La misteriosa muerte de Consuelo
El 29 de enero de 1906 apareció el cadáver de una mujer dentro del abrevadero cercano a la Plaza de Toros; la causa de su fallecimiento dejó perplejos a sus vecinos
Era un día rutinario para Lupicinio González. Como solía hacer casi todas las mañanas, agarró a su mula y se dirigió andando hacia el abrevadero situado en la confluencia entre el Paseo de Zorrilla y lo que entonces se conocía como camino del Puente Colgante, muy cerca de la Plaza de Toros. Era primera hora de la mañana. El animal comenzó a beber cuando, de repente, notó algo extraño. Empezó a moverse como con espasmos, espantado. Antes de que Lupicinio pudiera sujetarla, la mula hizo un extraño y echó a correr. Entonces él se acercó al pilón.
Lo primero que vio fueron unos vestidos de mujer que flotaban en el agua. Los apartó con su mano y ahí estaba ella, en el fondo del abrevadero. Ahogada. Nervioso y alterado, Lupicinio salió corriendo buscando socorro. A los pocos minutos vio pasar por la carretera a unos agentes de la Guardia Civil. Les contó todo y les juró que él nada tenía que ver con el macabro hallazgo. Los guardias dieron cuenta a las autoridades y entonces se supo lo ocurrido.
Más información
La mujer que flotaba en el fondo del abrevadero se llamaba Consuelo Martín García y era madre de dos niños, Francisco, de ocho años, y Vicente, de tres. Su marido, Tomás Fernández García, era un humilde trabajador de la empresa del tranvía. El matrimonio vivía en el número 14 de la calle de Puente Colgante. Aquella mañana del 29 de enero de 1906, Consuelo se levantó muy temprano. No expresó malestar alguno, no se quejó de nada ni mantuvo discusión alguna con su marido, a quien, como todos los días, le preparó el desayuno junto con el de sus hijos.
«Reinaba entre los cónyuges la más perfecta armonía», aseguraba el periodista de El Norte de Castilla. Nada más desayunar, Tomás marchó hacia su trabajo. Consuelo, por su parte, hizo otro tanto en dirección a la Plaza de Toros, dejando a sus dos hijos en casa. Lo que aconteció luego hubo de ser reconstruido a partir de las pesquisas del Juzgado de instrucción del distrito de la plaza.
Según la crónica periodística del día siguiente, Consuelo se acercó al abrevadero, se envolvió la cabeza con unos trapos y se lanzó al agua. Nadie presenció los hechos. «La desgraciada mujer, con una fuerza de voluntad increíble, permaneció quieta en el fondo del abrevadero -que apenas tiene setenta centímetros de profundidad- y pereció ahogada.
Fue entonces, transcurridos unos minutos, cuando apareció Lupicinio con su mula. Y descubrió todo. Cuentan que, entretanto, Francisco, el hijo mayor del matrimonio, «extrañando la tardanza de su madre, comenzó a llorar, acudiendo a su auxilio las demás vecinas de la casa. Cuando las caritativas mujeres se disponían a buscar a Consuelo, recibieron la noticia de la trágica muerte de aquella«. Eran, exactamente, las diez de la mañana.
Poco después se personó en el lugar de la tragedia el juez Suárez, y ordenó extraer el cadáver. Tuvo que hacerlo un carrero del Ayuntamiento, ayudado por «unos curiosos». Lo trasladaron en un carro de la policía urbana hasta el depósito judicial, donde al día siguiente le hicieron la autopsia.
Enseguida comenzaron a barajarse las posibles causas del desastre. Hubo quien lo achacó a «la precaria situación que atraviesa la familia de la suicidia», mientras otros hablaban de una dolencia crónica que había terminado con su voluntad de seguir viva. «Dicha individua estaba loca», señalaban otros periódicos. Consuelo se quitó la vida con 42 años. Su marido, a decir de El Norte de Castilla, «cuando supo la fatal noticia sufrió terrible impresión».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión