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CULTURA

Abocados al olvido

El Grupo Simancas, que renovó la pintura castellana, aún espera el reconocimiento de su región

PPLL

Domingo, 29 de noviembre 2009, 12:40

Un enorme pino clavado en el corazón de Simancas como un faro verde que simboliza el amor por la tierra. Hace treinta años, el pintor Gabino Gaona fijó su residencia en Simancas. Allí plantó también su semilla artística, que se unió a la de Félix Cuadrado Lomas. Luego llegaron Domingo Criado, Jorge Vidal, Jo Stempfel y Fernando Santiago, el 'pastor' del grupo (entiéndase su futuro marchante). Entre todos crearon un bosque de colores en sus paletas y en sus actitudes vitales. Una ventana abierta, a veces provocativa, siempre vitalista, al todavía tétrico ambiente en blanco y negro del tardofranquismo.

El árbol de Gaona, visible desde cientos de metros a la redonda, recuerda a aquel colectivo al que se dio en llamar, incluso contra el aire ácrata y antietiquetas (y anti muchas otras cosas) de sus integrantes, Grupo Simancas. Hoy, el pintor Manolo Sierra se ocupa no sólo de regar aquel hermoso ejemplar de pino de más de veinte metros y proteger su casa-estudio. Lucha por mantener el espíritu de aquellos artistas en la localidad, en la que sólo quedan él y el patriarca, Félix Cuadrado Lomas. Un esfuerzo que debe enfrentarse al paso del tiempo, bastantes olvidos oficiales, pleitos judiciales por el control de las herencias pictóricas y, sobre todo, la ineludible factura que hay que rendir a la 'guadaña' que, en los últimos tres años, se ha llevado a Jorge Vidal, Jo Stempfel, Domingo Criado y Gabino Gaona.

Un lugar para estar

Pero el periplo hasta convertir Simancas en un símbolo de apertura fue tan sinuoso como sus calles y no escribió allí sus primeras páginas, sino en Valladolid. A mediados de los cincuenta, una generación de mentes inquietas empezaron a confluir en la librería Relieve, ubicada junto a la Catedral. «Venía gente de todo tipo, hasta falangistas y carlistas. Lo que nos unía a todos era hablar de literatura», recuerda Pepe Rodríguez, 'Pepe Relieve', superviviente del trío de hermanos 'catedráticos' de aquel espacio, «aula de vanguardia» que impartía «licenciaturas en humanismo», como fue calificado hace 25 años por el periodista Santiago Amón, uno de sus 'alumnos' aventajados.

Pepe y su «memoria de librero» sigue al pie del cañón, cultivando el surco intelectual que sembraron sus hermanos Domingo y Pablo (Blas Pajarero). Por allí se dejarían caer, entre otros muchos, Francisco Pino, Jiménez Lozano, Justo Alejo, Francisco Plaza, Emilio Salcedo, Fernando Altés (que después dirigió EL NORTE), Corral Castanedo...

«Era el único espacio cultural amable para gente que iba a contracorriente», asegura el doctor Ramón Torío, otro de los jóvenes asiduos de la librería. Y por ella empezaron también a dejarse caer los pintores. «Teníamos allí una carpeta en la que dejábamos dibujos por sí vendíamos algo», recuerda Cuadrado Lomas. Si se sacaba algo, siempre se podía utilizar para comprarles tabaco a los que eran detenidos.

Vender algo no dejaba de ser un sueño en una ciudad que nunca había sido amable con sus artistas. En aquellos tiempos apenas se reconocía la obra de Frechilla, García-Lesmes o Capuletti (éste, en la distancia). Otros, como Francisco Sabadell, habían tirado ya los pinceles. «Lo que más les acabó uniendo fue la indigencia, porque ninguno vendía nada», comenta Torío. El deseo de «ponerle luces a una ciudad apagada y en tiempos duros», tal y como lo vivió la entonces recién llegada a la gestión de la Obra Social y Cultural de la Caja Provincial de Ahorros, María del Amor Calleja, les aglutinó. Además encontraron poco a poco cómplices.

A un recuperado Francisco Sabadell, se unieron Cuadrado Lomas o Gaona, entre otros. Su pasión por aprender y viajar hizo el resto. Junto con Fernando Santiago, que aparcó su proyección como pintor para ser el galerista de todos, recorrieron Europa para verlo todo y enamorarse de autores como Rothko, maestro del expresionismo abstracto. «Queríamos hacer las cosas con la máxima libertad y, para eso, primero había que ir fuera y ver», reflexiona hoy Santiago.

