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el norte
Viernes, 17 de octubre 2014, 20:56
El bisonte europeo campa a sus anchas en un amplio espacio acotado de la Montaña Palentina, donde ya han venido al mundo varias crías y convive con dos caballos de Przewalski, el último equino salvaje. Palencia es una provincia desconocida cuyo atractivo turístico se concentra en el patrimonio románico, con la catedral de la ciudad, La Bella Desconocida, como paradigma de la imagen. Sin embargo, en el norte se ha invertido la tendencia. La Montaña Palentina, lugar ya de por sí diferenciado, en plena transición entre la Cordillera Cantábrica y la aridez de la meseta castellana, alberga un pequeño pueblo que se resiste a desaparecer y ha apostado parte de su futuro a un proyecto sostenible que busca destacarse respecto al de cualquier otra región.
Cantabria se ha adueñado del símbolo del bisonte, grabado en sus cuevas, especialmente en Altamira, como testimonio de su inmemorial presencia. Pero es en Palencia donde lo han liberado de las simas para darle un presente, una oportunidad. Allí podrás ver cómo subsiste una especie salvada cuando avistaba la extinción, con el hándicap de la consecuente carencia genética. El bisonte europeo renace en su coto de San Cebrián de Mudá. Procrea, pasta y, en definitiva, trata de consolidar su porvenir.
El itinerario arranca en el centro de interpretación, con un vídeo y paneles informativos detallados por un guía para contextualizar la andadura del mayor mamífero terrestre de Europa. El inmueble se levantó con fondos destinados a la regeneración de este antiguo enclave minero. Por seis euros, puedes visitar el local y completar el recorrido a pie, o en bicicleta, todoterreno o calesa. Los niños menores de siete años entran gratis. Desde la torre-mirador de madera, tendrás la posibilidad de adivinarles entre los árboles, aunque resulta más emotivo cuando acuden a la llamada del administrador de la reserva, Jesús González, que es además alcalde de San Cebrián.
El jefe de la manada
La manada se acerca progresivamente a la valla, en lo que se convertirá en un instante muy especial. De historias de cazadores y cazados a la tierna escena de humanos que llevan la comida a la boca de su otrora archienemigo. Ahí concluye el idilio. No hay que emocionarse, porque no son mascotas y desconocen el lenguaje de las caricias. Se debe tener presente, asimismo, que son animales pacíficos hasta que entienden violentado su espacio de seguridad. Con un preventivo margen de distancia, el coloso permanece manso.
El alcalde los conoce bien y se dirige a ellos por su nombre. Cuando el más grande amaga con embestir a otro miembro del grupo, lo encuadra en su patrón de conducta. El macho principal se impone a un ejemplar joven que va madurando y que con el tiempo le sustituirá.
Gestos así, en un ámbito donde el tamaño y el vigor son determinantes, ayudan a apuntalar la hegemonía. También aparecen varias crías nacidas en San Cebrián. Siempre tiernas. Lástima que la cuestión genética convierta en un desafío de supervivencia sus primeros pasos.
El proyecto mantiene el espíritu de dar completa libertad al animal. Si una visita coincide cuando han comido o si apenas se ven porque permanecen cobijados en la vegetación, no se interrumpirá su descanso.
Por otra parte, si se quiere una experiencia diferente, merece la pena acceder en todoterreno a la cercana finca de San Martín de Perapertú, donde se siente a los ejemplares todavía más cercanos. Conjugar ambas visitas solo requiere una mañana libre para afrontar un recorrido de casi cuatro horas.
La manada se observa con mayor facilidad. Son cinco. Uno de ellos, Altamiruco, descendiente de la hibridación entre las subespecies Bonasus y Caucasicus, ésta ya extinta, fue cedido en 2013 por el zoo de Santillana del Mar. Separados por una divisoria, pastan dos hermosos caballos de Przewalski, equino mongol de tono entre amarillento y marrón, más pequeño que la media y último caballo salvaje.
Los responsables de la reserva cargan alfalfa deshidratada en el vehículo para alimentar a los bisontes. Tampoco se les fuerza y solo se espera su salida, algo que no es muy complicado que ocurra, dada la necesidad del bóvido de sustentar su inmensa figura.
En 4x4, calesa o bici
Los gestores del proyecto recomiendan la visita en calesa (12 ¤). Se debe contratar con antelación para preparar los caballos un hispano-bretón y un bretón, que trasladarán a la reserva BisonBonasus a un mínimo de cuatro personas y un máximo de ocho. El trayecto hasta el recinto que acoge al resto de bisontes y los caballos de Przewalski solo se cubre en todoterreno (diez euros), ya que hay una distancia de más de dos kilómetros. Quienes opten por visitar ambas áreas en 4x4 abonarán 15 euros, y 13 si son al menos diez personas. También hay descuentos para los clientes que hayan contratado la calesa. Entretanto, los aficionados a la bicicleta pagan ocho euros por su alquiler, disfrutando por este precio de ambos espacios.
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