La memoria orgullosa de un lavadero de Valladolid
Los vecinos de La Overuela piden que el nuevo parque en el que se ubicaban los pilones de lavar la ropa se dedique a las mujeres que lo utilizaron hasta hace apenas 40 años
María Jesús Acebes recuerda con el cariño que da la nostalgia aquellos días en los que le tocaba bajar al lavadero de La Overuela. Entonces, sin embargo, tenía poco de romántico. No hace tanto que el barrio carecía de agua corriente en las casas y bajar a lavar la ropa, en un enero de los de antes del cambio climático a apenas cien metros de la orilla del Pisuerga no era ningún divertimento. María Jesús, hoy con 63 años, tenía 6 cuando su familia se mudó allí y se acuerda de ir a ese lavadero cuando tenía 11 años. Un lugar en el que hoy queda, como señal de lo que fue, un pilón más decorativo que útil y unos columpios, con mucho verde y un senderito de madera que debería llevar, si el proyecto se concreta, a un mirador de aves volado sobre el Pisuerga.
Desde la Asociación de Vecinos La Isla han pedido que este espacio, que se va a terminar de replantear gracias a los presupuestos participativos, lleve el nombre de 'Las lavanderas' en homenaje a aquellas que durante años lo utilizaron asiduamente. Será así, porque el alcalde, Óscar Puente, ha firmado ya el decreto de Alcaldía que concede esa denominación al nuevo parque, que en realidad abarca mucho más de lo que era el viejo lavadero.
«En el estanque van a colocar un cartel informativo», explicaba Roberto Acebes, de la Asociación. «Todavía hay señoras que viven y que lo han conocido», decía, así que para la ocasión se han programado dos jornadas, sábado y domingo, que permitirán conocer mejor qué era aquel espacio. A las seis de la tarde del sábado se realizará un acto con esas lavanderas, para que cuenten sus vivencias a aquellos que, por su juventud, ya no conocieron este espacio con su antigua función. O funciones. Porque servía, obvio, para lavar, pero también era un lugar común, un punto de socialización en el barrio. «Era el sitio de hablar, de decir 'voy al médico, cuídame a los chiquillos', se ayudaban, sabías si una necesitaba algo o no, y como todas las puertas estaban abiertas, si se enteraban de que alguna había dejado la lumbre puesta, entraban a apagarla», cuenta María Jesús.
Hará, calcula, 44 ó 45 años que ya no funciona. «Tenía una fuente y eran como dos pilones grandes a ras de suelo. Cada una teníamos nuestro banco de lavar y nuestro sitio casi asignado. Uno era para lavar y otro para aclarar y allí se llevaba la ropa y como todo era verde y hierba limpia, se frotaban las ropas con el jabón hecho en casa, con sosa y grasa de cerdo, se tendían al sol y el sol quitaba las manchas», rememora.
El lavadero tenía, además, su encargada. En este caso una señora, Eulalia, que María Jesús recuerda como «una mujer limpísima». Hay que tener en cuenta que lo de las compresas y los pañales son moderneces. Dodot cumplió cuatro décadas de servicio a los padres en el año 2012. Los tampones 'actuales' -con todos los matices que se puedan suponer- son la década de los 30 del siglo pasado. Por eso mantener un cierto orden en el lavadero resultaba imprescindible. «No había compresas, sino trapos, y eso nos obligaba a ir a la fuente a limpiarlos y tirarlo a otro desagüe aparte. O las cacas de los niños con las gasas... Se tendía al sol para que se quitaran las manchas».
«En sus tiempos les encargaban estos lugares a las viudas con hijos, y esta señora tenía tres hijos. El Ayuntamiento les daba una ayuda. Ella abría y cerraba la puerta a unas horas», cuenta.
A las niñas pequeñas no les permitían ir «hasta que no desarrollaban, porque había conversaciones que no dejaban escuchar». En ese caso, lo más recurrido era enviar a la chiquilla a poner a mojar la ropa. «A la gente le gustaba ir porque era un desahogo para hablar», dice María Jesús, aunque también servía para escuchar la radio. De un modo, eso sí, que poco recuerda al 'spotify' o el 'podcast' de hoy en día. «Se llevaba la radio y se escuchaban las 'novelas'. Incluso había una radio que funcionaba con monedas, y luego venía el dueño a recoger el cajetín».
Hasta cuarenta mujeres llegaban a congregarse en el lavadero, lo que hacía que a veces fuera complicado encontrar un sitio. Los 655 menores de 18 años que, según el padrón, tiene el barrio, no han conocido los usos de ese parque en el que ahora los más pequeños se lanzan por el tobogán. «Esto era casi un sitio dormitorio y la Asociación La Isla está intentando recuperar un poco ciertos valores, sobre todo ahora que hay muchos chavales», dice María Jesús. Y los valores tienen mucho que ver con la memoria de lo propio.