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VÍCTOR M. VELA
Domingo, 25 de octubre 2009, 02:14
«Parece mentira, pero la mayoría no nos habíamos vuelto a ver». Y ayer, después de 35 años, la última promoción de la vieja Escuela de Aprendices de Renfe (ubicada en un caserón junto al túnel de la calle Labradores), la número 26, volvió a encontrarse para recordar viejos tiempos, aquellos años en los que ellos tenían 15 y comenzaban a abrirse camino en la vida. Hoy son trabajadores de Renault, de Michelin, de las Fuerzas Armadas o Caja España. Otros se quedaron en Renfe, destinados a Irún, a Alicante, a Madrid, Miranda de Ebro o Venta de Baños. Ayer compartieron recuerdos. Como «la sagrada hora del almuerzo» donde se solían intercambiar bocadillos (siempre con pan del día anterior) recalentados en las estufas de carbón. «Si estábamos a primeros de mes, los bocadillos solían ser de chorizo o de salchichón. Si era a últimos, la mayoría eran de chocolate», rememoran.
Había que lidiar con las dificultades económicas de la mayoría de los hogares. «Así que casi todos estábamos deseando que llegase el día de cobro». Aquellas cerca de mil pesetas que recibían en efectivo. «Nosotros éramos milpesetistas», recordaron ayer entre risas, durante la comida de hermandad que reunió a la mayoría de la promoción. Entre ellos, Santiago Pérez Palacín y Adolfo Moro Martínez, dos de los promotores de la cita. Junto a ellos, compañeros como Luis Cacho, Miguel Ángel Castro, Pedro Presencio, Manuel Curto, Miguel Domínguez, y Javier Mínguez.
En realidad la idea del encuentro partió de la hermana de uno de aquellos chavales «y gracias a su labor detectivesca» se ha podido localizar a todos después de tanto tiempo. Por allí estuvieron también José Francisco Blasco, Manuel Martínez, Javier de la Fuente, Gregorio García, Gregorio Blasco, Luis A. del Valle, Silvino Martín y Luis Álvarez.
Entre comidas y postres, recordaron que «había clases teóricas que eran absolutamente tediosas, como las de matemáticas y tecnología. Algunos habían adquirido la práctica de quedarse dormidos con los ojos abiertos. En cambio, los sábados visitábamos los talleres para prácticas y era mucho más divertido. Sobre todo porque los trabajadores (algunos de ellos padres de los alumnos) nos abrían los ojos ante muchas picardías, y también porque aprovechábamos para escaquearnos todo lo que podíamos», añaden.
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