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Un oso pardo camina por la Cordillera Cantábrica. / EFE
CASTILLA Y LEÓN

Vecino oso

Como en los grandes parques de EE. UU., la Cordillera Cantábrica ha aprendido a convivir y a vivir de estos animales, mientras que en el Pirineo aún los ven como un problema

ISABEL IBÁÑEZ

Domingo, 4 de enero 2009, 13:07

La silente caminata por Sequoia Park (California, Estados Unidos) se interrumpe por un estruendo. Una rama de los mastodónticos árboles milenarios se quiebra y cae pesada sobre la foresta. Silencio. Un oso negro encaramado allá arriba, adivina el caminante. Ya estaba avisado. A 500 kilómetros de allí, decenas de señales asaltan al conductor en la carretera que lleva al parque nacional de Yosemite, uno de los dos grandes junto a Yellowstone -aquel donde Yogui perseguía los emparedados de los turistas-: 'Zona de osos', 'La velocidad mata a los osos', 'Nunca dé de comer a los osos', advierten.

Lo de aquellos dibujos animados era una realidad: en Yosemite viven unos 500 osos negros en 3.000 kilómetros cuadrados y una quincena de ellos, permanentemente en el valle, que recibe tres millones de visitantes al año. En los 60 se habían acostumbrado tanto a los humanos y sus viandas que hubo que prohibir el contacto para evitar los ataques. Cerraron los basureros y empezaron las multas. Por eso está prohibido dejar alimentos en los coches. Tampoco dejan guardar comida en las tiendas o cabañas; para ello existen cofres donde depositarla que sólo se abren con mano humana. Y con razón: en el 2004 encontraron en el estado de Washington a un oso borracho tras haberse bebido 36 botellines de cerveza: los sacó de la nevera de un campista y los abrió con uñas y dientes.

En estos parques enseñan cómo actuar ante un encuentro fortuito con plantígrados, pumas y otras bestias. La gente no se achanta ante el más que posible -y a veces deseado- encuentro con un oso negro. Incluso con uno de los grandes, un Grizzly, pariente de nuestro oso pardo que habita en Yellowstone. Uno de los puntos clave de tal convivencia reside en la abundante y precisa información.

Eso es lo que la Fundación Oso Pardo ha conseguido en nuestro país, al menos en una de las dos zonas donde subsisten estos animales: en la Cordillera Cantábrica hay 130 ejemplares diseminados por Castilla y León, Asturias, Cantabria y Galicia, que atraen al turismo en localidades como Somiedo (Asturias), donde organizan excursiones con guardas para intentar avistamientos. Hubo incluso una campaña de promoción del Principado usando como reclamo a... ¡Yogui y Bubu escanciando sidra!

Las cosas son diferentes en Pirineos, el otro reducto, donde los pocos animales que por allí campan, una quincena -algunas fuentes creen que a principios del siglo XX había 200-, se enfrentan a un rechazo frontal, según Guillermo Palomero, de la Fundación Oso Pardo, «precisamente por la falta de información cuando empezaron a reintroducir esta especie que agonizaba». De Eslovenia se trajeron en 1996 dos hembras preñadas y un macho. «Estudios avalados por Juan Luis Arsuaga -explica Palomero- avalan que éstos son iguales a los ibéricos, con pequeñas variaciones genéticas motivadas por el aislamiento de las poblaciones». En un supuesto accidente de caza en el 2004 moría 'Cannelle', la última osa de origen pirenaico. Y en el 2006, llegaban otros cinco ejemplares eslovenos: un macho y cuatro hembras, entre ellas una llamada 'Hvala'.

«Esto no es Somiedo»

Ha sido ella la culpable involuntaria de que el valle de Arán haya enardecido últimamente su fobia al oso malo; el 23 de octubre, 'Hvala' mordió y arañó, sin consecuencias graves, a Luis Turmo, cazador de 72 años de Les, en el primer ataque de un plantígrado a un humano desde su reintroducción en la zona. Turmo, que participaba en una batida de jabalí, lo relata así: «De pronto lo vi, y como sabía que no se los puede matar, me quedé mirándolo, disfrutando. Se alejaba ya cuando empecé a gritar para que se fuera más rápido; jamás me habían explicado que no se debe hacer. Entonces se dio la vuelta y en un segundo estaba sobre mí. Me iba a dar un zarpazo en la cara y puse el brazo, me caí y me mordió la pierna. Huyó porque la escopeta se me disparó al caer», dice el hombre. Considera que la solución es retirar los osos de la zona, «porque, aunque los que defienden las sueltas se lo callen, son peligrosos».

