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No era extraño encontrar en la Facultad de Filosofía y Letras de Valladolid un grupo bien interesante de profesores eclesiásticos en los años setenta y ... ochenta, integrados en la vida cotidiana de la Universidad. Uno de ellos era Lorenzo Rubio. Repasando sus obras, me he percatado de las muchas cosas que había aprendido de él sin haber asistido nunca a sus clases. Una de ellas, de la que fue su editor e introductor, fueron los encantadores 'Solaces de un vallisoletano setentón', los recuerdos de la ciudad que escribió con gran casticismo el abuelo pucelano de José Ortega y Gasset, José Ortega Zapata. Una joya para la historia de las mentalidades y las percepciones del pasado, en este caso para el siglo XIX.
Lorenzo Rubio había nacido en Villalón de Campos en 1936. Él confirmó que su auténtica vocación era la sacerdotal pero la entendió muy unida a la necesidad de una formación cultural no siempre considerada como prioritaria en los seminarios de la época. Apasionado por la literatura, había entrado en el mismo en 1950, ordenado sacerdote en 1962, cantó su primera misa en la penitencial de la Vera Cruz. Trabajó en distintas parroquias, en la urbana de San Mateo, como capellán del Colegio Mayor La Salle, para después ocuparse de las franciscanas de Santa Isabel. Contribuyó a su formación cultural, a la renovación y dinamismo de una liturgia más viva, sin olvidar la música de la que disfrutaba. Su capellanía continuó después en las dominicas de Portacoeli y siempre colaboró con el Santuario de Nuestra Señora del Carmen Extramuros.
Se licenció en Filosofía y Letras en 1972 y, solo tres años después se doctoró, mostrándose especialista en el Siglo de Oro español. Su dimensión universitaria se multiplicaba, no solamente en su labor investigadora sino también como profesor titular de Literatura Española y como director durante muchos años de los Cursos para Extranjeros, además de impartir las lecciones propias de Literatura Española para doctorandos de la Universidad de Puerto Rico. Indispensable fue su contribución a los capítulos literarios de la Historia de Valladolid que publicó el Ateneo de Valladolid, junto con los grandes de la historiografía vallisoletana en un diálogo interdisciplinar, con la coordinación de Josemaría de Campos Setién. Se ocupó también de 'La literatura en Valladolid en el siglo XX' hasta la conclusión de la Guerra, con un segundo tomo de gran interés en compañía de Isabel Paraíso; se interesó de los 'Castellanos y Leoneses cronistas de Indias', sin olvidar el 'Cancionero amoroso del Siglo de Oro' y sus contribuciones en el V Centenario del doctor de los poetas, San Juan de la Cruz, en compañía de Irene Vallejo, María Jesús Mancho o Teófanes Egido. Él buscó unir vivencia religiosa y expresión poética del autor: lo que a él le gustaba hacer, vincular cultura con espiritualidad.
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