No demasiado explícito
«El escritor nunca fue efusivo en sus manifestaciones, pero me profesó un afecto cálido y sincero»
Estamos ya de lleno en el año Delibes, en 2020, en el año del centenario de su nacimiento, en 1920. Y yo sigo evocando mis « ... horas» al lado del escritor. Y hete aquí que cuando dejé caer, en mi «hora» de la semana pasada, lo del abrazo en el «más allá», algún lector me preguntó si Miguel Delibes era efusivo en su manifestaciones de amistad.
No, no lo era. Nunca lo fue. El novelista siempre me profesó un afecto cálido y sincero, si bien nunca exagerado en sus manifestaciones o efusiones externas. Nunca demasiado explícito, quiero decir. No iba con su modo de ser.
Tres fueron los abrazos que me dispensó Delibes a lo largo de nuestra relación amistosa: cuando le comuniqué la muerte de mi padre; cuando él me comunicó que le habían diagnosticado un cáncer de colon y tenía que ser intervenido quirúrgicamente; y cuando –precisamente unos meses antes– nos reunimos para uno de nuestros paseos, y yo acababa de terminar de leer el original de su novela 'El hereje'.
Me mostré entusiasmado, me atreví a recitarle de memoria un fragmento de la luminosa declaración de Minervina Capa ante la Inquisición, pasaje con el que culmina el libro, y los dos nos dimos un abrazo. Así fue y así lo cuento.
«Detesto los cuebrones»
Aunque vuelvo a insistir en que Miguel Delibes nunca fue dado a las sensiblerías. Le repelían más bien. En la vida y en la literatura. Era lo más opuesto a la literatura blanda.
Una prueba patente y pública la dio el novelista con ocasión de la publicación –y vuelvo una vez más a este título– de 'Señora de rojo sobre fondo gris'.
Ya sospechó él, apenas salida la novela a las librerías, que el texto pudiera ser juzgado y comentado más como biográfico que como literario. «Lo que importa, o debería importar al menos, es la novela en sí misma –me comentaba en una de nuestras rondas–, no lo que tenga o no tenga de autobiografía».
Y sus sospechas y temores pronto se hicieron patentes en una entrevista que le hizo por teléfono un periodista de ABC, publicada el 6 de octubre de 1991, y que tituló con esta frase textual que, sin embargo, nunca salió de labios de Delibes: «He pagado una deuda de amor». Así, entrecomillado y a doble página del periódico.
Le faltó tiempo a Delibes para enviar una carta al director del periódico en la que, tras agradecerle las «constantes atenciones que dedica a mi persona y mis libros», manifiesta el escritor que no puede estar de acuerdo con ciertos términos de la aludida entrevista: «(...) la frase a doble página que le da título, así como ciertos aderezos literarios de mis respuestas, nunca salieron de mis labios». «Disculpe esta chinchorrería –terminaba Miguel Delibes– pero, a pesar de estar de moda, detesto la literatura de los culebrones».
Tajante
Más de una vez he oído el comentario de que Miguel Delibes tenía un carácter seco, desabrido en ocasiones, «castellano», por decirlo bien y pronto. Yo que compartí tantas «horas» junto a él, nunca fui de tal opinión.
No era amigo, nunca fue amigo, que es otra cosa, de carantoñas, componendas y menos de que nadie tratase de manejarlo o hacerle comulgar con ruedas de molino. Como cuando José Manuel Lara, fundador y patriarca de editorial Planeta, viajó a Valladolid para pedirle al novelista que presentase un libro al Premio Planeta y Miguel Delibes rehusó el ofrecimiento.
Yo estuve presente en aquella entrevista entre ambos y Miguel Delibes fue tajante y contundente en su respuesta y argumentación. Creo que no es necesario explicar más... (O puede que otro día)
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