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Plaza Mayor de Valladolid. Fernando Santander
Historia de Valladolid: por qué la Plaza Mayor es roja
Urbanismo

Por qué la Plaza Mayor de Valladolid es roja

La ciudad al detalle ·

El célebre emplazamiento vallisoletano cuenta ya con 560 años, pero solo durante el último cuarto de siglo ha lucido su aspecto actual tras una decisión del Ayuntamiento que se ha demostrado como un gran acierto

Miércoles, 13 de abril 2022

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Es una mañana de diciembre. Una niebla densa cubre las calles bajo un frío helador al que sus habitantes ya están acostumbrados. Unos pocos rayos de sol brillan sobre los témpanos de hielo que cuelgan de fuentes, balcones y cornisas. Casi no se ve gente por la calle y el silencio solo lo rompe el tañido de las campanas que dan las ocho en la plaza roja, el corazón de la ciudad.

Es un espacio abierto, de una hectárea de tamaño. Probablemente una de las más grandes de su categoría.

Quizá hasta este punto, donde he mencionado los 10.000 metros cuadrados de la plaza, algunos podrían tener en mente a esos característicos moscovitas paseando por delante del Kremlin con sus aún más característicos gorros 'ushanka', esos que todos nos imaginamos cuando nos hablan de gorros rusos.

Pero no, no estamos hablando de la Rusia imperial ni de la ciudad de Moscú, por muy parecidas que puedan ser las condiciones climáticas en invierno –permítanme esta exageración de vallisoletano– sino de nuestra tan querida y orgullosa Plaza Mayor de Valladolid. La nuestra, a pesar de ser una de las primeras plazas mayores de España –y aseguraremos siempre que fue previa a la de Madrid y Salamanca– no es tan grande ni tan famosa como la mundialmente conocida Plaza Roja rusa. Pero una cosa sí podemos asegurar y es que, pese a no llevar ese nombre, sí es mucho más roja. Y lo digo en el más puro sentido literal: la totalidad de los edificios –veintiuno– que cercan la plaza están pintados de un color rojo intenso, cuando no lucen ladrillo caravista de similar tonalidad.

Lo que a muchos turistas que deciden pasarse por la ciudad de la Esgueva sorprende, para nosotros, vallisoletanos de a pie, nos resulta tan cotidiano y «de toda la vida» que incluso muchos no sabrían decir el por qué tiene la plaza ese color. Algunos más jóvenes, de veintipocos, incluso pensarán que eso ha sido así siempre, y que es de color rojo como la de Córdoba es más anaranjada. Porque sí.

La Plaza Mayor de Valladolid, la Plaza Roja de Moscú y la Plaza de la Corredera, en Córdoba.
Imagen principal - La Plaza Mayor de Valladolid, la Plaza Roja de Moscú y la Plaza de la Corredera, en Córdoba.
Imagen secundaria 1 - La Plaza Mayor de Valladolid, la Plaza Roja de Moscú y la Plaza de la Corredera, en Córdoba.
Imagen secundaria 2 - La Plaza Mayor de Valladolid, la Plaza Roja de Moscú y la Plaza de la Corredera, en Córdoba.

Pero no, la realidad es bien diferente y bastante relatora de la historia que Valladolid ha vivido en los siglos pasados. La Plaza Mayor no ha sido siempre de color rojo. De hecho, podemos afirmar que, de sus ya 460 años de vida, 435 los ha pasado luciendo otros colores, o más bien un «no color». En otras palabras, nadie se había preocupado, no al menos de esta forma, de los variopintos tonos que han lucido de manera descoordinada los edificios la plaza en su historia, entre blancos y ocres, hasta el año 1997 cuando León de la Riva ostentaba el bastón de mando de la ciudad.

En ese año, que para los boomers suena a ayer mismo, para los millennials nos suena a los mejores años –claro, donde nacimos– y, para los Gen Z sonará a paleolítico, se tomó una controvertida y trascendente decisión: unificar toda la plaza bajo un mismo color. Y no cualquiera, para ello se usó el color rojo almagre que, por si no lo sabéis, es el color que luce la bandera vallisoletana. Podemos decir que es nuestro color emblema urbano.

