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El médico y concejal socialsita José Garrote Tebar, primer fusilado durante la guerra civil en Valladolid.
La entereza del primer fusilado

La entereza del primer fusilado

El Norte de Castilla saca a la luz documentos inéditos que revelan cómo pasó sus últimas horas de vida el socialista José Garrote Tebar, ejecutado junto a la ermita de San Isidro el 29 de julio de 1936

Enrique Berzal

Domingo, 24 de julio 2016, 10:08

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José Garrote Tebar, médico, concejal socialista y primer fusilado en el Valladolid de la Guerra Civil, murió con entereza y sin bajar el puño mientras daba vivas al socialismo en un paraje próximo a la ermita de San Isidro. Así se desprende del conmovedor testimonio de un voluntario falangista a quien encomendaron vigilarle en sus últimas horas de vida, al que ha tenido acceso este periódico. El relato ocupa tres de las treinta y cinco cuartillas mecanografiadas que, a modo de diario de guerra, dejó escritas Jacinto Valentín Fernández de la Hoz, uno de los muchos voluntarios falangistas que murieron en la toma del Alto del León. El documento forma parte de una extensa colección familiar de cartas y testimonios de jóvenes fallecidos en dicho frente de guerra, la mayoría pertenecientes a conocidas familias de la ciudad, y que ha sido amablemente puesto a disposición de El Norte de Castilla.

Mientras que el diario de Jacinto Valentín también está depositado en el Centro Documental de la Memoria Histórica, el resto de cartas y anotaciones es inédito y refleja el ambiente que se vivió en un sector de Valladolid y de los pueblos más cercanos cuando se tuvo noticia de la sublevación militar que provocó la guerra. Y lo más importante, expresan las motivaciones, profundamente religiosas, de aquellos jóvenes que se alistaron voluntariamente a la columna motorizada que el 22 de julio de 1936, al mando del coronel Serrador, partió hacia el Alto del León. Quienes escribieron sus vivencias tenían entre 20 y 21 años; y todos murieron.

El caso de Jacinto Valentín es especialmente relevante. No solo porque participó activamente del clima de guerra a camino entre Madrid, Boecillo y Valladolid, sino también porque vivió en primera persona las últimas horas de vida del dirigente socialista José Garrote Tebar, el primer fusilado en la ciudad tras juicio sumarísimo y uno de los hombres más importantes del Partido Socialista. Y ello fue debido a que, como voluntario en el cuartel, se le encomendó hacer guardia en la Cárcel Vieja de Chancillería. El edificio había sido abandonado en julio de 1935, fecha de construcción de la nueva prisión, a causa de sus pésimas condiciones. Sin embargo, la actividad represora de los sublevados en julio de 1936 obligó a reabrir sus puertas para dar cabida a un ingente número de presos políticos. Entre ellos, el concejal Garrote.

A Jacinto se le encomendó hacer guardia en el viejo presidio el 28 de julio, un día antes del fusilamiento: «En la madrugada del día 29. Estoy de una a tres de guardia en el portón de la Cárcel Vieja, y se aproxima el momento en que se va a fusilar a Garrote. Director de la Casa del Pueblo, era Médico Tocólogo y alma del socialismo en Valladolid, de cuyo Ayuntamiento era concejal», señala. En efecto, en aquel momento Garrote era una de las máximas figuras del PSOE en la ciudad y pertenecía, junto a colegas como Eusebio González Suárez, al sector más radicalizado del partido, enfrentado el más moderado que representaba, entre otros, el entonces alcalde Antonio García Quintana, a quien también fusilarían un año más tarde.

Nacido en Valladolid en mayo de 1883, Garrote Tebar era médico de profesión y se había doctorado en la Universidad Central de Madrid en la especialidad de Ginecología. Tras ampliar sus conocimientos en Londres y París, obtuvo una plaza de auxiliar en la Facultad de Medicina vallisoletana. Su carrera política la inició bastante alejada el socialismo, concretamente en las filas del Partido Liberal, incluso llegó a ser uno de los fundadores, en 1908, del Círculo Liberal vallisoletano.

