Robo espectacular en el Bazar Parisien
Una organización criminal, que operaba en diversas provincias, eligió el mítico negocio vallisoletano para desvalijarlo en diciembre de 1934
Ambrosio Pérez Rubio, hijo del fundador y segundo propietario del Bazar Parisien, no se tomó muy en serio aquella misiva anónima que recibió mientras veraneaba en San Sebastián advirtiéndole de un posible robo en su negocio. Por eso fue el primer recuerdo que le vino a la cabeza cuando sus hijos corrieron a buscarlo, alarmados, aquel 9 de diciembre de 1934: era domingo y el Bazar Parisien, establecido desde 1885 en Valladolid, acababa de ser desvalijado. Y lo que era más preocupante: todos los indicios apuntaban a ladrones audaces y en modo alguno vulgares, que conocían de sobra la práctica del oficio. Lo hicieron en la madrugada del sábado al domingo y el botín fue cuantioso: doscientos relojes de oro; más de cien sortijas de oro, diamantes y piedras finas; entre doce y quince pulseras de oro y pedrería; veinticinco pares de pendientes de oro y piedras finas; más de cincuenta medallas de oro, nácar y piedras preciosas; seis imperdibles de oro y brillantes, y varias cruces con cadena, también de oro.
La noticia, puntualmente publicada en El Norte de Castilla, daba cuenta de una maniobra más que llamativa. Los ladrones se dirigieron al local, situado en las calles de Santiago y Acera de San Francisco, y penetraron primero en la tienda de sombreros que el señor Echániz tenía establecida en la planta baja donde estaba el bazar, con entrada por la calle de Santiago. Penetraron con una ganzúa o llave falsa, pues no dejaron signo alguno de violencia, y, una vez dentro, bajaron al sótano y abrieron un boquete en el tabique que separaba el bajo de la tienda del estanco continuo. Luego hicieron otro tanto en la pared que comunicaba el estanco con la camisería de Smart, y, finalmente, un boquete más para entrar al sótano del negocio. Como la puerta estaba cubierta con «una gran luna biselada, de gran consistencia», volvieron a bajar al sótano, cogieron una escalera y abrieron un agujero con berbiquí y serrucho, de 65 centímetros de anchura, por el que salieron al centro exacto de la tienda. En menos de una hora desvalijaron los dos escaparates que daban a la Acera de San Francisco, después de correr cuidadosamente las cortinillas. A la salida dejaron el boquete tapado con un cartón.
A primera hora de la mañana, la portera descubrió el orificio de su tabique y avisó a una de las hijas del dueño, que estaba a punto de ir a misa. Esta llamó a su hermano, quien, en compañía de su padre, se acercó hasta el bazar. En el sótano encontraron un berbiquí nuevo, cuatro brocas, un serrucho, dos palanquetas, un pedazo de sierra metálica, una llave inglesa y una caja con una sustancia viscosa. La policía registró las huellas dactilares halladas en los cristales de los mostradores y detuvo a «los más conocidos maleantes de la ciudad» para interrogarles. Una semana después, el robo, investigado por el comisario jefe Bernardino del Vado y López-Soldado y dos agentes de la Dirección General de Seguridad, seguía sin resolver. Hasta que ocurrió lo inesperado: dos muchachos se disponían a enterrar a un gato en la zona conocida como Cuesta del Tomillo cuando, al golpear con la pala, se toparon con un objeto extraño. Era una sortija de oro.
La policía se dirigió entonces a una casa situada muy cerca del hallazgo y encontró, también enterrado, un paquete envuelto con un pañuelo que contenía, ni más ni menos, que «ocho relojes de bolsillo para caballero, de ellos uno es cromado y los restantes de oro; ocho relojes de pulsera para señora, también de oro; dos pares de pendientes de brillantes y diamantes; un tresillo para caballero; una sortija de caballero, con topacio y esmeralda; otra sortija con cinco brillantes; tres sortijas para señora, una de brillantes y dos de diamantes; un sello de señora; un imperdible de brillantes; dos pulseras; dos cruces y cuatro medallas de nácar y oro».
No tardaron en detener al principal sospechoso, Pablo Pérez López, alias «el Corcuja», natural de Ribarredonda, provincia de Burgos, de 27 años, que llevaba ocho días en libertad condicional. Convenientemente interrogado, reconoció el delito y delató a sus compinches. Todo se había tramado en una cantina de los Pajarillos que regentaba Aurea Tola Pérez, alias «la Bilbaína». Allí conoció a un grupo formado por Luzgenito Soriano Pardo, Luis de Blas León (alias «el Sonámbulo»), Juan Fabra García y otro más, y todos juntos planearon desvalijar el bazar. A él le encomendaron vigilar desde la valla de una obra situada entre la calle de Santiago y la Plaza Mayor. Volvieron a la cantina al día siguiente para repartirse el botín. Después de sucesivas detenciones, algunas de ellas en Valencia, se supo que los principales cabecillas pertenecían a «una organización muy bien dirigida, extendida por varias provincias, entre ellas Valladolid».
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