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«Me dijeron: como en diez días no llegue un corazón…»Nadie se atrevió a terminar la frase porque lo que había al otro lado de los puntos suspensivos era lo peor que a Javier Guerra le podía pasar.
«Como en diez días no llegue un corazón…».
Nadie quiso rematar la frase porque llegados a cierto punto no hay palabras eficaces que consigan explicar el miedo, el temor que despierta esa tensa amenaza de la cuenta atrás. «Como en diez días no llegue un corazón…».
Nadie se aventuró a completar la frase porque Javier estaba convencido de que antes de que se cumplieran diez días su vida volvería a latir, de que antes de diez días llegaría un corazón.
Y llegó.
Javier, operado a los 46 años, es uno de los vecinos de Valladolid que viven gracias a un nuevo corazón.
Le llegó casi en el último momento, cuando la frase se estaba a punto de terminar, cuando el abismo se asomaba más allá de los puntos suspensivos.
«Tengo una miocardiopatía dilatada de origen genético, pero nunca lo había sabido. De hecho, era una persona muy activa. Hacía deporte con normalidad. Pero un día de 2014, después de echar un partido de baloncesto, noté algo extraño y decidí acudir al cardiólogo». Fue entonces cuando le llegó el diagnóstico de ese corazón muy dilatado que necesitaba medicación. Así estuvo, controlado, durante años. Talleres de rehabilitación cardiaca, dieta sana, ejercicio y supervisión médica.
«Pero algo ocurrió en 2022 que empecé a empeorar. Recuerdo que un día volvía en coche del pueblo de mi mujer, en Salamanca, cuando sentí algo al volante y tuve que parar, que llamar a la Guardia Civil. Enviaron una ambulancia, me hicieron un electro y el 5 de diciembre de 2022 ya me vio el cardiólogo de urgencia». Javier pensó que todo se solucionaría con un cambio de la medicación. Pero al día siguiente ya le advirtieron, sin paños calientes, de que la única forma de salir con vida de esa era gracias a un trasplante de corazón.
«Recibes la noticia en 'shock'. Estás entre la vida y la muerte. Piensas mucho en la familia. Mi hija tenía entonces ocho meses y yo lo tuve muy claro. Pensé: 'Yo estoy aquí para vivir. No voy a morir. No las puedo dejar solas'». El 3 de enero de 2023 llegó esa frase que parecía casi un ultimátum. «Si en diez días no ha llegado uno…». La cuenta atrás era demoledora. Diez. Nueve. Ocho… El 7 de enero iba camino del quirófano. «Me lo dijeron a las dos de la tarde, envié un par de 'whatsapp' (a familia, amigos) y según iba para la mesa de operaciones supe que ese sería mi primer día de recuperación. De hecho, iba ya dando las gracias a los médicos y las enfermeras antes de que me operaran», cuenta Javier.
El suyo es uno de los trasplantes llevados a cabo por los profesionales del Hospital Clínico en Valladolid. «No hay palabras suficientes para agradecer todo lo que hacen por nosotros», dice Javier. Y lo refrenda José Herrero, natural de Medina de Rioseco, quien tiene grabada una imagen con los profesionales que le atendieron en su operación. «El día en el que me dijeron que había un corazón disponible, el médico fue la primera persona que cuando me lo dijo se echó a llorar. Y al otro lado del cristal de la UCI, las enfermeras aplaudían como si ese fuera un día de fiesta». Ya había pasado lo peor. Y lo peor, en el caso de José, fueron incluso doce días en coma.
«A diferencia de otros compañeros, yo nunca había tenido problemas de corazón». Nunca había tenido un aviso previo, nunca había tenido que tomar medicación. «Yo era bombero, tenía un trabajo activo, pero es verdad que bebía y que fumaba mucho. Recuerdo que un viernes, tomando un café, noté un bajón extraño, sudores, como un vuelco en el estómago… Pensé: 'Uy la leche, me está cogiendo algo'. Volví a casa muy pálido, fui al médico y me dijeron que aquello era una gripe muy fuerte». Le recetaron antibiótico durante siete días, pero José cada vez se encontraba peor. No dejó en ese tiempo de trabajar y un día, en un salida para sofocar un incendio, se volvió a sentir fatal. «Parecía que me faltaba el oxígeno». El caso es que regresó al médico, le hicieron un electro y cuando vio la mirada que cruzaban los sanitarios supo que algo no iba bien. «¿Tan grave estoy?», preguntó. La respuesta fue la activación de un helicóptero para que lo trasladaran de urgencia desde Rioseco hasta Valladolid.
«Sí o sí te morías», le dijeron los médicos después. A punto estuvo.
«Me daban infartos, tormentas arrítmicas. Me tuvieron que poner las palas hasta 17 veces. Los médicos me dijeron después: 'Una vez más y te freímos'». Le tuvieron que inducir el coma, que enganchar también a un corazón artificial. Le dijeron que si no llegaba pronto un donante… Y entonces llegó ese momento, el 30 de abril de 2016, en el que el médico se echó a llorar, en el que las enfermeras, al otro lado de la UCI, se pusieron a aplaudir. Había un corazón que llegaba desde Castellón. Le operaron y hoy José cuenta esta historia a otros pacientes que se encuentran en una situación similar, a la espera de un trasplante.
Visitó, por ejemplo, a Julio Pereira, vecino de La Flecha, trasplantado el 18 de marzo de 2017. Después vendrían Teresa González (30 de abril de 2018), Alfonso Revuelta (30 de noviembre de 2018), Francisco de Paula (31 de octubre de 2022), Javier Guerra (7 de enero de 2023). Antes, mucho antes, llegaron las operaciones de veteranos como Gumersindo Aparicio (27 de septiembre de 2005) y Emilio Bautista (9 de diciembre de 1999). Emilio es el presidente de la Asociación de Trasplantados del Corazón en Castilla y León, un colectivo que agrupa a personas cuya vida vuelve a latir gracias a la generosidad de los demás. «A veces piensas, no puedes evitarlo, que vives porque otra persona tuvo que morir», dice Teresa, quien subraya la importancia de que haya tantos donantes en España… y de que además el país cuente con un sistema de sanidad pública que lo haga posible.
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«Me dijeron que la operación, las biopsias, todo el tratamiento había supuesto más de 300.000 euros. Nadie puede hacer frente a una factura así», cuenta Teresa. «Yo viví en Estados Unidos durante una temporada. Allí no hay sanidad pública. No me lo hubiera podido permitir», añade Guerra. Y juntos subrayan el compromiso y la profesionalidad de los médicos del Clínico y su coordinación con los equipos del Río Hortega. «Su entrega es absoluta. Y también el seguimiento posterior, porque las revisiones son fundamentales», recuerda Bautista.
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