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Coronavirus en Valladolid: Un adiós por videollamada a 2.200 kilómetros

Un adiós por videollamada a 2.200 kilómetros

Desde Transilvania, con su penúltimo aliento, Nicolae Albut se despidió de su hija Nicoleta pidiéndole que no llorara más; no soportaba verla triste

J. A. Pardal

Valladolid

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Lunes, 8 de junio 2020, 08:11

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Desde Valladolid hasta la localidad rumana de Oradea hay unos 2.200 kilómetros de distancia en línea recta. Ese largo trecho nunca fue obstáculo para que Nicoleta Becheru mantuviera desde la capital castellana, a la que se mudó hace cinco años, una relación muy estrecha con su padre Nicolae Albut, ingresado desde hace nueve meses en una residencia y con el que cada día mantenía conversaciones a través del teléfono.

Las telecomunicaciones posibilitaban una conexión fluida hasta que el centro en el que residía su padre dejó de ponerles en contacto, bajo la aseveración de que él se encontraba descansando. «Daba la casualidad de que cada vez que le llamaba me decían que estaba durmiendo, así que empecé a hacerlo a diferentes horas y siempre obtenía la misma respuesta», se lamenta Nicoleta, que se «olía algo» hasta que le reconocieron, seis días antes del fallecimiento, que le habían «ocultado durante tres semanas que tenía una neumonía», un mal que finalmente terminó por segarle la vida.

Desconoce si su progenitor fue víctima de la covid-19 (en las estadística oficiales del país de Europa del Este aparecen poco más de 1.800 fallecidos y casi 20.000 diagnosticados), pero ahonda en su sospecha el hecho de que hubiera «otros cinco residentes con la misma enfermedad metidos en la cama». «Es cierto que se acabó llevando al más débil, pero no se le hicieron test y tampoco se quiso trasladarlo a un hospital bajo la amenaza de que si lo hacían no podría volver a la residencia».

Sin la posibilidad de viajar a su país ante las restricciones derivadas de la pandemia y segura de que si lo lograba no podría acceder al lugar donde se encontraba su padre, «en una situación desesperada», continuó su pelea por ayudarle y saber qué le ocurría hasta que la directora del centro le llamó el pasado día 12 para comunicarle que había fallecido, a la edad de 82 años.

No puede contener la emoción cuando recuerda cómo pocas horas antes tuvo la ocasión de despedirse de él tras conseguir que le acercasen un teléfono móvil a través del cual no pudo más que «llorar y decirle que le quería porque estaba en estado de 'shock'». «Con las últimas fuerzas que le quedaban, porque casi no podía respirar, me dijo dos veces que no llorara», recuerda, dejando muestra de que su padre «no soportaba» verla triste y no lo ocultó ni siquiera en sus últimos momentos de vida.

«A lo largo de estos meses me he ido despidiendo e intentando hacer las paces porque me sentía culpable por haberle dejado en una residencia, pero lo que no me esperaba es que no me informaran sobre lo que le sucedía y que fuera tan repentino», describe.

«Soy hija única, así que solo nos teníamos el uno al otro. Me llamaba 'stea', su estrella, y él era todo para mí y yo lo era todo para él», rememora cuando echa la vista atrás para recordar a un hombre «luchador y adelantado a su época» del que destaca su «mente abierta» y «adelantada a su época; muy especial». «Luchó mucho, hasta contra el Estado porque no le reconocían sus derechos y después de cinco años acabó ganando, cuando eso en Rumanía era impensable».

Nicolae Albut, de orígenes húngaros y criado y residente en la región de Transilvania –que hace frontera entre Rumanía y Hungría y ha pertenecido al segundo de los países durante diferentes épocas de su historia–, era ahora «totalmente dependiente con un cuadro médico complicado» y se encontraba en silla de ruedas interno en un centro «donde creía que podía disfrutar de los cuidados necesarios porque no tenía a nadie en la ciudad y ahí estaba controlado».

Antes de jubilarse viajó durante ocho años por el extranjero contratado por su gobierno «en una época en la que estaba prohibido salir del país» y dedicó toda su vida a trabajar con bombas de inyección. «Por sus manos han pasado todos los autobuses de transporte público de la ciudad», bromea su hija, intentando «buscar una sonrisa en estos momentos tan duros», mientras afirma que todo lo que hizo Nicolae fue por ella. En sus ratos libres, «ir a la piscina con su cervecita y tomar el sol le gustaba mucho, muchísimo», incide vehementemente.

En la distancia y en medio del dolor y la indefensión, Nicoleta encontró «manos, ojos y oídos» en su amiga Oana, que tenía una copia de las llaves de su casa y «ejerciendo prácticamente de hija» se prestó a organizar el funeral tradicional ortodoxo con el que el pasado 15 de mayo se despidió a Nicolae Albut, tres días después de su fallecimiento. «Desde el salón de mi casa, a través de videollamadas y aprovechando que el día 13 fue fiesta en Valladolid y no tenía que trabajar, le ayudé a elegir la ropa que le pusieron, la corona de flores, a encontrar algunos documentos además de los que yo pude escanear y enviarle y a seleccionar el féretro... Incluso escribí una carta que leyó el sacerdote en su despedida», enumera rota por el dolor de no haber podido estar presente en un «muy emotivo» último adiós que facilitó Oana encargándose de los trámites ante el ayuntamiento o la funeraria.

Ahora, prefiere no tomar contacto con la dirección de la residencia hasta que no logre tranquilizarse, consciente de que eso «no va a traer de vuelta» a su padre y se ha decidido a contar su historia y la de su progenitor porque se lo debía. «Lo necesitaba para encontrar de alguna forma la tranquilidad», asegura entre lágrimas.

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