Hace sólo unos días, 600 personas se manifestaban contra el programa de reintroducción en el Pirineo. La mayoría, cazadores y ganaderos, que, apoyados por el Consejo General de Arán, exigen atrapar a 'Hvala'. Su responsable, Francesc Boya, cree que «la osa no se ha comportado como debiera, así que es necesario capturarla y reubicarla, porque no podemos saber qué pasaría si hay otro encuentro». «El nivel de rechazo aquí es altísimo, esto no es Somiedo, está mucho más habitado y es más turístico. Y si quieren devolver el oso al Pirineo, también deberían recuperar un montón de especies que se han perdido en España y no lo hacen. Es muy fácil hacer demagogia desde el Paseo de Gracia de Barcelona. Aquí la gente viene por el esquí, no a ver al oso. El día que el oso nos dé de comer, hablaremos».

'Hvala' cuenta con la defensa de los ecologistas, la Generalitat y Medio Ambiente, aunque la protección más inmediata se la han dado las tempranas nieves. «Las cosas se han hecho sin contar con la gente -reconoce Palomero-, una labor que llevamos 30 años haciendo en la Cordillera Cantábrica, desde cuando la cosa era matar al animal fiero y ser el héroe». Aún se acuerda del 'Rubio', oso de 200 kilos muerto a tiros en un pueblo palentino hace dos décadas: fue colgado de una soga para su exposición.

«Pero desde entonces hemos trabajado muchísimo -continúa-, hablando con ganaderos y apicultores sobre cómo compensar las reses muertas o de los cercados eléctricos para proteger las colmenas. En los 70 estábamos bajo mínimos, y, sin embargo, en el 2007 batimos el récord con 21 osas paridas y 39 oseznos. Y aquella persecución se ha convertido en orgullo. Algo que habrá que empezar a hacer en Pirineos, porque cuando soltaron los osos eslovenos en 1996 no informaron a nadie, y en el 2006 volvieron a hacerlo mal, así que el enfado y la animadversión son legítimos», explica el especialista, que no es partidario, de momento, de continuar con el programa de reintroducción.

Cazadores a favor del oso

El trabajo de sensibilización en la Cordillera Cantábrica incluyó a los cazadores, que hoy están por la cohabitación. La muestra palpable es Ignacio Valle, experto cazador: «La relación con la Fundación Oso Pardo es magnífica, conocemos a Palomero desde hace mucho y con él hemos aprendido que en el monte hay sitio para todos. Si sabemos que una osa con crías anda por una zona determinada, avisamos por radio, porque llevamos una emisora, y nos vamos a otra parte o aplazamos la cacería. Además, entrenamos a nuestros perros para que no confundan al oso con un jabalí. Es raro el domingo que no veo uno. Los recelos de hace 20 años se han superado», explica. En cuanto al ataque sufrido por Turmo, lo considera una «anécdota»: «La osa se sintió acosada cuando él, en vez de apartarse y callar, se puso a vocear».

Las dos partes enfrentadas hablan ahora de elaborar un 'Protocolo del oso peligroso', que incluiría su retirada y hasta su muerte si fuera necesario. De hecho, en Yosemite, dos o tres ejemplares son abatidos cada año. «No se nos caerían los anillos por decir que hay que retirarlo, pero en España no ha habido ni hay ningún oso peligroso -asegura Palomero-. Ni los más viejos lo recuerdan. Todos los ataques se han producido porque los osos se han visto acorralados por cazadores, es el caso de 'Hvala', o por hembras que temían pos sus oseznos. Es muy improbable encontrarse con uno, y bastante más que te ataque».

Estos sucesos se cuentan en España con los dedos de una mano. Aparte del caso de Pirineos, en el 2004 un setero resultó herido en Palencia por una hembra en celo amenazada por un macho. Antes hay que remontarse al 2000, también en Palencia, cuando otro oso atacó a un guarda que seguía sus huellas y al que hirió al desgarrarle la femoral. Por otro lado, cualquier montañero sabe lo que pasa si se topa en el camino con un jabalí, un perro asilvestrado o una vaca enfadada. Y una docena de personas muere al año por disparo de escopeta en cacerías. Aun así, no todo es pan comido en la Cordillera Cantábrica: 26 municipios leoneses y 7 palentinos mantienen un tira y afloja con la Administración, ya que el plan de recuperación del oso y del urogallo contempla expropiaciones, así que la iniciativa ha quedado paralizada hasta lograr el consenso.

Los pocos osos que quedan afrontan riesgos como ser confundidos con un jabalí en una cacería, enredarse en un lazo ilegal o ser atropellados: una semana después del ataque de 'Hvala', un ejemplar de 100 kilos y 1,80 de altura falleció arrollado por un tráiler en la A-6, en Trabadelo, León. Y se enfada Guillermo Palomero cuando oye que los osos se están acostumbrando al hombre y, por ello, volviéndose peligrosos: «No es verdad, llevan toda la vida bajando a los pueblos a comerse la miel, las cerezas y el maíz tierno, y los agricultores pasaban largas noches en vela para asustarles con petardos... Los osos llevan toda la vida entre nosotros».

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