En este punto, la pregunta es: ¿por qué se hizo esto? Y para responderla es necesario recapitular un poco en la historia urbana de la ciudad.

Valladolid, como tantas otras ciudades españolas y europeas, a lo largo de sus ya diez siglos de historia ha sufrido todo tipo de acontecimientos y desastres. Por poner uno relevante en esta historia: el gran incendio que sufrió la Plaza Mayor –que hasta entonces se conocía como Plaza del Mercado– el 21 de septiembre de 1561, y que prácticamente arrasó con todas las edificaciones que había.

Un azulejo en el zaguán de la Diputación ofrece una imagen idealizada del incendio ocurrido en el festividad de San Mateo del 1561. El fuego se originó en una casa de la calle Platería y se extendió provocando la destrucción de entre 440 y 600 casas, la décima parte de la ciudad.
Un azulejo en el zaguán de la Diputación ofrece una imagen idealizada del incendio ocurrido en el festividad de San Mateo del 1561. El fuego se originó en una casa de la calle Platería y se extendió provocando la destrucción de entre 440 y 600 casas, la décima parte de la ciudad. J. Burrieza

A raíz de este suceso, el entonces rey de España, Felipe II, al que se le solicitó ayuda para la reconstrucción, dictó que ésta se debía hacer de una forma ordenada con calles rectilíneas y separadas por gremios. Toda una novedad si tenemos en cuenta que este tipo de forma de hacer ciudad no se puso de moda hasta varios siglos más tarde, con permiso de Lisboa por su exquisita y trascendental reconstrucción tras el terremoto de 1755.

El resultado fue que la nueva Plaza Mayor, que ya empezó a llamarse así, surgida en esos años y que, salvo algún otro incendio posterior y algunas sustituciones de edificaciones posteriores menos relevantes, es la misma plaza que más o menos había llegado a finales del siglo XIX. Una plaza porticada en sus cuatro lados a excepción del edificio del Consistorio, un fabuloso ejemplo de arquitectura herreriana que aún permanecía en pie desde su construcción tras aquel incendio de 1561. El resto de los edificios eran iguales, tres pisos por encima del soportal, con balconadas, y con esa clásica jerarquía de ventanas y balcones más amplios en primera planta y estrechándose a medida que se sube en altura. Pero a finales del XIX, como tantas otras cosas en el mundo, todo empieza a cambiar.

El primer cambio, y quizá el que más podamos lamentar hoy, fue la pérdida del viejo Consistorio, que para 1879 además de haberse quedado pequeño, su estado de conservación tras largos siglos presidiendo la plaza era bastante malo. El entonces alcalde, Miguel Íscar, que en algunas cosas alabamos, pero en otras, como esta, tenemos que reprocharle, ordenó su completa demolición. Si bien le eximimos de culpa ya que el concepto de valor patrimonial de entonces nada tenía que ver con el actual.

Sea como fuere, tras este suceso, se construyó la actual Casa Consistorial que hoy tenemos. Un edificio de un estilo totalmente rupturista con el resto de la plaza que había entonces. Mucho más moderno, algo afrancesado –claro–, y quizá algo descuadrado por su mayor tamaño y altura, que incluso tuvieron que recortar una iglesia en una de sus calles adyacentes.

Posteriormente, el devenir de cambios en Plaza Mayor ha sido constante desde finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX. Primero se sustituyó el edificio que hace esquina con la calle Ferrari, por ese de ladrillo que llamaron Hotel Moderno con sus totalmente desubicadas arcadas de piedra. Luego fue el edificio que hace esquina con la calle Santiago y la plaza en sentido hacia la calle Pasión. De un estilo que nada tiene que ver con el resto, mucho más grande y con un torreón que parece querer quitar protagonismo al propio Consistorio.

