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Los dos toreros salieron en hombros de La Glorieta tras una tarde magnífica.

Por fin toros y toreros

Bravos y manejables toros de Montalvo con un ‘Empleado’ desconcertante. ‘Antojitos’ cogió de gravedad a Agustín Serrano. Del Álamo y Castella pusieron la tarde al rojo vivo

TOÑO BLÁZQUEZ

Martes, 15 de septiembre 2015, 12:39

La tarde taurina entraba en un no sé qué indescifrable. Según iba la Feria, la cosa no se sabía muy bien en qué iba a acabar, las caras, las que yo vi, eran de circunstancias. «Vamos a ver qué pasa hoy», decía uno con entrada de solanera. Y felizmente la cosa cambió y lo hizo porque llegaron toros con poder, con bravura y con el celofán del trapío envolviéndolo todo. O sea, se juntó el hambre con las ganas de comer. Juan Ignacio trajo de los campos de Linejo cuatro toros como cuatro soles de lámina y seriedad. Si he de ser sincero viendo el material que nos dejó en el desafío, yo temblaba, pero no, no había color.

Nadie duda que Pablo Hermoso de Mendoza ha marcado una época en el Rejoneo. Que ha sido el mejor durante años, que nos ha descubierto nuevos mundos en el arte de torear a caballo. Bien. Ayer estuvo correcto, casi perfecto. Sacó una baraja de equinos a los que solo les falta hablary no pasó nada. ¿Qué ocurre?. Pues que es perfecto y ya lo sabemos todos todos los años. Comer jamón cada cierto tiempo está bien, pero si lo haces a menudo llega a aburrir, cansa. Porque hasta el calorcito del sol, como decía Borges, quema. Fue aplaudido.

El segundo toro tuvo genio y cada vez que embestía exigía a quien tenía delante una barbaridad, echó la cara arriba en los primeros tercios, romaneó con poder el en caballo y todo lo que desarrolló en la muleta lo vendió muy caro. Un toro de reválida. Pero delante tenía un torero que se sabe la lección y que anda sobrado de torería y de valor. Sebastián Castella, que lleva una deslumbrante temporada saliendo triunfador de San Isidro, se puso allí sin enmienda ninguna, con un aplomo y solidez de admirar. Y trazó una faena de mucha muñeca y certero compás. Pero algo olía allí a funcionario sobrado que actúa en un ¡plis, plas, fuera!. No sé, vi su labor como mecánica, como que le faltó alma, sentimiento. El toro no era de relajo, es cierto, per a aquello le faltó ángel, poso de emoción. Faena de técnica consumada y punto.

El quinto, Empleado, ya salió de chiqueros con ventaja: tenía oficio. El toro, manso de libro, abanto, sin querer embestir a nada, huyendo siempre. Llegaba al caballo y se hacía el longuis, se piraba de allí por todo el morro. Fue divertido verlo porque se trataba de una aptitud muy humana, como si dijera: «sí hombre, ahí voy a ir, para que me piquen otra vez». El burel no tenía un pelo de tonto. Y el público pitándolo. ¡Pero serán tarugos!. ¿Desde cuándo se puede devolver un toro por manso?. Este quinto que no lo hay malo- fue un toro-Kinder. Tenía sorpresa. Y el hallazgo vino después, cuando se juntaron esas dos soledades de las que hablaba Bergamín. La del toro y la del torero, los dos solitos. Entonces fue cuando el talento de Castella supo bucear con paciencia en el interior de «Empleado», saliendo a la luz su riqueza escondida, su bravura, su nobleza, su buena casta y, en fin, la compensación de sentirse espectadores privilegiados de los misterios que encierra la bravura. Y la capacidad de este torero para poner soplo de perfección a una obra de arte hizo el resto. Sería prolijo abundar en explicar con detalle cada instante de la faena. Para nosotros tuvo una pátina de ilusionismo por la magia del comportamiento del toro y para el recuerdo una faena llena de armonía, valor y orden estético hermanado con el ballet.

A Juan del Álamo le tocó sortear a «Antojitos» y excepto el disgusto de la cogida de su banderillero, fue una fortuna y el torero de Ciudad Rodrigo vio enseguida que tenía la papeleta premiada en el bolsillo. No se anduvo con rodeos. Se plantó en la boca de riego para citar al toro de lejos e iniciar así una faena plena de ardor juvenil, sincera disposición y unas maneras rotundas que esculpen el toreo largo, clásico, muy definido y en ocasiones, con golpes brillantes de atinados recursos sobre la marcha. Pero no era nuevo este Juan de ayer, ya destacó en Bilbao y plazas de fuste esta temporada que acaba. Juan es un torero de gran proyección y el aldabonazo que dio ayer el La Glorieta no es más que la constatación de que tiene en la mano el testigo que dejaron los grandes toreros charros (El Viti, Capea, Robles)

El sexto, cornilantero, agalgado y muy astifino, descabalgó al picador en un topetazo durísimo. Un buen toro, repetidor y con nervio, con el que del Álamo brilló más con la diestra, no siendo tan ceñidos los naturales. Dos naturales extraordinarios, torerísimos remates con la mano dormida. Cercanías lamiéndole los astifinos pitones la taleguilla. Giros efectistas del toro en torno al cuerpo del torero pulseando con habilidad el estaquillador, desplantes En cualquier caso compuso una labor siempre conectada y respondida por los tendidos con pasión.

En fin, que valió la pena esperar un montón de toros para saborear este cuarteto bravo con dos toreros de ley. Toros y toreros, cuando ambos de juntan y se entienden vuelve la magia y el misterio emocional que no está al alcance de todo el mundo. ¡Qué sabe nadie!

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