La sed de sangre de Mariano
El tiempo parecía haberse detenido en los ocho años que discurrieron entre 1909 y 1901: en ambos casos, tres puñaladas al amigo y sin mediar explicaciones
«La racha de sucesos sangrientos que con tan lamentable frecuencia han venido sucediéndose en los días pasados, parecía afortunadamente interrumpida, cuando la riña ocurrida ayer ha venido a reanudar la terrible serie».
El redactor encargado de cubrir la noticia no oculta su pesar cuando relataba lo sucedido la noche de aquel domingo, 25 de agosto de 1901. Quién sabe si el calor, si el exceso de alcohol o todo a la vez terminó por precipitar la terrible escena presenciada en La Rubia. Pero lo cierto es que el escenario de aquella noche, que había comenzado con una amigable reunión de amigos, se tiñó de sangre en pocos minutos.
A nadie se le habría pasado por la cabeza que fuera a pasar eso después de ver cómo Mariano de Alba Estébanez, Dámaso Moreruela, Buenaventura de la Calle Asensio y un hermano de éste, de corta edad, se conducían en amigable charla por el Paseo de Zorrilla. Era la estampa habitual: tres amigos de toda la vida dispuestos a divertirse.
Lo primero que hicieron nada más llegar a La Rubia fue buscar un lugar cómodo donde merendar. Lo encontraron en el establecimiento de un tal Veguín, donde comieron y bebieron a gusto. Tan animados estaban, que no rehusaron la invitación de otros amigos de asistir a un baile que se organizaba por la zona. No cabe duda de que aquella sería una noche inolvidable...
Todo parecía en calma cuando, una vez terminada la fiesta, salieron en dirección a casa. Comentaban lo ocurrido, se atropellaban al hablar. La charla era cada vez más intensa. Los diálogos subieron de tono. Las afirmaciones comenzaron a convertirse, poco a poco, en imprecaciones. Las confidencias, en definitiva, se tornaron en agria discusión. Tanto, que al llegar a la llamada Fuente del Verdugo, todavía en La Rubia, Mariano estalló. Aseguraba el periodista que «venían discutiendo sobre cuestiones de poca importancia, pero suficientes para exaltar los ánimos».
Mariano fue el primero en sacar el arma blanca. Sin mediar más palabras, se lanzó sobre Buenaventura hundiéndole el cuchillo en la parte izquierda del pecho. «El agresor, después de cometido el delito, huyó precipitadamente con dirección al Arco de Ladrillo, mientras que el Dámaso Moreruela prestaba auxilio al agredido», podía leerse días después en El Norte de Castilla.
Lo curioso fue que poco después, ambos, Buenaventura y Dámaso, se encontraron de nuevo con Mariano y éste, en lugar de abalanzarse de nuevo sobre su antiguo amigo, se le acercó pidiéndole perdón y asegurando que no había sido su intención hacerle daño. Pero ya no había remedio. «¡Me has matado!», le gritó Buenaventura, mientras se arrojaba contra él y le hundía por tres veces la navaja.
Afortunadamente, en ese mismo instante llegaron al trágico escenario los guardias municipales de Caballería Antelo y Arrobas, quienes, viendo la dantesca escena, recogieron a los heridos y los llevaron al Hospital Provincial. Mariano de Alba tenía 28 años, estaba casado y vivía en la calle de la Loza, mientras que Buenaventura de la Calle, de 23 años, era soldado del regimiento de Isabel II y vivía en la calle del Puente Colgante.
Herida grave
Asistido en el Hospital Militar por un médico de guardia, Buenaventura «presentaba una herida de cinco centímetros en la región pectoral izquierda por encima de la tetilla», calificada como grave. Entretanto, Mariano era auxiliado en el Hospital Provincial, en Prado de la Magdalena, por los alumnos internos Bobillo, García Canal y Romero. Al día siguiente le operaría con éxito el doctor Pérez Macías. «Del reconocimiento resultó que el herido presentaba tres heridas de arma blanca: dos de pronóstico leve en las regiones infra axilar e iliaca izquierda, y otra de pronóstico reservado en la región lateral del abdomen», señalaba la noticia.
Las armas, sin embargo, no pudieron ser encontradas. «Se cree que sean de buenas dimensiones», apuntaba el periodista, quien, además, remarcaba que «los dos heridos han sido siempre amigos y así lo manifestaron en sus declaraciones». Pasaron los días, las noticias, y nada se volvió a saber del suceso. Hasta que ocho años más tarde, Mariano volvió a teñir las páginas del periódico de sangre. Ocurrió el 11 de noviembre de 1909. Deambulaba ahora con otro amigo, de nombre Martín Serrano Rey, por los alrededores de la estación de El Norte cuando, sin mediar explicaciones, le asestó tres puñaladas.
Mariano fue conducido a la cárcel y Martín, a la Casa de Socorro: «Se le apreciaron tres heridas: una incisopunzante en la región cervical anterior, otra en la región cervical posterior y otra en el costado izquierdo. Esta última es la menos profunda y la de menor extensión. Las otras dos son enormes, con desgarramiento de gran número de tejidos y calificadas de gravísimas», informaba el periodista. Al día siguiente se le practicó una traqueotomía para que pudiera respirar.
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