Más adelante, durante los años del desarrollismo que tanto daño hicieron al patrimonio arquitectónico de Valladolid, otros muchos más edificios de la plaza cayeron, aunque, y esto también fue una novedad, quizá por la presencia solemne del Ayuntamiento, los nuevos que se edificaron intentaron hacerse de una forma más parecida a los originales, con algunas diferencias. Son más altos, de cuatro o más pisos. Las ventanas y balcones son todas del mismo tamaño, y son mucho más simples en ornamentos. Y, como curiosidad, se hicieron con fachadas de piedra blanca, cosa que tampoco encaja.

El resultado es que para 1996, tras todos los cambios, la plaza no seguía ningún tipo de homogeneidad arquitectónica ni tonal. Era más una sucesión de edificios sin mucho sentido entre ellos, como si de cualquier calle se tratara.

Este aspecto no era ajeno al resto del casco histórico de Valladolid, lo que había sobrevivido a los años de la piqueta estaba, en general, en mal estado de conservación.

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Pero todo volvió a cambiar. En consonancia con las nuevas corrientes de sensibilidad hacia patrimonio urbano que empezaron a nacer en España ya en los años 80, Valladolid emprende la senda de la rehabilitación y la restauración de los entornos históricos. Y la Plaza Mayor, junto con todas sus calles aledañas –también la calle de la Platería– entran de lleno en este plan, al que el propio Ayuntamiento de entonces denominó: 'Valladolid Renace'.

A este plan presentado en 1997 le debemos muchos detalles que hoy podemos ver por la ciudad como, por ejemplo, ¿nadie se ha preguntado por qué cada vez que se reforma un local en el entorno de la Plaza Mayor, los escaparates hacia la calle se hacen de madera en color verde? Porque así se decidió. Al igual que sucede con las carpinterías de todos los edificios, mismo color verde y mismas formas.

La Plaza Mayor, además de una distorsión en colores presentaba esa no homogeneidad de sus edificios que, por ejemplo, sí tienen las plazas mayores de Madrid o Salamanca. La pregunta fue ¿qué podemos hacer para darle un aspecto homogéneo que de la sensación de que la plaza es un único espacio en sí mismo y los edificios son parte de un todo?

Ir a derribar los edificios que desencajaban y hacer unos similares a los viejos era una solución que, imagino, nadie estaba dispuesto siquiera a mencionar así que se tomó una práctica y curiosa solución: pintar todas las fachadas de la plaza en un mismo color, pero solamente hasta el tercer piso, que es la altura que originalmente tenían todos los edificios y la que tienen los que aún se conservan. De este modo, los cuartos, quintos y hasta sextos pisos se quedarían fuera de esa tonalidad, con excepción de ese edificio que hace esquina con la calle Santiago y en el que, por su fachada más compleja, hacer eso hubiera quedado regular.

La segunda pregunta que imagino se hicieron fue: ¿y qué color elegimos? Posiblemente el punto de partida fue que el Ayuntamiento no iba a ser pintado de ningún modo, así como tampoco el edificio del Hotel Moderno por lo que, pensando en colores de relevancia histórica para la ciudad, que fueran de tono castellano y que además encajara con los edificios de ladrillo, parece que la respuesta solamente conducía a uno: el rojo, almagre como el de nuestra bandera. Además, es un color que hace muy buena sintonía con el verde, que también está en la bandera, en las carpinterías. Y así se hizo.

Lo que se consiguió con esta sencilla pero eficaz medida fue que la plaza recuperara una especie de fachada continua, tal y como tuvo originalmente, como si de una misma edificación se tratase. Algo que, como he comentado, para nada es así.

Además, se aprovechó para –casi, con permiso de las dos entradas que se mantuvieron hasta 2018– peatonalizar toda la plaza, reformar el parking subterráneo, y darle un nuevo pavimento en un color que tampoco nos sorprende a estas alturas: rojo.

El resultado más divertido es que si echáis ahora un ojo a la plaza podéis deducir lo siguiente:

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Si el edificio tiene tres pisos en rojo y un cuarto en piedra blanca, es de los años 60 o 70.

