De dueño de la sala techno 'Camarote' a cura de pueblo en Valladolid
José Luis Rubio Willen ·
Abrió Paco Suárez y varios locales más entre los 80 y los 90, como el primer bar de copas de la Plaza de Portugalete, el Zappa, pero su vida dio un giro y decidió convertirse en sacerdote años despuésLa noche de Valladolid no hubiera sido la misma sin él. Asociado a otros empresarios fue el primero en inaugurar un bar de copas en el 'Portu', el Zappa; reconvirtió el Pinocho de la zona del Cuadro en la sala Paco Suárez; también abrió una discoteca sin alcohol para adolescentes a la que bautizó como Titahuana y a finales de los 80 remodeló el TBO para transformarlo en la archiconocida sala Camarote. Así era José Luis Rubio, un emprendedor que supo aprovechar la mejor época del ocio nocturno vallisoletano para abrir infinidad de negocios.
Rubio no oculta que la noche le dio mucho: fama, amistades y también amoríos. «Mis noviazgos han sido largos y estables, aunque el que no tiene una aventura hoy en día es que no es joven. He tenido las que me ha dado la gana», reconoce José Luis Rubio, que después de una vida intensa en la que fue modelo en Cibeles, compañero de Pedro Almodóvar y empresario de éxito decidió dar un giro radical a su existencia, entró en el seminario, se ordenó sacerdote y en 2007 fue nombrado diácono, para ser en la actualidad el párroco de los municipios vallisoletanos de El Carpio, Bobadilla del Campo, Brahojos de Medina y Cervillego de la Cruz.
El confesionario
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¿Techno o gregoriano? Las dos cosas.
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¿Son más divertidos los parroquianos del bar o los de la parroquia? Diferentes.
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¿Ha probado las drogas? Prefiero no contestar.
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¿A quién tienen que rezar los hosteleros? A la Santísima Trinidad.
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¿Hay que ir a misa el domingo aunque sea de resaca? Hay que ir cuando te sale del corazón.
¿Y cómo ha pasado este hombre a tener dos formas de vida que parecen opuestas? Todo comenzó cuando en 2001 le ofrecieron la secretaría del proceso de beatificación de Isabel la Católica, aunque asegura que nació en una familia con hondas raíces religiosas y se educó con los jesuitas en el Colegio San José, con los que decidió ingresar en el Seminario Mayor Diocesano. «Yo no me veía de cura. Entré por probar y no dije nada a nadie para que no me influenciaran. Si me van a decir lo contrario, soy tan cabezón en ese terreno que quizás fuerzo mi informática mental y no quería hacerlo. Pero al final se enteraron mis amigos y pusieron el cronómetro para ver cuanto duraba en esto porque he hecho de todo en la vida. Lo que no imaginaron es que esta iba ser la sentencia en todo mi caminar», explica este polifacético granadino afincado en Valladolid, que cumplirá 75 años el próximo viernes.
La leyenda negra unida a la cultura techno ha hecho reflexionar mucho a José Luis Rubio. «Toda cultura musical tiene sus lobos. La del techno tenía a las drogas de diseño, eso está claro. Ahí tenías que tener mucho control para que no se pasara la gente. Si ibas, era para jugar en limpio. Al que jugaba en sucio no se le podía notar porque automáticamente se le echaba de la sala. La zona del Cuadro estaba alimentada por un estatus de gente muy parecido», indica este antiguo empresario del ocio nocturno, que cree que la demonización de la zona del Cuadro no se ajustaba a la realidad de la época. «Las peleas surgían por el alcohol. Cuando la gente bebe más de la cuenta, da lo mismo que sea en el Cuadro, en Cantarranas o en San Miguel. La gente del techno era más bien pacifista por una razón muy sencilla: la cultura no iba ligada a las grandes borracheras, sino a las drogas de diseño, que generaban más bien un relax, pero el problema que tiene toda 'movida' es esa: antes, ahora y mañana», explica Rubio.
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Este cura con tanto mundo cree que las drogas son un lastre para la persona y para el colectivo. «Tener una farmacia de guardia colgada de una mochila es un coñazo porque no eres libre. Siempre he tenido claro que esas cosas no me gustaban. Tener que meterme 'speed' para tener marcha no lo necesitaba y usar otra cosa para tranquilizarme sería absurdo. En el caso mío, me valió muchísimo mi fuste interior y mi cultura. No he sido vicioso de eso, pero he sufrido con íntimos amigos que han pagado un precio alto», añade.
José Luis Rubio, que fue capaz de llenar salas de gente con la música como reclamo, afirma que no le está costando atraer a feligreses a sus iglesias. «Tengo la gran suerte de que las iglesias mías están bien de fieles, incluso ahora en la pandemia. Las tengo muy bien de gente, sobre todo porque la Virgen de la Consolación atrae muchísimo. Puede influir algo el 'estilillo' mío, que es muy cercano, no es complicado y es de acogimiento. No soy un tío que complique a la gente la vida, trato de darles felicidad sin saltarme las normas de mi Ministerio. No creo problemas ni dejo que me los creen», explica.
Ahora José Luis Rubio espera cada domingo que sus iglesias se conviertan en un lugar de encuentro para infinidad de personas, pero no oculta que para él era casi una quimera poder acudir a misa cuando regentaba sus locales de ocio nocturno. «Para mí era imposible ir a misa un domingo en aquella época. Desayunábamos todos un chocolate con churros y nos íbamos a dormir hasta que tocara», explica el párroco, que asegura que no ha habido ningún recelo por su pasado en la Diócesis. «El pasado no cuenta para nada, lo que cuenta es tu presente y tu evolución una vez que das el paso. La Diócesis de Valladolid tiene gente sencilla y maja, llena de ternura, por lo menos para mí», indica.
Y tras una juventud marcada por la noche, José Luis asevera que no echa en falta aquella época en la que sus locales estaban de moda y él, también. «Aprendí por disciplina que cuando dejo una cosa, la dejé. No me quedo enganchado y voy a por lo nuevo. Mi estilo es como el de un cantante cuando lanza un disco, pasa un año, triunfa, y va a por otra historia. Puedo recordar algún 'revival' en un tema suelto, pero ya voy a por otra historia porque si no fuese así, jamás evolucionaría», explica Rubio poco antes de explicar el trabajo que está desempeñando para sacar 'su próximo disco'. «Hablo con el corazón y digo que cuando se entra en la edad que yo tengo, te das cuenta de que llegamos a una etapa de seriedad con la transcendencia, que nos tocará dar el paso para estar con Dios, en la eterna felicidad. Muchas veces siento que me encantaría ser Santo, pero lo veo imposible por mis imperfecciones. En mi etapa final me gustaría morir santamente, pero eso es una gracia que da Dios. Verdaderamente sí que lo deseo. Se lo digo a mis amigos sacerdotes y se ríen porque se descolocan», concluye José Luis Rubio Willen, que tal vez llegue algún día a ser Santo, o no, aunque no son pocos los que piensan que en los 90 obró un milagro: el de hacer feliz a la gente -que se dice pronto-, con algo tan simple y a la vez tan complejo como el ocio nocturno.
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