
Los 'del común' contra el mal gobierno
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Descontentos ·
Los comuneros no solo reaccionaron contra la llegada al trono de Carlos de Gante, también buscaron un nuevo sistema político con más protagonismo de las ciudadesEl nuevo rey, un muchacho increíble y disparatadamente joven, con una mandíbula muy pronunciada, no causó una impresión favorable en su primera aparición en España. Aparte de que miraba como un idiota, tenía el defecto imperdonable de que no sabía ni una palabra en castellano. Además ignoraba totalmente los asuntos españoles y estaba rodeado de un grupo de rapaces flamencos».
Elaborado por los partidarios de Fernando, hermano menor de Carlos I, este documento, aportado por la historiadora Claudia Müller, expresa en gran medida el sentir de no pocos castellanos ante la llegada a España, en 1517, del nuevo monarca. Lo consideraban una pésima noticia que venía a sumarse a todo un rosario de calamidades. Y es que no es posible entender la revuelta comunera sin indagar en antecedentes algo más remotos.
Por entonces, aquella nueva realidad consolidada en el primer tercio del siglo XIII mediante la unión de los dos reinos, Castilla y León, centro principal de la revuelta comunera, se había convertido en una entidad política mucho más amplia: la Corona de Castilla, estado multiterritorial fruto del afán reconquistador de los reyes castellanos y leoneses, constituido por toda una serie de reinos y territorios anexionados o sometidos a medida que tenía lugar el avance hacia el sur, y que en el siglo XV ocupaba una superficie de 355.000 kilómetros cuadrados y sumaba más de 4,5 millones de habitantes.
Es en este contexto en el que los especialistas resaltan una serie de factores negativos como antecedentes de la revolución. El primero, el progresivo desplazamiento del centro de gravedad económico desde el núcleo castellano hacia la periferia andaluza, sobre todo hacia Sevilla, pero también las consecuencias más lesivas de una coyuntura económica regresiva: caída de la producción de la industria textil segoviana, proliferación de malas cosechas, hambres y epidemias, desplome de los precios entre 1510 y 1515 seguido de un exagerado repunte de los mismos, y la caída, no menos aguda, de los salarios reales.
También influyó el modelo de Estado afianzado por los Reyes Católicos, que algunos califican como «Estado central feudalizado», pues llevó aparejado el languidecimiento de la participación de las ciudades en la vida política y la escasa importancia, representativa y política, de las Cortes. Estas, en palabras de Juan M. Carretero, eran más bien un sistema oligárquico establecido en función de las necesidades exclusivas de la Corona.
Otro elemento de perturbación fue la crisis sucesoria tras la muerte de Isabel I en noviembre de 1504, pues abrió un periodo de inquietudes y conflictos cuyo punto culminante, la elección de Carlos de Gante como rey de Castilla primero y emperador después, actuó como elemento detonante de la revuelta comunera.
En efecto, la subida al trono de un bisoño monarca «extranjero», que apenas sabía hablar español y hacía gala de aficiones poco comunes en nuestro país, generó gran inquietud en las ciudades castellanas. Más aún al decretar nuevas obligaciones fiscales y nombrar a personajes flamencos para los cargos más altos del Estado.
Ya es significativo que las Cortes reunidas en 1518 en la iglesia vallisoletana de San Pablo exigieran al nuevo monarca aprender hablar castellano, que no salieran dineros de Castilla, que los cargos públicos y los beneficios eclesiásticos recayesen exclusivamente en castellanos, excluyendo de los mismos a los extranjeros, y que el Rey estuviera en todo momento al servicio de la nación y nunca por encima de la ley.
La noticia de la elección de Carlos como emperador incentivó una intensa corriente de oposición, pues obligaría a las ciudades a recaudar nuevos y fuertes tributos para hacer frente, en primer término, a la abultada deuda contraída con los Fugger, célebres banqueros del momento, así como a los cuantiosos gastos de viaje; y también, claro está, le obligaría a abandonar la Península camino de Aquisgrán.
A finales de 1519, Carlos I convocaba las Cortes, que habrían de celebrarse en Santiago de Compostela en marzo de 1520; a continuación, concretamente el 19 de febrero de 1520, escribía a Toledo, ya soliviantada por Juan de Padilla y sus partidarios, prohibiéndole concertar con otras ciudades. Ya entonces, la capital toledana había expresado su rechazo a las ambiciones imperiales. Las Cortes de Santiago, tan complicadas que habrían de ser aplazadas hasta el 22 de abril en La Coruña, terminarían por atizar la revolución comunera.
Iniciada en la capital toledana en mayo de 1520, esta tuvo su foco más destacado en el centro castellano, en las tierras situadas en las cuencas del Duero y del Tajo. Además, para temor e indignación de la aristocracia, no tardaría en provocar una intensa revuelta antiseñorial con especial incidencia en Tierra de Campos. Este hecho influyó sin duda en el fortalecimiento del bando imperial.
El carácter revolucionario de la revuelta es patente en los textos comuneros más destacados, sobre todo en la 'Ley Perpetua' de 1520, que modificaba el binomio rey-reino y rechazaba la política imperial por el sacrificio que suponía tanto del bien común como de los intereses propios y legítimos del reino. Proponía, por tanto, la participación directa de los representantes de las ciudades en los asuntos políticos, lo cual exigía dotar de mayor representatividad y eficacia a las Cortes. En definitiva, el ideario comunero establecía un contrato tácito entre el rey y el reino por el cual aquel dejaba de estar por encima de la ley y debía cumplirla en igual medida que los súbditos, rechazando, por tanto, la concepción privativa y patrimonial del Estado que propugnaba el bando imperial.
También está claramente demostrado el componente popular: investigaciones locales resaltan la extracción social de las multitudes amotinadas, compuestas no tanto por vagabundos y delincuentes –como aseguraba la propaganda anticomunera–, cuanto por parados y trabajadores urbanos, especialmente por oficios artesanales y otros muy poco apreciados en la jerarquía laboral del momento (pelaires, cardadores, zapateros, tundidores, cordoneros, pellejeros, etc.).
De modo que la extracción acomodada de los líderes de la revuelta –Juan de Padilla y María Pacheco en Toledo, Juan Bravo en Segovia y Pedro y Francisco de Maldonado en Salamanca– no impide que el movimiento se caracterizase por un mayoritario componente popular, directamente enfrentado a la poderosa nobleza. De hecho, el término comunero haría referencia al «miembro de la Comunidad o del Común de pecheros» (los que pagaban impuestos), diferenciándose así de los caballeros e hidalgos.
El ejército comunero llegó a poner en jaque a los partidarios del Emperador con éxitos como la entrada en Tordesillas en agosto de 1520, donde residía la reina Juana, y la toma de Torrelobatón a finales de febrero del año siguiente. La derrota de Villalar, el 23 de abril de 1521, y la decapitación de los tres líderes, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco de Maldonado, no significó el fin definitivo de la revuelta, que siguió viva en Toledo hasta febrero de 1522, liderada por María Pacheco, la cual, una vez derrotada, habría de exiliarse a Portugal.
Aunque la represión contra los comuneros comenzó inmediatamente después de la batalla de Villalar, se suele citar como hito destacado el Perdón General de Todos los Santos, promulgado por el monarca en Valladolid el 1 de noviembre de 1522; un perdón o amnistía del que quedaron exceptuados 293 nombres, algunos de los cuales ya habían sido juzgados y condenados.
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Óscar Bellot | Madrid y Guillermo Villar
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