Fueron años de viajes colectivos por Portugal, norte de Europa, Italia y Francia en busca de inspiración. Y entonces les deslumbró el brillo de Saint Paul de Vence, la villa cerca de la Costa Azul en la que residieron Matisse, Chagall, Renoir o Modigliani, y escritores como André Gide o Cocteau. A Fernando Santiago se le ocurrió hacer algo parecido en Valladolid. Gabino Gaona, el escultor Pablo Prieto y él mismo lo intentaron en Urueña. «Era un pueblo abandonado, todo de tierra -rememora el galerista-. Le echamos el ojo a una casa que después fue en la que creó Joaquín Díaz su fundación. Pero la cosa no cuajó».

En aquellos primeros años setenta, Simancas no era el coqueto cogollo de casas recuperadas arracimadas en torno a su Plaza Mayor. Siempre a contracorriente, mientras el pueblo hacía las maletas y se iba a la ciudad, estos artistas se buscaron a sí mismos en el pueblo. Pero Simancas no era el espejo de Saint Paul de Vence. Ramón Torío, que buscó casa para seguir aquella corriente, recuerda el «rechazo suave de un pueblo anclado en el XIX al que llevamos costumbres del XX más europeo». El 'maestro' Cuadrado Lomas entiende que «marcábamos un sentido de la bohemia muy francés, pero allí estaba reconocido y aquí, no». Además, «tampoco ellos hicieron nada por hacerse amables a la ciudad», admite Torío.

Pero el que resiste gana. Las salidas colectivas al campo a pintar, las parrandas y meriendas consolidaron amistades y compromisos. Enrique Gavilán, crítico de EL NORTE, les llamó los nuevos 'fauves', para relacionarlos con los maestros de Saint Paul de Vence. «Nuestros pintores actuales son paisajistas de modo principal e intérpretes de un paisaje -el de Castilla- fuerte de color y radiante de luz», decía.

'Ventanas'

Arcón 7 (sus restos aún son visibles en Simancas) y Jacobo (Valladolid) fueron las primeras 'ventanas' que su marchante, Fernando Santiago, abrió para ellos. Más tarde, Gabino Gaona encontró la complicidad de María Calleja y la Obra Social de la Caja para abrir en el pueblo La Casa Vieja, que mantuvo una intensa labor de exposiciones, lectura de poemas o pequeños conciertos y presentación de libros. Todo esto apuntaló al grupo, al que se sumaron Domingo Criado y Jorge Vidal. El chileno llegó a Valladolid, tras escala en Hamburgo. «Lo recuerdo con su maletita y sus dibujos, muerto de hambre. Le pagué el primer bocadillo y la pensión», sonríe Pepe Relieve. Vidal inyectó nuevos aires y les «internacionalizó», gracias también a la llegada de su compañera, Jo Stempfel, a la que conoció en Portugal.

Pasaron los años, y todos ellos se hicieron no sólo reconocibles sino incluso imprescindibles en el paisaje cultural. Ahora, en menos de dos años (entre el 2006 y el 2007) han desaparecido Jorge Vidal, Criado, Gaona y Jo Stempfel. Y el tiempo hasta hoy transcurre entre el papeleo judicial para el reparto de herencias y la certidumbre de muchos intelectuales de que no se ha hecho justicia a los que sembraron la tierra de colores y permiten hoy una abundante cosecha de artistas. Innumerables colecciones privadas acumulan gran cantidad de obra y los tímidos intentos públicos han preferido esperar al remate judicial de sus legados.

En un almacén de las Cortes de Castilla y León, la Fundación Villalar es el depositario judicial de cientos de obras de Vidal y Stempfel. Además de la catalogación y custodia y en espera de lo que dicten los jueces, sus gestores confían en «poder hacer una retrospectiva de todo el Grupo Simancas antes de la próxima fiesta del Estatuto», explica su director-gerente, Javier Merlo. Los contactos con sus familias, ambas foráneas, permiten albergar esperanzas de que su obra permanezca en la tierra donde fue creada.

Hasta entonces, silencio oficial. Tiempo irrecuperable. «Se hará algo algún día, aunque tal vez empezamos a estar fuera del tiempo», concluye Ramón Torío.

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