De series y seriales
No necesito decir que las ofertas televisivas me superan hasta el punto de que raramente veo algo completo porque acabo yéndome a la piltra ante la posibilidad de quedarme frito en el sofá
Pepón, el hijo grandote de Josito, mi mejor amigo, me ha instalado en casa un cacharro que permite ver, por un precio razonable, decenas de canales televisivos que tienen de todo, como las casas molineras. Cada noche paso el primer cuarto de hora zapeando hasta encontrar alguna serie que me convenza; así, voy de 'Mentes criminales' a 'Chicago P.D' pasando por 'Ana Bolena', 'Sé quién eres' o las dos que más me molan: 'Los Borbones, una familia real', o 'Salvar al Rey', un documental de varios capítulos sobre los esfuerzos de la maquinaria del Estado para «proteger al emérito Juan Carlos I, y ocultar sus escándalos». Como dijo el Conde de Romanones: «¡Joder qué tropa!». Por otro lado, en el domicilio de un familiar directo están suscritos a una plataforma distinta que, por un poco más de dinero, ofrece, además de muchas series y pelis, juegos a porrillo que los enanos de la casa manejan con tanta habilidad que parece que lo mamaron en el paritorio.
No necesito decir que ambas ofertas televisivas me superan hasta el punto de que raramente veo algo completo porque acabo yéndome a la piltra ante la posibilidad de quedarme frito en el sofá y acabar en manos del fisio de cabecera para que me masajee el pescuezo por culpa de una mala postura. No obstante, y como soy un pelín masoquista, a la noche siguiente vuelvo a fundir las pilas del mando a distancia dudando entre irme a la cama o ver series como 'El juego del calamar' cuya trama gira en torno a esta pregunta: «¿Te jugarías la vida por una suma considerable de dinero?». Ya te digo yo que no, salao… No obstante, antes de irme a dormir abrumado por la oferta tengo la costumbre de darme un último voltio por la jungla televisiva buscando alguna serie que me retenga en el sofá.
Una sirvienta en Madrid
Esta abrumadora cartelera contrasta con aquella televisión única de finales de los cincuenta cuando apenas había receptores y las series no se habían inventado ya que, como mucho, podíamos recurrir a tres que recuerde: 'Escala en hi-fi', 'Galas del sábado' y 'Los Chiripitifláuticos'. Hablo de un tiempo en el que pocos tenían tele y casi todo el mundo radio, cuyos seriales gozaban de excelente salud cuando los reyes y reinas de nuestros hogares eran 'Ama Rosa', 'Diego Valores' o 'La saga de los Porretas', que se emitió durante casi un siglo por la cadena SER.
«Los espacios dramáticos en la radio permitían a los españoles alejarse de una realidad de posguerra y pobreza»
En las redes se puede consultar un fantástico documental elaborado por RNE titulado 'Los seriales radiofónicos: emociones por entregas'. El guionista del mismo es Mateo Duarte que nos recuerda que «los espacios dramáticos en la radio, permitían a los españoles alejarse de una realidad de posguerra y pobreza, además de la transmisión del fútbol, los toros, los grandes espectáculos y concursos». Hay que tener una edad y varias dolencias para no haber escuchado la radionovela más famosa que recuerdo, 'Simplemente María', de Guillermo Sautier Casaseca, que en su momento superó los 500 capítulos contando la historia de «una joven que se ve abocada a abandonar su Santander natal para instalarse en Madrid como sirvienta». Pobrecica, lo que tuvo que sufrir esa mujer.
Aunque había distintas formas de dar paso a la serie elegida, me quedo con la pompa y el boato del locutor anunciando: «La Sociedad Española de Radiodifusión presenta 'Ama Rosa', con la gran compañía de actores de Radio Madrid y la reaparición en España del gran actor hispanoamericano Doroteo Martí». Todo ello dicho con una voz impostada que avisaba a los despistados de que lo que venía seguidamente era la obra de Guillermo Sautier Casaseca «que conquistó el corazón de las mujeres americanas».
El guion de casi todas las radionovelas emitidas a principios de los años sesenta era lacrimógeno a más no poder, empezando por esta dedicada a «la madre sufriente, sacrificada que se veía obligada a renunciar a su hijo pero que lograba emplearse en la casa de los padres adoptivos para cuidar de su retoño». Eso era sufrir como Dios manda. O mandaba en aquellos años.
Recurro a mis amigos para hablar de otras series, y Ramón de Pedro me reprocha que intente rememorar aquellos dramones de madres prostitutas, huérfanos abandonados, amores imposibles y sufrimiento, mucho sufrimiento. «Joé, Canta, ¿en qué mundo vives? Esas cosas ya no se emiten por la radio, porque ahora los dramas vienen de Turquía y los 'echan' en la tele de pago». Como veo muy puesto al Pedrolo intento averiguar si él está siguiendo ahora mismo alguno de ellos. «Pues sí, ¿pasa algo? En casa estamos viendo 'Pasión de gavilanes' que tiene casi doscientos capítulos». Cuando le pregunto si no se duerme frente a la tele siguiendo las aventuras de esos tres pavos que entran a trabajar «en la mansión de la familia Elizondo para vengar la muerte de su hermana», confiesa la verdad: «Hombre, a mí me resulta un poquito cargante, pero a mi señora la encanta el protagonista que, según dice, está para mojar pan».
Cuando se une a la tertulia Jesús Cañete, excompañero del curro, y se entera del tema que nos ocupa, pide un clarete y se va al otro lado de la barra mascullando algo que oímos los presentes: «Sois unos coñazos de no te menees». Tocado en mi amor propio digo que hay gente muy sesuda que ha dedicado años a analizar los efectos que causaban las radionovelas en los oyentes de hace medio siglo, como doña Elisa Arias.
Esta profesora de la Universidad Pontificia de Salamanca ha estudiado a fondo la famosísima 'Ama Rosa', recordándonos que «millones de oyentes esperaban religiosamente el capítulo de cada día con ansiedad, despoblando las calles de ciudades y pueblos, dejando desiertos comercios y lugares públicos, sumiendo en el silencio más absoluto talleres, fábricas y otros centros de trabajo donde se seguía con extrema atención la trama y los diálogos de sus radionovelas». Según voy saliendo de la tertulia, oigo al cabronazo del Pedrolo: «Canta, no te pierdas esta noche 'El derecho de nacer' y luego 'Matilde, Perico y Periquín, que son de tu tiempo». De momento, he dejado de hablarle. No por faltón, sino por cateto.
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