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El hermoso jardín de los apasionados al bonsái en Laguna de Duero

«El primero, casi siempre, se nos suele morir». Lo dice, sin tiritas ni tapujos, Javier López, uno de los integrantes de la asociación Bonsái Laguna, colectivo que reúne a una quincena de personas apasionadas de la jardinería en miniatura, de esta técnica con raíces en Japón, ramificaciones por todo el mundo y que combina la horticultura, el gusto estético… e incluso la meditación. «En mi caso, la culpa de todo la tiene 'Karate Kid'.

«Allí vi un bonsái y me llamó la atención. Yo estaba recién casado, mi mujer me regaló mi primer árbol y comencé a investigar. Al principio, no hacía más que matar árboles», asegura Javier. ¿Por qué? «Hace unos años, cuando nosotros empezamos, apenas existía Internet. Tenías que informarte a través de libros y de revistas especializadas», cuenta María Jesús Fernández.

El problema es que buena parte de este material estaba traducido directamente del japonés, de acuerdo con las claves que rigen en aquel país… y el clima no se corresponde con el que disfrutamos (o sufrimos) en la meseta castellana. «Hay que tener eso en cuenta, claro». Por eso, aseguran, es tan importante la figura de un maestro (en su caso fue Manuel Lorenzo), de unas fuentes fiables de información o de un grupo como este, que todos los miércoles se reúne en Laguna, y que les permite compartir consejos y recomendaciones. «Hasta que no te apuntas a un grupo así, no avanzas», reconoce Luis Miguel Fernández.

«Al principio todos empezamos de forma autodidacta, pero lo mejor es compartir experiencias con otros», dice Flor Cobos, quien se llevó a casa un «pobre ficus» que vio en uno de los lineales del Ikea. «Me dio tanta pena que lo compré». Fue así como se adentró en un mundo del que, asegura, nunca se deja de aprender. «En Europa empezamos desde cero, no tenemos el bagaje cultural que tienen en Japón, donde desde pequeños conocen estas técnicas».

«Una de las claves es tener paciencia. El bonsái es un arte y requiere tiempo. Muchas veces vemos un bonsái y no nos damos cuenta de que detrás hay diez o quince años de trabajo», cuenta Javier. Regar, abonar, podar raíces («para meterlo en un cuenco pequeño hay que dejar las buenas»), quitar las ramas que compitan con el tronco, reducir hojas y exfoliar… Para ello, utilizan podadoras específicas para cada labor (la 'kuikiri' sirve para un corte especial hacia dentro) y alambres de aluminio y de cobre, que sirven para darle forma a la rama. «La belleza en el bonsái es justo al revés que la del ser humano. Las personas queremos aparentar menos edad de la que tenemos. En el bonsái, lo bonito es representar más edad. Porque los años no tienen tanta importancia como lo que ese árbol te transmite», indican desde la asociación, presidida por Félix Arribas.

Óscar Morán conoció al grupo a través de Internet. «Lo mejor de cultivar bonsáis -dice- es la paz que te transmite su práctica y que, además, te permite desarrollar tu capacidad artística a través del diseño de árboles». «Te regala tranquilidad», apunta Gonzalo Calleja mientras, en la mesa de al lado, Bernardo González mima uno de los cerca de 80 bonsáis que cuida en su casa. «Empecé hace nueve años, cuando me jubilé», asegura Bernardo, uno de los integrantes de este colectivo que cultiva en Laguna su pasión por los bonsáis.

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