Si el edificio es de ladrillo, es de principios de siglo XX.

Si es de tres pisos en color rojo, premio, es uno de los originales. Bueno, o al menos la fachada y ni eso si vais al número 19, que es una copia.

Y si el edificio es el número 3, nada, ese edificio aún no sabe qué está haciendo ahí.

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Todo esto sucedió en 1997, hace dos días como quien dice, y parece que ya no concebimos nuestra Plaza Mayor de un color que no sea rojo almagre. Pocas veces se habrá visto cómo una propuesta de intervención urbana tan sencilla y posiblemente tan barata haya sido tan exitosa. Solemos hacer mucha crítica de las medidas «chapa y pintura», pero esta sea quizá una de esas no tantas ocasiones en las que una buena mano de pintura ha recuperado, en cierto modo, algo que parecía haberse perdido para siempre.

Portada del tríptico que el Ayuntamiento de Valladolid empezó a distribuir a finales de 1996 para la reforma del año siguiente.
Portada del tríptico que el Ayuntamiento de Valladolid empezó a distribuir a finales de 1996 para la reforma del año siguiente. El Norte

No sé si en los tiempos que corren hacer un llamamiento a los moscovitas para que vengan a ver lo que es una plaza roja de verdad es lo más apropiado pero, si al menos sirve para que en esas largas esperas sobre las gradas que estos días se montan alrededor de la plaza para ver las –fantástica – procesiones vallisoletanas de Semana Santa se hagan más amenas adivinando la edad de cada edificio por su color, bien habrán merecido la pena estas líneas.

Quizá no sea la plaza más famosa, ni la más grande, ni la más bonita, pero es la nuestra. Y, aunque veinticinco años ya de rojo almagre no son nada en medio milenio, hacen ya una nueva página en la historia de nuestra ciudad, en una colección que acumula ya muchos tomos.

Quizá algún día nos cansemos de ese color y lo cambiemos por otro, o quizá se quede así para siempre. Si solo en veinticinco años hemos reinventado la ciudad, qué no haremos en el futuro. Yo, personalmente, confío en la chapa y pintura vallisoletanas.

Que ya quisieran los de Moscú.

El autor del texto

  • Antonio Giraldo es geógrafo y urbanista. Es 'influenciador' en redes sociales, donde escribe sobre urbanismo y temas relacionados.

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En este grabado que pertenece al libro 'Voyage pittoresque et historique de l'Espagne' del conde Alexandre Laborde sobre viajes entre 1806 y 1820, aparece representado un Auto de Fé en la Plaza Mayor de Valladolid. Se aprecia un gran escenario construido ex profeso para la ocasión como un añadido a la Plaza, con gradas y zonas separadas para el clero, caballeros y damas. AMVA, PL 2929.

Exposicion 'Ciudad Heroica. Valladolid durante el Bienio Progresista (1854-1856)'. En la imagen, Bernardo Maeso captó la Plaza Mayor un día de mercado en 1865. EL NORTE.

Vista parcial de la plaza con el desaparecido templete y paso del tranvía. Forma parte de la colección 'Valladolid, postales para el recuerdo'. AMVA PR 00082.

Aspecto de la Plaza Mayor a principios del siglo XX, cuando el tranvía atravesaba toda la plaza.

Plaza Mayor con árboles, fotografía del libro 'Valladolid hace cien años', de Joaquín Díaz. Vista de las casas de la Plaza Mayor en la acera de San Francisco, antigua ubicación del convento de San Francisco. AMVA BA 04057 - 009.

Vista tomada desde la esquina de la calle Viana. Se observan transeuntes, coches y el tranvía. Postal Nº 1 de la serie de Valladolid. AMVA FFA_00002.

La Plaza Mayor de Valladolid, en los años de la República. EL NORTE.

Imagen de los años 60 con más de la mitad del espacio de la plaza abierto al tráfico rodado y una arboleda en la zona central. EL NORTE.

Imagen de la Plaza en 1983. EL NORTE.

Imagen de la Plaza en 1989. EL NORTE.

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