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Ángela, con una foto de su abuelo Mateo, fusilado en septiembre de 1936. Gabriel Villamil

La voz sin miedo de los fusilados de la Guerra Civil en Valladolid

Ángela ha reconstruido la vida de su abuelo Mateo, exalcalde de Casasola de Arión, asesinado en julio de 1936 y hoy homenajeado en El Carmen junto a otras 246 víctimas

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 16 de febrero 2020, 08:22

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Nunca conoció a su abuelo Mateo. Cuando ella nació, llevaba ya 19 años muerto. Enterrado en silencio. En una fosa común. Entre otros muchos cadáveres anónimos. Después de que lo fusilaran. En el campo de San Isidro. De madrugada. A las cinco y media. Sin nadie de su familia al lado. El 6 de septiembre de 1936.

Nunca vio el rostro de su abuelo Mateo más allá de las escasas tres fotos que se conservan en el álbum familiar. Un retrato de joven. Una imagen de su servicio militar en Jaca. Una instantánea de la Corporación municipal de Casasola de Arión, donde Mateo fue concejal socialista desde 1931, alcalde después, en 1936.

Nunca supo con certeza dónde llevar flores en sus visitas al cementerio del Carmen. Porque no había tumba. Mucho menos panteón. Ni siquiera certeza de dónde descansaban sus restos, si es que de verdad estaban allí.

Ángela García Gómez (Casasola de Arión, 1955) nunca pudo abrazar a su abuelo, aunque hoy le conoce un poco mejor. Nunca pudo verlo en persona, aunque se sabe ya de memoria sus fotos. Nunca supo dónde llorarle hasta que hace dos años el ADN le dio una respuesta. Este domingo, al lado de una tumba que ya sabe que es la de su abuelo, Ángela intervendrá en el acto organizado a mediodía por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, que rendirá homenaje a 247 represaliados de la Guerra Civil, con la inauguración de un memorial de homenaje a las víctimas de la dictadura. Y el abuelo Mateo es una de ellas.

«Somos los nietos los que mejor nos podemos acercar a esa historia, indagar, hacer que la verdad se conozca, rescatar la memoria. Somos su memoria. Mi madre y mis tíos no podían hacer ese ejercicio de recordar, y esto es muy común, porque todavía tienen mucho peso los sentimientos. Los nietos estamos más distanciados afectivamente, nos acercamos a la figura de nuestros abuelos con una cierta distancia emotiva... y sin miedo», explica Ángela, quien ha revisado actas, recorrido archivos, consultado documentos para reconstruir la historia de su abuelo. «Y a pesar de todo, he sufrido. Mucho. Por ejemplo, cuando tuve que leer la sentencia. Es espeluznante». «Contar y recordar es doloroso. Mi abuela y sus hijos salieron adelante como pudieron, con mucho miedo. El silencio fue parte de su sufrimiento. Y el problema es que muchas de esas personas ya no están. Esos testimonios se han perdido. Somos los nietos los que ahora podemos hacer recordar, rescatando tantas historias del olvido».

Mateo Gómez, de pie, durante su etapa de servicio militar en Jaca. EL NORTE

Mateo Gómez Díez tenía 47 años cuando lo fusilaron en 1936. Un trabajo como jornalero. Esposa: Engracia.Cuatro hijos: Julián y Tasio (de 20 y 18 años), Mateo (8), Neme (entonces 5, hoy 89 años, la madre de Ángela). Tenía trabajo, mujer, hijos y unas ideas muy claras. «Lo único que pretendía –así me lo ha contado siempre mi madre– era que el obrero, que trabaja duro, tuviera un salario suficiente para que pudiera salir adelante su familia. Siempre creyó en la justicia social y en la igualdad de oportunidades». Con esas convicciones fue concejal socialista en el Ayuntamiento de Casasola de Arión. En febrero de 1936, con la victoria del Frente Popular, se convirtió en alcalde. «Fue al primero a por el que fueron». Memoria Histórica recuerda que hubo dos sacas en Casasola de Arión. Catorce personas, entre ellas, el alcalde Mateo. El abuelo Mateo.

«Lo detuvieron el 19 de agosto de 1936. Estaba en plena faena de siega y allí fueron a buscarle para llevarlo al cuartel de la Guardia Civil en Pedrosa del Rey», recuerda su nieta Ángela. «Parece que pasó un tiempo, trece o catorce días, detenido en Cocheras de Renfe, sin que su mujer pudiera verlo ni entregarle nada, acompañado por sus hermanos Miguel y Benjamín».

El juzgado militar número 2 de Valladolid le condenó a pena de muerte como «jefe de una rebelión militar», acusado de «ordenar a varios vecinos que se armaran con escopetas para impedir la entrada en el pueblo de las milicias cooperadoras», aunque el Ejército franquista finalmente accedió al pueblo «sin encontrar resistencia alguna», como fija la sentencia. El 6 de septiembre de 1936 lo llevaron al campo de San Isidro y lo fusilaron, antes de conducir su cadáver a El Carmen. Un documento con membrete del Gobierno Civil y el «conserge» (sic)del cementerio provincial dispuso cómo debían enterrarse «inmediatamente después de su ejecución» los cuerpos de Mateo Díez, María Doyagüez y María Ruiz (estas últimas, madre e hija). Y ese pequeño folio ha resultado crucial para identificar los restos del exalcalde de Casasola.

Mateo, en el centro, con abrigo negro, con la Corporación de Casasola de Arión. EL NORTE

Durante las excavaciones de las fosas comunes en el cementerio del Carmen, el equipo de arqueólogos de la Asociación de la Memoria Histórica descubrió tres cuerpos que podían corresponderse con esas tres personas. «Vimos con claridad los restos óseos de dos mujeres de distintas edades que bien se podían corresponder con una madre y una hija y, entre medias, atrapado por las piernas, el cuerpo de un varón», explica Julio del Olmo, presidente de la ARMH. A partir de ahí, se pusieron en contacto con la familia de Mateo, practicaron una prueba de ADN a su hija Neme y los resultados fueron concluyentes.

Él es una de las únicas cinco personas identificadas, de las 247 que hoy recibirán un homenaje en el cementerio del Carmen. Allí, calculan en Memoria Histórica, hay todavía cinco fosas sin localizar que albergan los restos de otros 324 represaliados. «Todas esas personas fueron silenciadas. Identificar el cadáver es ponerle nombre a sus restos, sacar a la luz su identidad, recordar que fueron personas buenas, honestas. Y que sus familias podemos por fin cerrar una herida», dice Ángela.

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