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Juan del Río Porto, junto a su mujer, Amelia González, y su nieto Álvaro.
Coronavirus en Valladolid: «Es como que no te está pasando a ti, pero es real»

«Es como que no te está pasando a ti, pero es real»

Juan del Río Porto, de 78 años, murió el día 9 en el Hospital Clínico tras cinco semanas ingresado por el coronavirus, cuatro de ellas en la UCI, y a su familia le cuesta asimilar la pesadilla vivida

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Viernes, 15 de mayo 2020, 07:08

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La historia de Juan del Río Porto es la de otros muchos hombres «trabajadores, humildes y honrados» que en las décadas de los años 60 y 70 se asentaron en el popular barrio de las Delicias de Valladolid junto con sus familias y contribuyeron a su despegue poblacional. Eran muchos, la mayoría, obreros de cuerpo trabajado por el esfuerzo, sencillos en sus formas pero ricos en una vida de barrio donde sus hijos jugaban en la calle sin temor a nada, salvo a mataduras en las rodillas, y donde los vecinos eran como de la familia. Con el centro neurálgico en la plaza del Carmen y la avenida de Segovia, donde se juntaban mayores y jóvenes y el comercio y los bares bullían la zona, y con ramificaciones en calles como Embajadores o General Shelly, esta última desembocando en el vergel del parque de Canterac, donde el verano se llevaba mejor al fresco de sus árboles y las mañanas se llenaban de juegos y diversión en piscina, columpios y campos de fútbol. Que se lo digan a Benjamín Zarandona, que allí comenzó a mostrar sus dotes futboleras.

En una de esas calles, en la de General Shelly en concreto, vivió durante años Juan del Río Porto con su mujer, Amelia González, y sus hijos Carlos y Rubén, hasta que la familia, sin salir del barrio, se mudó a la calle Canterac. Y de ese domicilio salió en dirección al Hospital Clínico Juan del Río el pasado 3 de abril, para no volver ya. Otro duro final con el sello del enemigo llamado coronavirus, otra víctima mortal más de una pandemia que, aunque muchos no lo crean, sigue ahí, acechando.

«Mi padre tenía 78 años, pero estaba sano y activo, era el nervio de la familia. Bajaba a comprar por las mañanas y no se estaba quieto nunca. Empezó a estar con fiebre en la semana del 23 al 29 de marzo, pero lo achacaba a que había estado bajando al garaje a coger cosas y a que había estado limpiando las ventanas y, como hacía calor y estaba sudando, pues habría cogido frío. Pero como la fiebre no remitía, la médica que le hacía el seguimiento le dijo que fuera al hospital, y el 3 de abril le ingresaron después de hacerle una radiografía y ver que tenía infección en los pulmones. Estuvo en planta una semana bien, pero a mitad de la misma, un poco fatigado, hubo que ponerle oxígeno y colocarle boca abajo. Como se encontraba más cansado, le ingresaron en la UCI, donde estuvo dos semanas así así», cuenta su hijo Carlos, de 46 años, sereno pero con callado dolor. «Un día que estaba un poco mejor, nos dijeron por teléfono que iban a quitarle el respirador, le llegaron a desintubar y preguntó por su nieto, mi hijo Álvaro, de 8 años», apunta Carlos del Río, que como el resto de la familia, vivió un espejismo.

«Al día siguiente por la noche empezó otra vez a saturar mal y tuvieron que volverle a intubar, volvió la infección de orina y ya en la última semana el deterioro fue grande. El 8 de mayo dijeron que no se podía hacer más por él y en la madrugada del 9, a las 4:00 horas, nos llamaron para decirnos que había muerto», recuerda el hijo de Juan del Río, que pudo ser enterrado en Fornillos de Aliste, en su localidad natal zamorana.

«Fue algo muy frío y triste. Son malos tiempos hasta para morirse. Ha sido todo como una historia contada, hasta el entierro, con el sacerdote con máscara, como si fuera Chernobyl... Es como que no te está sucediendo a ti, pero que te ha pasado porque es real. Sientes la impotencia de no poder haberle visto, de que lo único que le queda a la familia es la llamada del hospital», afirma Carlos, muy pendiente ahora de su madre, de 76 años, que vive en Canterac con su hijo Rubén.

«Eso la vendrá bien ahora, porque si es duro para todos, para ella más, que ha estado toda la vida con mi padre», señala Carlos. Desde que Amelia González, salmantina de Lumbrales, conoció a quien luego sería su marido cuando este llegó a tierras charras para participar en la construcción de los saltos de Almendra y Saucelle. Juan del Río había estado trabajando antes en el País Vasco en la industria, después de hacer el servicio militar, y antes aún en el campo con su padre, pues procedía de familia de agricultores y ganaderos. De Salamanca vino el matrimonio a Valladolid, donde Juan y su hermano Miguel entraron en Fasa. Esa Fasa en la que regalaban aquellos monopatines naranjas de la marca Sancheski, que tanto se vieron por las Delicias.

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