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Fernando Blanco, con el mecanismo del reloj de la torre del Ayuntamiento./ FOTOGRAFÍAS DE GABRIEL VILLAMIL
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El reloj del Ayuntamiento cumple un siglo en perfecto estado gracias a Fernando Blanco y Marciano Alonso

VÍCTOR M. VELA

Domingo, 19 de abril 2009, 13:59

Hay escrita en una de las paredes de la torre más alta de la Casa Consistorial una lista con los nombres de aquellas personas que en algún momento de sus vidas han dado cuerda al reloj del Ayuntamiento, una guía centenaria que mide el tiempo, segundo a segundo, desde hace casi casi cien años. Y el doble casi es porque el aniversario tendrá lugar el próximo 30 de abril, justo un siglo después de que el Ayuntamiento diera por buenos los trabajos llevados a cabo durante los meses anteriores por el palentino Moisés Díez, maestro relojero que se hizo cargo del montaje. En esa lista de cirujanos del mecanismo perfecto, el último nombre es el de Fernando Blanco, trabajador de Relojería Salamanca, y quien se encarga hoy -los martes y los viernes- de la puesta a punto de uno de los relojes que más miradas concentra en la ciudad.

¿Desde cuándo en este trabajo? «1967», responde Blanco. Aquel fue el año en el que por primera vez subió al campanario del Ayuntamiento dispuesto a realizar las tareas de mantenimiento. Entonces el camino era mucho más fatigoso. Hoy hay ascensor hasta la tercera planta de la Casa Consistorial. De ahí se sube por una escalera de madera hasta el cuarto piso y después, 15 escalerines más estrechos hasta el mecanismo del reloj, nueve peldaños arriba hasta la sala de esferas y los últimos 11 hasta el punto más alto, donde se encuentran las campanas. «Antes esto lo hacía el novato, el último en llegar a la empresa», comenta Fernando. Fue su caso hace 42 años. «Mi padre tenía mucha amistad con los relojeros Salamanca. Trabajaba en la Renfe y como en aquellos años Correos no funcionaba muy bien, la verdad, pues mi padre se encargaba de traer y llevar piezas a Madrid». Un favor que allanó la llegada del joven Blanco a la relojería. Y desde entonces.

En ocasiones, Fernando es sustituido por Marciano Alonso, el jefe, que a sus agilísimos 89 años, se encarama escaleras arriba dispuesto a girar las manivelas del reloj. «Le damos cuerda dos veces por semana», explica Blanco, aunque el recorrido permitiría hacerlo cada ocho días. «Éste es como el de la Puerta del Sol de Madrid, pero sin la bola que baja», añade. Y además, tiene una peculiaridad, la péndula no es de hierro o plomo (lo más común), sino que se trata de vasos de mercurio, algo que no es, en absoluto, habitual. «Es de los pocos que conozco con esta peculiaridad», explica el experimentado relojero.

«Antes, además del mantenimiento del que hay en la torre, nos encargábamos de darle cuerda a todos los relojes de la Casa Consistorial». A todos. «Ahora ya no. No damos cuerda a ninguno, pero nos seguimos encargando de la puesta a punto de los dos relojes de pared que hay en Alcaldía», uno de ellos, en el despacho del regidor.

Del clásico al digital

Claro, que el trabajo ya no es lo que era. El taller contaba antes con siete u ocho oficiales «y ni siquiera teníamos tiempo para tomarnos un café». En los tiempos del usar y tirar, de los relojes casi desechables y de los mecanismos digitales, la profesión de relojero ha cambiado mucho, «aunque todavía hacemos algún reloj de pared», comenta Blanco, mientras baja las escaleras de la torre consistorial y enfila el camino de la catedral. Allí hay otro reloj que le espera.

«Son muy parecidos los dos, el del Ayuntamiento y el de la catedral. Lo que pasa es que a este último no tenemos que darle cuerda porque ya hay un mecanismo automático que se encarga de ello». Eso sí, la revisión semanal no hay quien se la quite, sobre todo para la limpieza y engrasado del engranaje. Esta mañana, por ejemplo, ha tenido que ponerlo en orden porque adelantaba un par de minutos. «En este caso, el recorrido desde la esfera madre hasta las cuatro que hay en la torre de la catedral es mayor, por lo que es más fácil que se produzca un pequeño desajuste», explica. ¿Y cuando se produce el cambio de hora? «Venimos al día siguiente, prontito». Para llegar hasta la máquina que hay en la catedral (protegida por un armazón de madera y cristal) hay que acceder por una estrechísima escalera de caracol de madera -visitada por las palomas- con más de cien escalones. Hasta allí tiene que subir Fernando para alimentar de tiempo uno de los dos relojes más valiosos de la ciudad, un patrimonio común que mide, segundo a segundo, el momento exacto de la vida vallisoletana.

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