Los castañeros regresan a Valladolid: «El otoño no sería lo mismo sin nosotros»
Los puestos callejeros prevén una temporada «bastante animada» tras un año «flojo» y confían en que el encendido navideño «impulse» las ventas
Puede decir la Agencia Estatal de Meteorología lo que quiera, que el otoño no llega a Valladolid hasta que no lo hacen ellos: los castañeros, con sus pequeñas casetas de madera y esa enorme sartén de acero pulido para saltear los frutos asados. No falla. Como el Almendro en Navidad, cuando las temperaturas se desploman, los abrigos ganan grosor y los nudillos se enrojecen, regresa a las calles de la capital ese aroma tan característico que le devuelve a una a su infancia, a los fríos inviernos junto a la cocina bilbaína de los abuelos. «La verdad es que con este frío apetece comerse unas castañas calentitas para entrar en calor», reconoce Vanesa Sáez, una de las 'culpables' de que en el centro ya huela a otoño.
Cree que sin ellos esta época «no sería lo mismo». «La gente sabe que las castañas son un producto exclusivo de otoño e invierno y no lo desaprovecha», sostiene esta mujer –39 años, cuarta generación de una familia de feriantes, más de media vida dedicándose a voltear castañas–.
Lleva tan solo tres días con el puesto instalado a los pies de la enorme bola de Navidad de la plaza de Zorrilla (otros años lo hace días antes, pero esta vez lo ha tenido que retrasar por cuestiones familiares de salud), pero ese tiempo ha sido más que suficiente para calibrar cómo será la temporada: «buena». «La gente está con ganas, se ve mucho movimiento por la calle y parece que estos meses estarán bastante animados», apunta.
Contrasta este inicio con el del año pasado. Fue «flojo», en general. La covid hizo mella en el sector, agudizó una crisis que ya arrastraban desde tiempo atrás. No vendieron demasiados cucuruchos. Ni tan siquiera los justos para cubrir los gastos derivados de instalar el puesto y adquirir los frutos. Pese a ello, ni Sáez ni el resto de castañeros han subido los precios: tres euros la docena; un euro y medio, seis castañas. «Hemos pasado un año muy difícil; la última feria que hicimos (regenta también un puesto de artículos falsos, de bromas) fue la de San Lorenzo, en 2019. Desde entonces ha ido todo muy a cuentagotas», recuerda.
«El año pasado había restricciones, más casos de covid y había más miedo; esta vez la gente está respondiendo bien»
Mira el sector de reojo hacia final de mes, cuando Valladolid encienda su Navidad. El motivo –coinciden varios profesionales– es porque la iluminación «siempre» es un atractivo que «impulsa» las ventas. Desde ese mismo día 25, jueves, y hasta después del puente de la Constitución, los puestos de castañas celebran su 'agosto'. «También se monta el mercado de Recoletos y, con todo, la gente sale más a la calle. Cuanta más gente haya fuera, más posibilidades tenemos de vender», añade Sáez, mientras precisa que, en cualquier caso, por muy bien que se dé este año, hasta el próximo «no volveremos a trabajar con normalidad». «Ahora se está reactivando todo, pero aún queda», sentencia.
Quien también considera que las próximas semanas serán «buenas» es Begoña García, castañera en la calle Constitución. Coincide con Vanesa Sáez en que 2020 fue «flojillo». «Había restricciones, más casos de coronavirus y se veía que la gente tenía más miedo, estaba más reticente a todo, pero este año tienen ganas y parece que la venta irá mucho mejor», afirma esta vallisoletana, asentada cada otoño junto a Santiago desde hace «lo menos» dieciséis años.
«No da para vivir»
Instaló la caseta de madera, como cada año, para el puente de Todos los Santos. En estos quince días –comenta– los vallisoletanos están respondiendo «bastante bien». Y eso que «lo mejor», como se refiere al mes de diciembre, está por venir. «Pronto empiezan las campañas de Navidad, los descuentos, el encendido, dan las vacaciones a los niños... Y todo eso se nota», asegura, sin despegar la mirada de la vieja hoja de periódico que está a punto de convertirse en cucurucho.
Estarán los puestos de castañas diseminados por la ciudad, si la producción lo permite, hasta finales de enero. Exprimirán al máximo estas semanas, aún a sabiendas que «no se puede vivir» de asar castañas. «Vivir, lo que es vivir... No da, pero sí que ayuda; es un negocio que solo dura dos meses», admite García. «Está claro que hay que complementarlo con otra cosa, es imposible mantenerse con lo que ganamos aquí», continúa Sáez.
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