unamuno familiar, en fin, enamorado de su mujer («mi Concha»), sacudido anímicamente y para siempre por la temprana muerte de un hijo en 1897.
Todas estas vidas complementarias van revelándose en este gran libro con un dibujo preciso, con una solvencia rigurosa y documentada, en el peor de los casos con una luz suficiente para una imprescindible iluminación.
Y de manera constante, con un escenario principal, Salamanca, cuidadosamente reconstruido en su evolución coincidente con la vida del vasco al que Castilla sedujo hasta la fascinación: «Si aludo a estas circunstancias -escribe Salcedo- es sólo con la intención de que se pueda ir viendo el Unamuno tan metido en la realidad circundante que en verdad fue. Salamanca pesaba mucho en su vida, y aunque a veces llegó a pagar un duro precio por ello, también la ciudad le dio pretexto para gran parte de su obra y cuesta trabajo concebirlos separados».
Pero si hay que hacer hincapié en alguno de los aspectos más relevantes del libro de Salcedo, seguramente haya que insistir en el Unamuno agónico, que aparece ante los ojos del lector rescatado por una dialéctica intermitente entre la angustia más íntima y oscura, con miedo a la muerte y anhelos de gloria, y la vida pública, el trabajo cotidiano, las salidas y los viajes, el regreso y la monotonía de la universidad, que le oxigenan y airean para recaer de nuevo en un ciclo sin fin.
Es decir, una lucha contra sí mismo, un enfrentamiento con su necesidad ansiosa de transcendencia terrenal, una congoja psicosomática del no saber después de la muerte, que aviva los temores propiamente corporales de hipertensión, neurastenia y aprensión convulsa de su salud entera, de pánico a la perlesía; un sobresalto cierto, patente en la lóbrega soledad que insinúa la sombra de la muerte.
Ortega no tuvo ninguna duda de la causa de la muerte de Unamuno el día 31 de diciembre de 1936. El 4 de enero de 1937 escribió en el diario 'La Nación': « estoy seguro de que ha muerto de 'mal de España'. El lector tiene perfecto derecho a creer que esto no es más que una frase. No voy a disputar con él ( ). Pero la verdad es, pese al lector, que lo dicho no es una frase, sino el enunciado de realidades pavorosamente concretas ( ) La voz de Unamuno sonaba sin parar en los ámbitos de España desde hace un cuarto de siglo. Al cesar para siempre, temo que padezca nuestro país una era de atroz silencio».
Ese 'mal de España', inexplicablemente redivivo hoy mismo, discurre explícito en las páginas de este libro elogiable de Emilio Salcedo. Y El «atroz silencio», en que nos dejaron personajes enormes como Unamuno, empieza a pesar sobre nosotros, efectivamente, apenas cerramos las hojas de los buenos libros que mantienen el eco de sus voces.
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