
Lo bueno de la elipsis
Eran Kolirin cuenta una bella y divertida historia en planos cortos, Rodrigo Plá nos advierte contra los muros y Ermanno Olmi crea un filme antiguo
ANGÉLICA TANARRO
Lunes, 29 de octubre 2007, 13:53
PRIMEROS aplausos unánimes del Festival para la israelí 'The Band' s visit' y segundos aplausos casi unánimes en la mañana de ayer -tan solo un amago de pateo- para la mexicana 'La zona', que se presentó en la Sección Oficial fuera de concurso. 'Centochiodi', del italiano Ermanno Olmi, fue recibida con absoluto silencio, en el pase de prensa al menos, probablemente porque para cuando terminó la película la mitad de sus espectadores estaba echando una cabezadita.
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Vamos por partes. 'La visita de la banda' es una de esas películas que gustan en los festivales -lo cual no es un demérito, sería necesario puntualizar cuanto antes tal como están las cosas- y que hacen pasar un buen rato a los que madrugan para llegar a tiempo a la primera sesión de la mañana. Con un argumento mínimo (por cierto, en algunos momentos recordaba por el tono esas 'Historias mínimas' de Carlos Sorín) la película habla de las cosas que de verdad importan. Una modesta banda de música de rimbombante nombre de la ciudad egipcia de Alejandría ha sido invitada a tocar en una localidad de Israel. Un malentendido en el nombre del lugar de destino hace que los músicos acaben en un pueblo perdido en el desierto. Las horas en que convivirán con los pocos habitantes con los que entran en contacto -los que les echan una mano hasta que se resuelve el malentendido- dan lugar a las divertidas y también tiernas historias que componen el filme.
Hay una prueba del nueve a la hora de juzgar a los directores de cine (también a los escritores, sobre todo si practican la poesía): están los que saben manejar la elipsis y los que se empeñan en contarnos lo obvio. La frontera entre unos y otros es una frontera altamente cualitativa. Eran Kolirin afortunadamente pertenece a los primeros y, ya que cuenta con la potencia de las imágenes, le basta un primer plano de un actor, un gesto a veces algo teatral, para contarnos muchas cosas acerca de él y sus circunstancias. En esta película le acompañan en el empeño dos buenos actores Sasson Gabai, que encarna al director de la banda, y Ronit Elkabetz, que hace la dueña del bar que les proporciona cobijo y, al primero, alguna que otra inquietud. Kolirin sitúa la acción en uno de esos 'no lugares' tan frecuentes hoy en día, un pueblo en medio de la nada. Y para que quede clara la desolación del lugar, adereza el relato con una blanquecina luz diurna y la casi completa oscuridad nocturna. En medio, árabes e israelíes unidos por un error, y por todo lo que les iguala como seres humanos. Kolirin ha contado que este primer largometraje que ha rodado para el cine ('The long journey', su primera película, fue un producto para la televisión) parte de un recuerdo de su infancia en Israel, cuando los viernes era costumbre familiar reunirse en torno a la televisión que ofrecía películas egipcias, protagonizadas por Omar Sharif y Pathen Haman.
La paz no solo es necesaria sino que parece posible cuando la gente se ocupa de lo que de verdad le interesa. Kolirin tiene la inteligencia de utilizar el humor para hablar de los grandes temas: la soledad, el amor, la frustración, la culpa o un proyecto de una vida quizá torcido. Y le sale un relato tierno que no cae en el ternurismo ni edulcora la realidad. Esas vidas que se cruzan por unas horas no son en principio envidiables, aunque podrían ser las de tantos... Ya lo dice uno de los personajes: quizá no hay que buscar para el concierto ni un final feliz ni final trágico. La verdadera aventura es finalmente atravesar las grises rutinas cotidianas con un poco de luz.
Con buenos avales
Llegó después 'La zona', un filme que falla quizá por el lado del esquematismo y una cierta obviedad, aunque se salva porque está rodado con buen pulso y porque presenta en forma de 'thriller' problemas sobre los que las sociedades desarrolladas deben reflexionar cuanto antes. Rodrigo Plá ha utilizado para su ópera prima un cuento de su mujer la escritora Laura Santillo en el que se advierte del peligro que supone levantar muros por miedo al otro, sea el otro un pobre, un inmigrante, un miembro de otra raza o de otra religión. Y no ha escatimado a la hora de hacerlo con dureza, aunque sin acogotar al espectador. La zona restringida es en este caso una urbanización de lujo en Mexico D.F., rodeada de miseria, cuyos privilegiados habitantes han conseguido, gracias a la corrupción de las instituciones, crear una isla de impunidad donde por encima de la ley, es posible tomarse la justicia por su mano. Ese punto de exageración -que el mismo director reconoce- esa frontera, tan alta como el muro, entre buenos y malos se justifica por el afán didáctico del fin, que lo convertiría en un buen material en cualquier clase de educación para la ciudadanía. Evitaría muchas explicaciones teóricas. Este didactismo hubiera sido también su perdición de no ser porque Plá demuestra ser un realizador con impulso, capaz de llevar a buen puerto la historia (si nos olvidamos del llanto histérico del protagonista al final). También porque, en el fondo, tras esa aparente ausencia de grises en la foto, vemos asomar una realidad cercana que ojalá sea frenada a tiempo. La película llegaba a la Seminci avalada con el León de Oro a la mejor opera prima en Venecia y por el premio de la crítica en Toronto.
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Traspiés
'Centochiodi' (Cien clavos) es un traspiés de un director que nos ha hecho pasar ratos muy buenos con películas como 'El árbol de los zuecos' o 'La leyenda del santo bebedor'. La película que, salvo sorpresa típica de jurado de festival, no debería contar para el palmarés final, ejemplifica eso tan sabido de que con buenas intenciones no tiene por qué salir una buena obra de arte. A 'Centochiodi' le pasa que resulta antigua, como si fuera un filme militante hecho en los setenta que el tiempo hubiera dejado amarillo, como el papel de los libros que guarda la biblioteca de la Universidad de Bolonia en donde arranca la historia. El trasunto de Jesucristo -que encarna sin modificar el gesto en los 92 minutos de la proyección el actor Raz Degan- resulta de cartón piedra. Como toda la historia de la solidaridad y la bondad de un pueblo aliado con los valores naturales. Un película aburrida le puede pasar a cualquiera.
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