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La joven lagunera Tania Corado posa con algunos de los dibujos que los niños le entregaron antes de irse de Kenia. Lidia Recio

Mucho más que ayuda humanitaria

Con tan solo 20 años, la joven lagunera Tania Corado ha colaborado como voluntaria de una ONG en Kenia para ayudar a los más pequeños

eva esteban

Laguna de Duero

Domingo, 7 de octubre 2018, 10:01

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Tania Corado Muñoz tiene 20 años, mil historias que contar y una sonrisa contagiosa por bandera. Es de Laguna de Duero, en Valladolid, y aunque reconoce ser «muy joven para estas cosas», siempre ha tenido claro cuál es su objetivo y qué quiere ser «de mayor»: Trabajar con personas que lo necesitan y dedicarles tiempo e ilusión. Llevaba «un tiempo» pensando en hacer un voluntariado, pero nunca encontraba el momento oportuno. Compaginar sus estudios en Educación Primaria en la Universidad de Valladolid con el trabajo en una oficina y dedicar tiempo a familiares y amigos acaparaba toda su atención. Pero un día, «a finales del curso», recuerda Tania, algo en su interior cambió. Era el momento de «pensar en mí». «Hubo un momento de cambios personales en mi vida, de mentalidad... Y me dije: 'siempre has querido hacer un voluntariado, pues a ello'. Y con el dinero que tenía ahorrado de trabajar el año anterior me lo pude pagar», afirma.

Desde entonces todo fue «muy rápido». En cuestión de días se puso a buscar en internet alguna ONG que le transmitiera confianza. No resultó nada fácil, ya que muchas no especificaban «dónde iba el dinero de los voluntariados», pero cuando estuvo a punto de tirar la toalla apareció Índigo, una asociación sin ánimo de lucro española que opera en Kenia desde el año 2003. «Me transmitió mucha confianza y no me pidieron ningún requisito, con las ganas de ayudar sobraba», sostiene Tania. Sus padres no se lo creían. Con tan solo 20 años su hija iba a viajar por primera vez fuera de España y «encima sola». «Me dijeron que estaba loca. Nunca me prohibieron que fuese, pero me dijeron que me lo pensara bien y cuando vieron que estaba decidida de verdad, no tuvieron otra opción que apoyarme».

Algunos de los momentos que Tania vivió durante su estancia en MFangano, en Kenia. El Norte
Imagen principal - Algunos de los momentos que Tania vivió durante su estancia en MFangano, en Kenia.
Imagen secundaria 1 - Algunos de los momentos que Tania vivió durante su estancia en MFangano, en Kenia.
Imagen secundaria 2 - Algunos de los momentos que Tania vivió durante su estancia en MFangano, en Kenia.

Tras los pertinentes «preparativos y despedidas», el pasado 20 de agosto llegó el gran día. Era el momento de cumplir «uno de mis sueños». Iban a ser tres semanas «apasionantes». La «paliza» de treinta y dos horas de vuelo no era nada en comparación con las «ganas e ilusión» que tenía de llegar a la isla keniana de MFangano para «estar con todos esos niños y ayudarles en todo lo que estuviera en mi mano». Una vez allí, en la barca que les llevó al poblado, conoció a Mike, otro voluntario con el que compartiría aventura. «Fue muy emocionante, cuando nos veían llegar salieron todos corriendo a saludarnos», rememora Tania. «Desde que me bajé de la barca me decían 'te quiero' y 'gracias' solamente por el hecho de estar allí con ellos».

«Me he quedado prendida del lugar y de los niños. Necesitan mucha ayuda y quiero formar parte de ello»

En MFangano había que «cambiar el 'chip' y los hábitos». Eran casi veinte voluntarios para atender a «muchísimos» niños, pero «nos entendíamos bien». Desde las siete de la mañana hasta la noche, «cuando los niños se acostaban», todo el mundo tenía tareas. «Nos íbamos rotando; teníamos que lavar platos, enseñarles a lavarse los dientes, bañarles en el lago, preparar actividades para que estuvieran entretenidos...», incide la joven lagunera.

«Soy mejor persona»

Viajó a Kenia para enseñar y regresó con nuevas lecciones aprendidas. Tenía claro que era todo un reto poder mostrarles e instruirles los hábitos occidentales, pero también el hecho de poder entenderse con ellos «con mi nivel de inglés». «No sé cómo, pero al final me entendían. Yo les decía: 'come on, come on (que significa vamos en inglés), rapidito', y se partían de risa», bromea. Aunque asegura que la vivencia es «muy gratificante», incide en que también tiene su parte negativa. «Era muy duro ver las condiciones en las que viven, ¡eran chabolas de chapa y caminos de tierra!», exclama asombrada. «A la mayoría se les habían encontrado en la calle. Muchos no tenían padres y decían que sí para no ser excluídos, a otros les habían abandonado por ser los pequeños de la familia... Una pena», lamenta.

Esta «maravillosa» experiencia le ha cambiado «por completo». Ahora, reconoce, es «mejor persona». «Me ha cambiado un montón la forma de ver las cosas, de cómo te las ganas, de todo lo que te cuesta llegar a ello, de valorar lo que se tiene. Y no me refiero solo a las cosas materiales, sino también a mi familia y amigos». Por ello, si hay algo de lo que está segura es que su camino como voluntaria no ha hecho más que empezar. «Tengo claro que voy a repetirlo, seguramente el próximo año y en la misma ONG», asegura. «Me he quedado prendida del lugar y de los niños. Necesitan mucha ayuda y quiero formar parte de ello». Ha superado sus «expectativas» y echa de menos a los niños. «El amor que me llevo es tal que solamente con recordarles me pongo a llorar», concluye emocionada.

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