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El Acueducto de Segovia, visto desde El Salvador y uno de los escenarios más madrugadores de la revuelta, en una fotografía de 1852. Tenison-Colección de Juan Francisco Sáez (Doblón)
Comuneros V centenario

Huellas comuneras en edificios de la región

Patrimonio ·

Iglesias, castillos, plazas y calles castellanas y leonesas guardan la memoria de la Guerra de las Comunidades

Domingo, 31 de enero 2021, 08:15

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Aunque la rebelión comunera comenzó y terminó en Toledo, tuvo su epicentro fundamental en tierras castellanas y leonesas. 500 años después, no es difícil reconstruir la senda comunera en nuestra comunidad, testigo de aquellas jornadas cruciales para la historia de España. Cabría preguntarse, por tanto, dónde perviven las huellas más representativas de este acontecimiento histórico sobre el que se apoya la fiesta de Castilla y León, qué lugares rememoran las etapas más importantes de la Guerra de las Comunidades.

En el convento segoviano del Corpus arrancó la revuelta. Ocurrió el 29 de mayo de 1520, durante la asamblea anual para elegir a todos los oficiales ejecutivos y cargos de representación, y se saldó con el asesinato del corchete Hernán López Melón por apoyar al corregidor. El templo actual se levanta en el solar que ocupó la Sinagoga mayor, prácticamente devastada por un incendio en 1899.

También el Azoguejo de Segovia se convirtió en madrugador escenario de la revuelta, al congregarse allí la multitud y prender a Roque Portalejo, que amenazaba con delatar a los amotinados, corriendo la misma suerte que López Melón. En las proximidades de la iglesia de San Miguel hicieron otro tanto con el procurador Rodrigo de Tordesillas, a quien estrangularon antes de colgar su cadáver junto a los otros asesinados. En el bando contrario se significó el Alcázar, bastión realista cuya resistencia trataron los comuneros de socavar desde la antigua catedral: la lucha causó la destrucción de la antigua seo segoviana, que se encontraba en la actual plazuela del Alcázar.

La revuelta arrancó en Castilla y León el 29 de mayo de 1520 en el convento segoviano del Corpus

Cambiamos de provincia y nos trasladamos a Burgos, concretamente al Palacio Episcopal, primer foco del amotinamiento comunero como respuesta al incendio de Medina del Campo, en agosto de 1520, por parte de los imperiales. Un mes antes, el condestable había reunido a los procuradores de vecindades en la capilla de Santa Catalina de la catedral para tratar de calmarles. Las crónicas también relatan cómo la multitud airada se dirigió a la iglesia de Atapuerca (otros dicen que fue a la de Vivar del Cid) a buscar al aposentador real, Giofredo Garci Jofré de Cotannes, a quien terminarían asesinando.

El convento de San Francisco de Zamora, extramuros (hoy sede de la Fundación Hispano Portuguesa Rei Afonso Henriques), acogió a dos comuneros de renombre, Pero Lasso de la Vega y Pedro de Ayala, encargados de incitar los ánimos a favor de su causa. Además, en la Plaza Mayor fueron quemadas las estatuas de los procuradores Bernardino de Ledesma y Francisco Ramírez por votar a favor del servicio solicitado por Carlos I en las Cortes de La Coruña.

A la izquierda, casa de Juan Bravo en Segovia a principios del siglo XX.A la derecha arriba, Casa de las Conchas de Salamanca, que fue propiedad de la familia Maldonado. Debajo, arco e iglesia de Santa María de Villabrágima en los años setenta. Ministerio de Cultura y Archivo Municipal

En León, el enfrentamiento entre los Guzmanes, principales partidarios de la revuelta comunera, y los Quiñones se desarrolló, fundamentalmente, en las plazas de San Marcelo (entonces San Marciel) y Santa María de la Regla, en las inmediaciones de la catedral –cuyo cabildo, por cierto, también se mostró partidario de la causa comunera–, siguiendo por las calles de la Ollería, Rúa Mayor y Herrería de la Cruz. De hecho, el famoso Palacio de los Guzmanes, en la plaza de San Marcelo, fue mandado construir por el líder comunero local Ramiro Núñez de Guzmán.

La capilla del Cardenal de la catedral de Ávila fue sede del primer gobierno comunero, reunido el 1 de agosto de 1520. Esta Santa Junta, presidida por Pedro Laso y el deán de Ávila, otorgaba gran protagonismo al elemento popular, representado por el tundidor Pinillos y, a través de la llamada 'Ley perpetua del reino de Castilla', estableció el proyecto político inicial de las Comunidades.

