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Rubén v. justo
Sábado, 26 de enero 2019, 10:03
Su currículum es amplio. En 2012 convenció a Benedicto XVI redactara su primer 'tuit'. Experto en Tendencias, Innovación y Branding ha sumado 25 años de experiencia en posicionamiento digital. Inauguró ayer un ciclo de Conferencias promovidas por Empantallados sobre la relación que tiene la tecnología en la vida familiar. En su charla -celebrada en el Teatro Calderón- analizó las formas que tiene la familia de interactuar con la tecnología
-¿Usa calculadora Casio?
-No.
-Supongo que tampoco Mp3.
-Noooo. No, no. Utilizo Spotify.
-Entonces la utilidad que tiene el móvil...
-Todo. Es el reloj, centro de mensajería, centro de entretenimiento, trabajo, ocio. Todo está ahí, es una pasada.
-¿El móvil también sirve para distanciar a la gente?
-En ocasiones es un refugio. Cuando te aburres en una conversación es fácil que acudas a él. Pero sacar el móvil es un elemento que comienza a estar mal visto socialmente. Es fácil ser majo a través de WhatsApp y eso conlleva confundir la amistad. A mi juicio requiere presencia y charlar. A veces nos pueden resultar más atractivas las relaciones que tenemos a través de los móviles que las de carne y hueso. Y eso supone autoengañase un poco.
-¿Existe adición entre los jóvenes?
-Desde un punto de vista médico y clínico es una relación de dependencia en la que uno pierde el control. En Japón hay un caso muy interesante: el de los 'hikikomoris'. Gente que vive en casa y solo compra a través de Internet. Pero son casos extremos. Hay ciertas obsesiones como que chicos y chicas no sean capaces de cortar una serie de Netflix o que jueguen a fortnite durante muchas horas. Pero no llega a lo médico. Esta situación se debe, en parte, a que ahora todo es inmediato y ello genera cierta dosis de dopamina.
-¿La cultura del esfuerzo toca a su fin?
-Cuando no tienes otros factores en tu vida que equilibren esa situación puede generar ansiedad. Como el móvil me da rápido lo que le pido, pienso que puedo esperar lo mismo de las personas. Creo que esta forma de discurrir se da sobre todo en las generaciones millenial y zeta. Aunque no en todos los casos. Por ejemplo, la cantante Rosalía lleva trece años estudiando música y ha trabajado mucho para estar donde está ahora. Hay ejemplos muy positivos de nuevas generaciones que tienen en consideración la cultura del esfuerzo y de la paciencia. Creo que son virtudes que a nivel educativo hay que fomentar mucho.
-Pero, ¿a día no cree que sin el móvil estamos 'en pelotas'?
-Pues creo que sí y que no. Sí porque efectivamente es una prenda diaria y porque si salimos sin el móvil nos falta algo. Pero también esa relación de apego al móvil se está diluyendo, creo que estamos intentando educarnos para no hacernos tan dependientes de la tecnología.
-¿Le suena lo que es la nomofobia?
-Lo he oído pero no me suena.
-Según datos recientes una de cada veinte personas son nomofóbicas o adictas al teléfono móvil. ¿Ese tipo de adicción es similar a otras?
-No soy experto en psiquiatría, pero lo que me han dicho personas que sí saben es que hay comportamientos obsesivos. Estar enganchado y ser adicto no es lo mismo. Un adicto pierde el control total de su vida.
-Usted fue adicto.
-Sí. Fui muy dependiente y tuve un comportamiento un poco obsesivo durante un tiempo.
-¿Cómo lo supo?
-Por el número de veces que cogía el móvil y la atención desmedida que le prestaba respecto a las situaciones cotidianas. Te importa más un 'tuit' que una persona que te dice que quiere hablar contigo.
-¿Las redes sociales potencian el egocentrismo y narcisismo?
