El padre de la meteorología era de Valladolid
Manuel Rico y Sinobas (1819-1898), famoso por su labor en el Real Observatorio de Madrid, era también un destacado coleccionista, bibliófilo y cartógrafo
Físico, médico, pionero de la meteorología como ciencia, bibliófilo empedernido, erudito, coleccionista ejemplar… Todo eso y mucho más era el vallisoletano Manuel Rico y Sinobas, exponente privilegiado de aquellos sabios y eruditos que, herederos de la Ilustración, abarcaban múltiples campos del saber para mejorar la vida de sus coetáneos. Y es que Rico no solo ha pasado a la historia como el padre de la meteorología en España, sino también como precursor de las energías renovables y coleccionista ejemplar. Pese a ello, la importancia de su contribución a la ciencia y al patrimonio cultural es inversamente proporcional al reconocimiento recibido. Ya es sintomático, como ha escrito Jorge Tamayo, que estemos ante el principal responsable del establecimiento de la meteorología como ciencia en España y que aún no exista una monografía extensa sobre su labor; o que en Valladolid, donde vino al mundo el 26 de diciembre de 1819, no haya una calle, un colegio o un instituto que lleven su nombre. Al menos la Agencia Estatal de Meteorología decidió en 2013 rendirle tributo a través de la implantación del programa Sinobas, acrónimo de «Sistema de Notificación de Observaciones Atmosféricas Singulares».
¿Quién era, en definitiva, este vallisoletano ejemplar y cuál ha sido su legado más relevante? Hijo de un conocido comerciante de paños, Manuel Rico fue considerado por sus coetáneos como un gran científico, físico y médico y, por afición, bibliófilo, cartógrafo, calígrafo y coleccionista. Completó los estudios de Matemáticas en la Real Academia de Matemáticas y Bellas Artes de la Purísima Concepción, institución en la que además obtuvo el título de profesor, en 1843 se licenció en Medicina y un año más tarde obtenía el título de doctor por la Universidad central madrileña. La licenciatura en Filosofía precedió a la obtención de la Cátedra de Aritmética y Álgebra en la Real Academia citada. Posteriormente, en 1847, se hizo con el puesto de catedrático de Física de la Universidad de Valladolid, para, en 1853, regentar la Cátedra de Física Superior de la Universidad central de Madrid. A lo largo de su vida fue académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (1852), académico de número de la Nacional de Medicina (1861), vicepresidente y jefe de la sección de higiene de la misma y, finalmente, en 1889, académico de número de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Su fama como científico eminente comenzó a labrarla a partir de 1854, momento en que fue nombrado principal responsable de observaciones meteorológicas en el Real Observatorio de Madrid, sustituyendo en el puesto al catedrático de Física Juan Chavarri. Jorge Tamayo sintetiza la aportación pionera del vallisoletano incidiendo en sus estudios «sobre las causas de diversos fenómenos meteorológicos y su clasificación climática», la organización y gestión de la red de observatorios, incluidos los aparatos que debían instalarse en los mismos, la «búsqueda de aplicaciones prácticas de la Meteorología», una amplia actividad divulgativa y, desde luego, la recopilación de datos meteorológicos antiguos a partir de fuentes históricas.
Tomando como ejemplo lo que se venía haciendo en otros países del entorno europeo, especialmente en Francia, Bélgica, Inglaterra, Portugal e Italia, Rico contribuyó a la creación, en 1850, por Real Decreto, de la primera red de estaciones meteorológicas de España, que establecía un total de 23, pero también a la instalación de los aparatos necesarios en todas ellas (barómetro, termómetro, termógrafo, pluviómetro, veleta, higrómetro, balanza anemométrica…). Sus observaciones meteorológicas se rigieron por el rigor y el detalle, introdujo la medición del viento, la irradiación solar, la temperatura del subsuelo a distintas profundidades, llevó a cabo las primeras observaciones higrométricas y prestó especial atención a la evolución de los vientos para realizar pronósticos.
Fue autor de una nueva clasificación de zonas climáticas de España, pasando de las tres existentes -norte, centro y sur- a cinco: zonas norte y noroeste (clima cantábrico), sur (bético), sureste (puni-bético), este (tarraconense) y centro (continental del centro). Como primer científico español que realizó estudios de climatología histórica, el vallisoletano llegó a crear un archivo a base de todas las informaciones obtenidas, cuya recopilación, estructurada en fichas, se encuentra depositada en el archivo de la Real Academia de Medicina de Madrid.
Además de realizar sus propios estudios meteorológicos, muy comentados y ponderados (incluido uno sobre los huracanes a raíz del que afectó al sur de España en 1842), proyectó la aplicación de esta ciencia sobre la salud, para el uso de las fuerzas armadas, en la agricultura y sobre la hidrología. También indagó en los trabajos de precursores como el Padre Acosta, Francisco Fernández Navarrete, el padre Benito Viñes, Alejandro Malaspina y José Garriga, además de establecer una fructífera relación con científicos extranjeros. Incluso especialistas como Eduardo Lorenzo no han dudado en considerarle un pionero de las energías renovables en España. Sus méritos como director de observaciones meteorológicas de Madrid le procuraron la Real Orden de Carlos III, galardón al que luego se sumaron la Cruz de Caballero de San Mauricio y San Lázaro, otorgada por el gobierno italiano, una medalla de bronce en la exposición de Paris y la de oro de la Universidad de Barcelona.
La de coleccionista es otra faceta por la que Manuel Rico ha pasado a la historia de la cultura española. Libros primorosamente encuadernados, instrumentos científicos, utensilios profesionales y armas diversas constituyen, básicamente, el grueso de la vasta colección del vallisoletano, que a su muerte, ocurrida en Madrid el 20 de diciembre de 1898, fue adquirida por el Museo Arqueológico Nacional. Unos días después de su óbito, la prensa nacional reconocía que si la fama de Rico y Sinobas «no había trascendido al vulgo», ello se debía, quizá, «a la índole especial de los trabajos a que se dedicaba».
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