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Imagen antigua de la calle Arco de Ladrillo, donde se hospedaba el joven sospechoso. ARCHIVO MUNICIPAL
El Cronista

Cuando Valladolid entró en pánico por un posible atentado anarquista

La detención, en julio de 1910, de un joven barcelonés acusado de preparar la muerte del Rey a su paso por la ciudad generó una alarma totalmente infundada

Enrique Berzal

Valladolid

Martes, 17 de junio 2025, 06:53

En la memoria de muchos vallisoletanos persistía el recuerdo de aquel atentado anarquista que en agosto de 1897 acabó con la vida del presidente del Gobierno, Antonio Cánovas de Castillo, y más aún la secuencia violenta de 1905 y 1906 contra el rey Alfonso XIII: el primer año durante una visita a Paris, y el 31 de mayo de 1906 tras la boda con la princesa inglesa Victoria Eugenia de Battemberg, cuando Mateo Morral lanzó una bomba al paso de la carroza real que acabó con la vida de veintitrés personas e hirió a un centenar. Y es que el monarca español era el principal objetivo de los anarquistas que promovían el atentado como medio de acabar con la sociedad burguesa y con sus principales sostenedores, no en vano Alfonso XIII era la cabeza visible del Estado. No nos debe extrañar, por tanto, lo que ocurrió en Valladolid hace 115 años.

La información reservada la recibió el gobernador civil, Luis Fuentes, directamente de Madrid: un complot anarquista en Valladolid pretendía acabar con la vida del rey, que al día siguiente, 15 de julio de 1910, pasaría por la estación en el sudexpreso que se dirigía a Segovia. La información iba acompañada del retrato del presunto encargado del atentado. Fuentes movilizó a la policía y a la Guardia Civil, que no tardaron en registrar todas las casas de huéspedes y posadas, más algunos domicilios particulares. La noticia saltó a la prensa nacional el mismo 15 de julio: a las siete y media de la tarde del día anterior, los guardias civiles Antonio Arroyo y Félix Martín habían detenido a un individuo que encajaba casi a la perfección con el retrato. Lo encontraron en la cantina situada frente a la posada del Trapero, en el Arco de Ladrillo, donde se hospedaba, y lo llevaron detenido al cuartel de la benemérita. De ahí lo condujeron a las dependencias del gobernador y luego, una vez interrogado por el juez de instrucción, a la cárcel de Chancillería, donde lo dejaron incomunicado. Ni que decir tiene que la ciudad entró en pánico.

El supuesto anarquista se llamaba Vicente Moya Vitar (otras informaciones cambian su segundo apellido por Pita, Pitar, Pistol e incluso Vileño) y era natural de Barcelona. Había levantado las sospechas de las fuerzas de seguridad porque, llegado a la ciudad el día 10, no llevaba equipaje ni documentación alguna. «Viste americana clara, pantalón a cuadros blancos y negros y zapatos color avellana. Todo en buen estado. Lleva la cara completamente afeitada». Este último dato era el único que no encajaba con el retrato, pues este presentaba a un individuo con bigote; pese a ello, el parecido era incuestionable, informaba el periodista. Vicente, que tenía veinticuatro años, aseguraba que había venido a Valladolid a vender puntillas y pañuelos en la plaza del Campillo y calles aledañas, y que no tenía nada que ver con los anarquistas.

Arriba, cárcel de Chancillería, donde recluyeron por error a Vicente Moya. Abajo, plaza de la Cruz Verde, donde fue visto con otra persona, y noticia sobre su detención publica en la prensa nacional. ARCHIVO MUNICIPAL/EL NORTE
Imagen principal - Arriba, cárcel de Chancillería, donde recluyeron por error a Vicente Moya. Abajo, plaza de la Cruz Verde, donde fue visto con otra persona, y noticia sobre su detención publica en la prensa nacional.
Imagen secundaria 1 - Arriba, cárcel de Chancillería, donde recluyeron por error a Vicente Moya. Abajo, plaza de la Cruz Verde, donde fue visto con otra persona, y noticia sobre su detención publica en la prensa nacional.
Imagen secundaria 2 - Arriba, cárcel de Chancillería, donde recluyeron por error a Vicente Moya. Abajo, plaza de la Cruz Verde, donde fue visto con otra persona, y noticia sobre su detención publica en la prensa nacional.

Además de interrogar al dueño de la posada del Trapero, quien confirmó que el joven no llevaba equipaje y pagaba tres pesetas al mes por alojarse «en régimen de pupilaje», es decir, que solo iba a comer y dormir, por orden del juez se registraron los domicilios de otras personas que habían establecido contacto con él: un relojero llamado Benigno Losada, cuyos padres le prestaron tres pesetas, el dueño de la cantina de la plazuela de la Cruz Verde, que tenía fama de anarquista y donde Vicente merendó el día 13 en compañía de otro hombre, y la casa del viejo republicano Agliberto Vázquez, en la calle Mantería. Pero no solo no hallaron nada inculpatorio, sino que poco después la policía constató que el principal oficio de Vicente era el de carterista y timador. Así lo confirmó el 16 de julio el encargado del servicio de tren de Madrid a Irún, Luis López Llamas, que lo conocía bien: a Vicente, apodado «Puntillero», lo habían detenido en Valencia durante una visita de Alfonso XIII para, aprovechando la aglomeración de gente, afanar carteras. Y algo parecido hizo en Barcelona, por lo que estuvo cuarenta y cinco días preso.

Además, el joven Moya tenía antecedentes por robo en trenes, y también empleaba la táctica conocida como «El pobre Valbuena» para timar a la gente. Esta consistía en maquillarse con unos polvos que marcaban ojeras y palidecían la cara, lo que le permitía pasar por enfermo y pedir ayudas: de este modo le sacó tres pesetas a la madre de Benigno Losada, otras tres al dueño de una casa de huéspedes situada en la calle de la Galera Vieja, y algunas limosnas a la gente que pasaba por la Academia de Caballería. La conclusión era clara: el tal Vicente, que seguía incomunicado en la cárcel de Chancillería, «más parece un ratero ramplón que un anarquista temible», sentenciaba El Norte de Castilla. Otros periódicos se mofaban de la policía y del gobernador civil calificando de «planchazo» su actuación, si bien este último aseguraba que los verdaderos anarquistas, que eran dos y procedían de Valencia, habían logrado escapar días atrás de Valladolid en una tartana tirada por tres caballerías, tomando la carretera de Segovia. Pocos le creyeron. Vicente Moya, por su parte, fue puesto en libertad el día 17. Dos meses después volvió a ser detenido en Zaragoza por otro robo.

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