Poco tiempo después abandonó la formación que entonces lideraba Santiago Alba para pasarse a las filas republicanas. Fundó y dirigió, en 1911, el semanario republicano La Voz del Pueblo, formó parte de la junta directiva del Casino Republicano desde la primera década del siglo XX y en 1912 contribuyó a crear el Partido Republicano Reformista, en cuyas filas resultó elegido concejal en 1913, y diputado provincial, dos años después; además, fue candidato en las elecciones generales de 1918 y 1919, en estas últimas dentro de la conjunción republicano-socialista. Participó activamente en la huelga general de 1917, por lo que fue detenido y conducido a la prisión de Chancillería, donde permaneció un mes arrestado.

Ya en las filas del PSOE, optó al Parlamento en 1920, pero no resultó elegido. Al año siguiente participó en la creación de la Universidad Popular Pablo Iglesias, auspiciada por los socialistas locales. Diputado provincial de nuevo en 1923, durante la Segunda República ejerció importantes responsabilidades: concejal en abril de 1931, diputado nacional ese mismo año y presidente del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Valladolid. Su radicalismo le llevó a insistir al alcalde García Quintana para la inmediata incautación de los edificios de la Compañía de Jesús a fin de convertirlos en escuelas públicas, como marcaba la ley. No es de extrañar que Garrote se convirtiera en el punto de mira de las derechas no republicanas.

Además, participó activamente en la campaña electoral de las elecciones de febrero de 1936, que ganaron las izquierdas, y el 18 de julio, al tener noticias de la sublevación militar, trató de conseguir del gobernador civil, Luis Lavín, el reparto de armas a los obreros. No lo consiguió. Incluso se enfrentó con el alcalde por considerar que su actitud era demasiado moderada. Detenido en la Casa del Pueblo cuando esta fue asaltada por los rebeldes el día 19, se le juzgó y condenó a muerte por rebelión. La fecha de su fusilamiento se fijó para la madrugada del 29 de julio de 1936.

Hasta ese momento cumplió pena de prisión en la Cárcel Vieja (Chancillería), donde entró en contacto con Jacinto Valentín. Faltaban unas horas para que se cumpliera la máxima pena y Garrote, lejos de desfallecer, hizo gala de una entereza sorprendente. El relato del joven falangista es, a este respecto, conmovedor:

«He oído decir de él que ha cometido atrocidades; dirigió el asalto a la Casa Social Católica, asaltos a iglesias, profanaciones... Ahora se le acusa de haber dirigido la resistencia de la Casa del Pueblo contra la fuerza pública () Ayer martes [21 de julio], pues ya estábamos en la madrugada del miércoles, ya se sabía a mediodía que se había dictado sentencia condenándolo a Garrote a la última pena y al secretario de la Casa del Pueblo, Eliseo San José, juzgado con aquél, a treinta años de presidio. Desde el mediodía vino la mujer del condenado para permanecer con él hasta el último momento. Todo está pendiente del fusilamiento. Los que han terminado su guardia al comenzar yo la mía no han querido acostarse. El alférez nos ha contado otros casos de ejecución de la pena de muerte a los que él asistió. Ha venido el empleado de la funeraria a que el interesado elija caja, etc. Por lo que más destaca de todo esto es la entereza del condenado, que no se arredra ante la certeza de su inminente ejecución, ni siquiera ante estos fúnebres preparativos».

Gran serenidad

Los detalles de la ejecución también eran conocidos por Garrote, a quien ya le habían notificado que lo fusilaría a las 4:30 de la madrugada un piquete de Guardias de Asalto, «con sentimiento de los falangistas de guardia, que desearían realizarlo ellos», confiesa Jacinto, quien, lejos de participar de ese clima de venganza, reconoce sentirse impresionado por la serenidad y valentía del socialista:

«En cuanto a mí, esta es una de las veces que más de cerca veo pasar la muerte y lo que tengo es un gran sentimiento de curiosidad por presenciar la ejecución, que no me será posible pues no va a ser en la cárcel. El condenado ha rechazado los Sacramentos y sigue sin amilanarse. Estas dos cosas se relacionan en mi mente, solo la segunda arranca comentarios a los circunstantes. En realidad, el sentimiento que más o menos impera es el desagrado. Quien más, quien menos, me parece, que desearía ver al condenado entristecido, lloroso, hecho un guiñapo para poder despreciarle, porque el desprecio es el supremo insulto que se puede hacer a una persona. La entereza del enemigo, por el contrario, nos obliga a respetarle, podremos hablar mal de él si queremos, pero nos vemos obligados a respetarle. Tal vez esa entereza nos hace olvidarle más, pues nos vemos en la imposibilidad de lanzar sobre él esa última arma del desprecio bajo el que quisiéramos verle aplastado. Sin embargo, la misma valentía del enemigo hace la lucha más digna y noble y nos da la certeza de que el enemigo es digno de nosotros».