Más trágica fue la huella dejada por los imperiales en la localidad vallisoletana de Medina del Campo, pues en agosto de 1520, la negativa del Concejo y de sus habitantes a prestar el arsenal de artillería fue contestada por el capitán Antonio de Fonseca con la quema de algunas casas del exterior de la población. El tipo de materiales con que estaban construidas y la entrega de sus habitantes a la defensa de la plaza terminaron por provocar un devastador incendio en el centro de la villa, que acabó con casi todo: el convento de San Francisco, las calles céntricas, las casas particulares, los monumentos, las mercancías de los comerciantes… todo lo más representativo e importante de la ciudad.

Fotografía antigua de la Plaza Mayor de Medina del Campo. Ministerio de Cultura

Tordesillas, también en Valladolid, se convirtió en capital circunstancial de la rebelión comunera cuando, el 29 de agosto de 1520, las tropas de Juan de Padilla, al frente de las milicias de Toledo, Madrid y Segovia, entraron en la ciudad. Intentaban conseguir el apoyo explícito de la reina Juana, a quien visitaron en su palacio (ya desaparecido), aunque finalmente no lo obtuvieron. El seguimiento de las huellas comuneras obliga a detenerse en Villabrágima, localidad convertida en noviembre de 1520 en sede del cuartel comunero, liderado por Pedro Girón. Además, en su iglesia de Santa María fray Antonio de Guevara, enviado por el bando realista, trató infructuosamente de alcanzar un acuerdo con el obispo Acuña.

Mientras tanto, Medina de Rioseco, feudo del almirante de Castilla, no tardó en convertirse en el núcleo del rearme imperial contra las Comunidades, atemorizados los nobles por el movimiento antiseñorial desatado en Tierra de Campos. El último destello de poderío comunero tuvo como escenario la localidad vallisoletana de Torrelobatón, propiedad, precisamente, del almirante de Castilla, cuya situación estratégica, en la línea que une Valladolid, Medina de Rioseco y Tordesillas, se antojaba decisiva para avanzar en los intereses de la Comunidad. La campaña la preparó a conciencia Juan de Padilla, que, tras tres días de duro asedio, se hizo con ella el 29 de febrero de 1521.

La capilla del Cardenal de la catedral de Ávila fue la sede del primer gobierno comunero

Villalar marca el trágico y simbólico final del trayecto. El 23 de abril de 1521, en una campa próxima a la localidad, concretamente en el lugar denominado Puente de Fierro, sobre el arroyo de los Molinos, los imperiales dieron alcance y derrotaron al ejército de las Comunidades, que se dirigía hacia Toro. Los capitanes comuneros, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco de Maldonado, fueron conducidos primero a la fortaleza de Villalbarba y luego a Villalar. Los decapitaron al día siguiente en la plaza del pueblo, donde se instaló el cadalso y un estrado para los representantes de la monarquía.

Un repaso a las huellas más representativas de la guerra de las Comunidades no puede obviar el lugar donde reposan los restos de los tres capitanes. Es bien sabido que los gobernadores se opusieron al traslado del cadáver de Padilla a Toledo, al sepulcro de su familia, aunque autorizaron depositarlo en el monasterio olmedano de La Mejorada; aún hoy, sin embargo, se desconoce si se cumplió esta disposición o si sus restos reposan en la iglesia de San Juan Bautista de Villalar.

Palacio de los Guzmanes, a la derecha, propiedad del líder comunero Ramir Núñez de Guzmán. Ministerio de Educación

Más difícil es señalar el lugar exacto en el que dieron sepultura a Juan Bravo. Y es que, si bien la tradición los ubica en el antiguo convento dominico de Santa Cruz la Real, desamortizado en el siglo XIX y cuyas dependencias hoy conforman el campus de la IE University, no hace mucho se popularizó la teoría de su traslado, precisamente a raíz de la desamortización, a la iglesia de San Félix, en Muñoveros, localidad de la que era oriunda Catalina del Río, la primera mujer del comunero.

El cuerpo de Francisco Maldonado, por su parte, terminó siendo trasladado a Salamanca gracias a la solicitud del doctor De la Reina, su suegro, hombre muy respetado en la Corte, siendo enterrado en el convento de San Agustín: derruido este por los franceses en la Guerra de la Independencia, se reconstruyó en 1827 para ser desamortizado poco después.

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