-Está claro que las aplicaciones móviles y las redes sociales están hechas para captar nuestra atención. Porque sus ingresos dependen del tiempo que estamos conectados. Los anunciantes pagan por saber cuál es nuestro perfil para así mostrar adecuadamente sus anuncios. Somos como perros de Pavlov con los que experimentan para que seamos más dependientes. Intentan explotar la vanidad personal, el deseo de conexión con otras personas y, a veces, tratan de fomentar el miedo y el odio.
-¿Miedo y odio...?
-Sí, sí. Nos enganchan mucho los contenidos controvertidos, escandalosos y violentos. Las empresas lo saben. Construyen representaciones que intentan estimular los recursos emocionales y que provocan un sentido de alerta. Ojo que esto ha pasado, ojo que esto acaba de pasar, ojo que esto puede pasar esto mañana. Manejan muy bien las emociones.
-¿Conoce la serie 'Black Mirror'?
-Sí
-Hay un episodio en el que se valora a la gente como a los productos de Amazon y ello determina su reputación y estatus en la sociedad. ¿Podrían darse casos similares en el futuro?
-En China hay instaladas millones de cámaras en la calle que tienen la capacidad de identificar a cada persona. Quien tire basura al suelo de la calle será penalizada fiscalmente y quien tenga un comportamiento positivo podrá acceder a la sanidad pública más rápido. En Australia, el congreso ha aprobado realizar videoseguimientos a las personas más violentas. En Inglaterra ha habido una discusión, pausada por el brexit, de cómo las cámaras pueden prevenir crímenes. Lo que se está comenzando a hacer a lo mejor escandaliza a ciertas personas porque aún no lo hemos vivido, pero tal vez dentro de cincuenta años a la gente le parezca normal.
-Como en 1984
-Eso es, exactamente. 'Big Brother'.
-¿Es posible desengancharse de las redes sociales cuando se trabaja con teléfonos inteligentes?
-Algunas empresas gamifican el trabajo para implicar más a sus trabajadores. Otra línea menos positiva es monitorizar la actividad de sus empleados en Internet. Es verdad que tenemos que aprender a ser más disciplinados. Pero no creo que la cuestión sea prohibir que la gente utilice el teléfono en sus centros de trabajo.
-¿No es díficil diferenciar o apartar la vida personal de la laboral cuando estás trabajando?
-Es dificil, pero mi experiencia dice que hay que intentar hablar con la familia y amigos para pactar ciertas condiciones. No es lógico que una persona te haga una llamada de una hora y media a las 12:00 horas. Hay que llegar a un acuerdo sobre las condiciones del uso que le daremos a las redes sociales. En parte para no perder el tiempo mientras realizamos una actividad determinada.
-¿No es ridículo pactar para evitar que alguien se enfade porque no le respondes un mensaje?
-Sí, pero nos pasa a todos. Estamos en una sociedad en la que todo es para ya. Pensamos que las personas van a contestar ya. Según tengo constancia, hay muchísimas crisis matrimoniales que tienen un reflejo muy dramático en Whatsapp. Que alguien diga un simple 'ok' puede causar problemas... Creo que ahí estamos aprendiendo que no todo es urgente y que un mensaje a través de Whatsapp es interpretable. No debemos esperar que haya unos patrones fijos porque estos surgen de forma natural.
-¿Deberían llevarse al sistema educativo actual?
-Creo que se irán incorporando en los colegios de la misma manera que en un momento dado se establecieron ciertos comportamientos en la sociedad. Un alumno en clase no tira un clicle al suelo. No es porque nadie se lo haya explicado sino porque simplemente hay una convención social. Creo que las convenciones sociales en torno a la tecnología están surgiendo ahora. Hay muchos colegios que prohiben la entrada de teléfonos a las aulas y cada vez hay más gente que espera que la gente no saque el móvil en medio de una conversación. Siempre que la teconología irrumpe provoca disrupciones y distintas formas de hacer las cosas. Con el paso del tiempo la gente va aprendiendo.
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