El caserío agrícola de la condesa de Torrejón
Antiguo asentamiento de propietarios y jornaleros, la Overuela experimentó una gran transformación urbanística a partir de los años 90
Hoy es noticia por el peligroso socavón abierto en su carretera de acceso, pero hace ocho siglos lo fue por aquel Palacio donde la leyenda sitúa ni más ni menos que la redacción del famoso Código de las Siete Partidas. La Overuela fue siempre un arrabal o asentamiento agrícola anexionado al Ayuntamiento de Valladolid como pedanía. Sus moradores se dedicaban a la agricultura, fundamentalmente al cultivo de regadío, ya fuera como titulares de terrenos de labor ya como trabajadores en los mismos. Era la principal ocupación de aquellas pocas familias que en los años 40 del pasado siglo habitaban la treintena escasa de viviendas que lo poblaban.
Cuenta Alejandro Lobato Rodríguez, presidente hace unos años de su Asociación vecinal, que a finales del siglo XIX y principios del XX casi todas las fincas de la Overuela eran propiedad de Teresa Samaniego y Lassús, condesa de Torrejón y marquesa de Tejada de San Llorente, a quien solo se le conoció una pareja sentimental, el mayordomo y administrador de aquellas tierras, quien las heredó en 1902. Los sobrinos de este hombre, naturales del concejo asturiano de Grado y herederos de las fincas, se asentaron en la Overuela en la década de los años 30. Ya entonces se hablaba, y mucho, de aquel Palacio de Mirabel cuyas ruinas, en la margen derecha del Pisuerga, siguieron visibles hasta los años 50, y entre cuyos muros se habrían reunido aquellos juristas encargados por Alfonso X de redactar el Código de las Siete Partidas.
Hubo también una ermita dedicada a la Virgen de Guadalupe, que a finales del XVI fue entregada por la cofradía a la comunidad de Francisco de Loaisa para erigir el convento de San Basilio. Además, en 1967 se inauguraría la iglesia actual, puesta bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción, patrona de la Overuela y protagonista de sus fiestas. La transformación del barrio comenzó en los años 50 del siglo XX, primero con la llegada de la fábrica TAFISA y sus viviendas para trabajadores y luego, en 1955, con las 50 casas construidas por la Organización Sindical del Hogar (Grupo Nuestra Señora de San Lorenzo), de escasa calidad y reducidas dimensiones.
El desarrollismo de los 60 y el posterior declive de la actividad agrícola motivaron que muchos vecinos cambiaran el arado por el taller y se trasladaran a la ciudad para trabajar en la industria, la construcción y el comercio. Se construyeron nuevas viviendas (diez del Grupo Francisco Arango en la calle del Arrabal), pero entre graves carencias: calles sin asfaltar hasta las primeras intervenciones de 1972, una única línea de autobús que salía cada hora de la Plaza de la Rinconada, ausencia de agua potable hasta finales de los 60, vías de acceso intransitables, etc.
Los primeros chalets adosados modernos, construidos en la década de los 80, anunciaban novedades. En 1991, la modificación del Plan General de Ordenación Urbana permitió la transformación de suelo rústico a urbano no consolidado, pero la Asociación de Vecinos 'La Isla', creada en 1978, no dejó de reivindicar compromisos edilicios que no se cumplían: «Con cien vecinos y seiscientos habitantes, se trata de uno de los barrios más plácidos de Valladolid, alejado del ruido y de la contaminación y que cuenta con una infraestructura básica adecuada, aunque sigue denunciando algunas carencias entre las que destacan los accesos y el transporte municipal.
El acceso actual, a partir del puente de la ronda norte, a la altura de Tafisa, es una carretera estrecha y llena de curvas obligadas por el Pisuerga o el Canal de Castilla. Este último se salva a través de un angosto puente», señalaba, por ejemplo, este periódico. Seis años después se inauguraban 40 adosados en cinco hileras, a los que luego se unirían otros 30 en la calle del Corregidor. Los casi 900 vecinos que figuraban en 2002 acogieron con agrado la transformación del PGOU que declaraba como terreno urbanizable no delimitado casi 70 hectáreas, si bien todavía son muchos los que lamentan las circunstancias que hacen de La Overuela un barrio demasiado desgajado e incomunicado del casco urbano.
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