El río Zapardiel y el amor
El afán desesperado por conquistar el corazón de la mujer amada explica, según la tradición popular, que Medina del Campo sea bañada por este afluente del Duero
El río Zapardiel, que nace en la sierra de Ávila y desemboca en el río Duero, pasa por la localidad vallisoletana de Medina del Campo gracias a curiosos avatares amorosos. O al menos eso es lo que cuenta la leyenda. Ocurrió hace siglos, en tiempos en los que los habitantes de Medina soportaban con arduo pesar el hecho de tener que vivir en una población seca, sin fuentes ni arroyo. Por Medina, en efecto, no pasaba un solo curso de agua y, para colmo, la sequía que azotaba la región se dejaba sentir doblemente. «Medina vivía sin agua, sedienta y abrasada, en medio de aquellas vastas y soleadas llanuras de Castilla», comienza este relato popular, recopilado a finales del siglo XIX por Víctor Balaguer..
Fue entonces cuando llegó un apuesto forastero, joven y de familia rica. Pasó unos días en Medina y coincidió con una de las muchachas más hermosas de la nobleza local. El arrogante forastero se enamoró perdidamente de ella. La cortejó con insistencia, la prometió felicidad y riqueza, le habló de lo poderosa que era su familia, de las hazañas que acumulaban, del favor real de que gozaban. Pero no había manera: la joven medinense se resistía a aceptarle como marido.
En efecto, «porfiaba el galán, pero la dama dio en ser para él tanto más zahareña y dura cuanto él más enamorado y rendido, y ni se daba a partido ni siquiera por cortesía aceptaba sus presentes y regalos. Todo cuanto él intentaba para complacerla se convertía en su propio daño. No lograba vencer su condición rebelde», señala Balaguer.
De pronto, una nueva y terrible sequía vino a azotar a los habitantes de la localidad. Sus consecuencias fueron devastadoras, hasta el extremo de arruinar a los ricos y hundir a los pobres aún más en la miseria. Como el joven caballero seguía cortejando a la doncella, ésta tomó una increíble iniciativa: mandó a una de sus sirvientas a decirle que le aceptaría el día en que consiguiera que el río Zapardiel, que pasaba a muchas leguas de Medina, regase los campos y las huertas que rodeaban su casa. «Sólo seré vuestra el día que el Zapardiel pase por Medina», fue la frase.
Desesperado, el forastero ya había emprendido rumbo a casa cuando pasó, precisamente, junto a la orilla del río. Entonces se quedó un rato pensativo. Era tan fuerte el amor que sentía por la joven, que no se lo pensó dos veces: mandó buscar una enorme cuadrilla de trabajadores y empeñó toda su fortuna en formar un nuevo cauce para el Zapardiel, que consiguiera hacerlo pasar por Medina del Campo. No cejaría en el empeño, pensó, hasta ver materializado el deseo de su amada.
Pasaron muchos días. Tantos, que la muchacha casi se había olvidado de él. De pronto, una mañana, al despertarse, escuchó con asombro un ruido insospechado, semejante al discurrir de las aguas. Se asomó a la ventana y lo vio con sus propios ojos: el río Zapardiel regaba sus huertas, pasaba junto a su palacete y se lanzaba en rápidos remolinos gracias al nuevo cauce abierto por el caballero.
«Invirtió en ella muchos caudales, empleó tiempo y trabajo y, por fin, a fuerza de empobrecer su hacienda y fatigar la tierra, el bondadoso Zapardiel aceptó el nuevo camino que le abría aquel pobre loco de amores, y apareció de pronto bañando los muros de la casa solariega en que moraba la que, sin saberlo ni soñarlo, había obrado aquel milagro», cuenta el relato. Éste no aclara si la joven accedió a casarse con él, pero todo hace suponer que sí. Lo cierto es que, gracias a la fuerza del amor, Medina del Campo tuvo agua y campos fecundos.
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