Antes de ser relevado de su guardia, Valentín asiste a la llegada a la Cárcel Vieja del camión con los guardias de asalto encargados del fusilamiento, acompañados por los guardias civiles a quienes se les ha encomendado custodiar al preso hasta el lugar de la ejecución, en el Campo de San Isidro. Ha llegado la hora de que la esposa de Garrote, Juana Cuadrado, se despida de él para siempre. Todos los presentes se asombran al contemplar la escena:

«A las cuatro baja la mujer de Garrote, que dentro de media hora ha de ser Viuda. Viene acompañado de nuestro Alférez y un par de funcionarios de prisiones. No decae su entereza mantenida tal vez por el orgullo. Cuando va a bajar los últimos escalones de piedra que dan al zaguán, el alférez que va a su lado le ofrece el brazo, ella lo rechaza diciendo: No flaqueo, solo flaquean los cobardes. En el momento de cruzar la acera para montar en el auto en que han de conducirla a casa, ve venir dos guardias y les dice: Daos prisa, que no llegáis al fusilamiento».

Ni siquiera en los últimos minutos Garrote muestra signo alguno de debilidad, refiere el joven falangista, más bien todo lo contrario: «El alférez nos cuenta detalles del preso. No pierde la serenidad un momento dice, habla con nosotros como si tal cosa. Hace un momento nos ha dado las gracias por la forma en que lo hemos tratado». A las 4:20 aparece Garrote custodiado por guardias civiles y rodeado por oficiales y altos empleados de la cárcel. «En su rostro no hay señal de decaimiento. En el momento de bajar los últimos escalones, aparece en su rostro un gesto de odio y alza el puño fuertemente cerrado. Nosotros, fieles a la orden recibida, no hacemos señal de haberlo visto. Mi hermano Agustín, de guardia en la puerta, la abre y sale la comitiva (). El aire apenas mueve las hojas de los árboles. En mi mente causa penosa impresión la idea de que el condenado ha rechazado los Sacramentos e incluso se haya negado a que un sacerdote le acompañe en sus últimos momentos. Se oyen rumores de oraciones, es que dentro rezan el oficio de difuntos () Apoyadas las manos en el cañón del fusil, rezo un Padrenuestro por el alma del desgraciado. En el momento en que llego al requiescat in pace suena una descarga. Todo ha terminado. Son las cuatro y media y tres minutos. Amanece».

Quince minutos después pasa por delante de la Cárcel de Chancillería un automóvil de la funeraria; y a las cinco de la madrugada ya habían regresado todos los vehículos que fueron a San Isidro. Jacinto conoció los detalles de la ejecución gracias al relato de un testigo presencial. Una vez más, los detalles no le dejaron indiferente: «No se realizó en el mismo Campo de San Isidro, que estaba guardado por tropas de Infantería de San Quintín, sino allí cerca, en un sitio cortado a pico, al lado de la carretera. El reo, colocado a unos diez pasos del piquete, no perdió su valor. En el momento de oír la orden de ¡apunten!, alzó por última vez el puño cerrado y con voz todavía enérgica gritó: ¡Viva el Socialismo!. Resonó la descarga. El reo, que no perdió un balazo, se inclinó hacia adelante, se tambaleó y cayó por fin hacia atrás. El puño derecho que había alzado estaba atravesado de un balazo. Murió en el acto».

José Garrote Tebar, el primer fusilado oficial de la Guerra Civil en Valladolid, tenía 53 años en el momento de su muerte y vivía en el número 26 de la calle Duque de la Victoria. Aquel 29 de julio de 1936 dejó viuda y un hijo, también llamado José. En 1985, el Ayuntamiento puso su nombre a una calle del barrio de Parquesol.

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