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Había dos opciones. Arrugarse e intentar mantener la posición en estos tiempos inciertos de pandemia o ganar terreno y confiar en las posibilidades de ... una zona del casco histórico con un encanto especial. Tres negocios hosteleros han dado un paso hacia delante a los pies de la Catedral de Valladolid. Los propietarios de La Cárcava, Señorita Malauva y El Farolito han ampliado o están ampliado sus espacios después del año más duro para un sector especialmente castigado por las consecuencias del virus. La apuesta de este trío de clásicos ha coincidido en el tiempo, lo que les ha llevado a aunar esfuerzos con el objetivo de convertir este enclave, en torno a la calle Cascajares, en «un referente gastronómico y enológico».
En el primer caso, el siempre inquieto Juanjo Arranz y su socio Luismi Rodríguez han sumado a su recogida Cárcava, el local que durante doce años ha sido sede de la conocida vinoteca para ampliar su terraza y tener la posibilidad también de ganar metros cuadrados a un bar que regentan desde 1992. Mandan los tiempos, muy marcados en esta rama de actividad por la covid-19 . Este pequeño y siempre concurrido establecimiento, con 28 metros cuadrados, vio en la mudanza de Gustavo Calvo a la cercana esquina de Fray Luis de León la posibilidad de expandirse. «Los clientes prefieren estar en la calle, la vida se hace ahora en las terrazas», argumenta Arranz, quien recuerda que la supresión de la norma que impedía instalar un negocio hostelero a menos de 25 metros de distancia ha contribuido a tomar la decisión. De momento, han doblado la capacidad para instalar mesas y sillas al aire libre –de 24 a 50 metros– (están pedientes de cubrir este segundo velador) y ya valoran tomar la superficie del local que hace chaflán con la calle Catedral para ganar barra a resguardo donde ofrecer su carta de reconocibles tapas con pan payés y la amplia referencia de vinos con los que cuenta. «Vamos a ser prudentes y a no ir por delante, los clientes nos lo irán diciendo », acota el empresario, convencido de que este impulso hostelero a las faldas de la iglesia metropolitana ayudará a revitalizar este rincón tras los vaivenes de restricciones y cierres intermitentes que han sufrido desde el 14 de marzo de 2020.
Juanjo Arranz, La Cárcava
Alberto Lázaro, El Farolito
Gustavo Calvo, Vinoteca Señorita Malauva
Al otro lado de la calle, los sucesores de Roberto y Begoña al frente de El Farolito, un refugio nocturno que siempre dio luz a los trasnochadores más canallas, están ahora a tope de actividad. Alberto Lázaro y Santiago Carrasco han hecho una apuesta a lo grande. Tras poner al día el embelmático bar de copas, sumarle una oferta gastronómica en frío, ampliar el horario a las mañanas y recuperar la bodega del sótano para reservas de grupos de clientes, ahora están de obras en tres locales más que próximos. Así, la antigua Casa Pedro, en la confluencia de Nuñez de Arce con Cascajares, se abrirá en mayo como La taberna de El Farolito: cien metros cuadrados en el interior más la terraza, con una carta de raciones y tapas de cocina tradicional. Trabajará esta tasca en coordinación con la casa madre, fundada en 1982. Es decir, en El Farolito de toda la vida se podrá degustar la cocina de su taberna, ubicada a escasos cuatro metros de esta céntrica esquina. La coctelería que se sirve ahora allí también podrá ser solicitada en el lugar de picoteo.
Ambos emprendedores reforman en la misma calle Cascajares el local que acogió el histórico Salón de Billares, convertido después en una hamburguesería norteamericana que, con el nombre NYC Hell's, no llegó a cuajar entre los vallisoletanos. Ahora se transforma en Los ilustres, un bar-restaurante de «cocina tradicional castellana con productos de kilómetro cero», según explica Lázaro. Comanda con viandas de proximidad en dos ambientes. La planta de calle se ha diseñado como bar de tapas, mientras que el piso superior se reserva para comesales en mesa y mantel. También contará con una terraza de 30 metros cuadrados que se habilitará para su uso durante todo el año. La idea es que el mes que viene el negocio abra sus puertas.
El proyecto se completa con la conversión de un pequeño local, también en la calle Cascajares con vuelta al bar La española, en una heladería-crepería. «La gente se va a encontrar con una amplia oferta; hemos apostado por esta zona, que ya está consolidada, y estamos encantados», destaca Alberto Lázaro mientras muestra el resultado de las obras en marcha.
«No te mueres del virus, pero sí puedes morirte de hambre. Lo hemos pasado muy mal, te cierran un negocio legal a cambio de nada, mientras ellos no se han rebajado el sueldo ni se han ido al ERTE». Juanjo Arranz resume así el horrible año de la hostelería, un sector que saldrá de esta crisis «con muchas mochilas». Frente a la «sensibilidad» municipal no cobrando la tasa de terrazas o inyectando ayudas a los autónomos, este burgalés critica la fijación de la autoridad sanitaria regional con esta actividad. «Te echan la llave y ahí de dejan tirado», recalca.
En el caso de Gustavo Calvo, propietario de Señorita Malauva, tenía claro que no iba a abandonar este rincón que tanto le ha aportado en sus doce años de trayectoria dando a conocer el vino y los productos 'gourmet'. «Era condición 'sine qua non'», recalca este experto, que ahora se ha acercado a otro atractivo turístico de la capital como es el Pasaje Gutiérrez. Hace poco más de diez días que ha abierto su nueva vinoteca en la esquina de Fray Luis de León con Regalado, donde se situó un bar de pinchos de la franquicia Lizarran. Ha pasado de hacer degustaciones y catas en 70 metros cuadrados a contar con 200. Una cuidada tienda-bodega abre el espacio, que cuenta con una zona de comedor en un lateral, así como con una cocina para emplatar las 60 recetas que ofrece y que se pueden comprar para llevar. En su nueva sede puede atender, con limitación de aforo, hasta treinta personas, las mismas que en su anterior emplazamiento antes de la crisis sanitaria. Llevaba tiempo pensando en ampliar el negocio, aunque reconoce que en el último año lo ha pasado mal. La respuesta de los clientes en Navidad, apostando por sus regalos de experiencias enogastronómicas embotellados, supuso un empuje para recuperar la confianza, abordar la renovación y continuar con su pasión.
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