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Antonio G. Encinas
Viernes, 24 de junio 2016, 11:29
Que Jaime no se entere. Ese fue el susurro que durante un mes y medio recorrió el IES Juan de Juni. Ninguno de los 465 alumnos, ni los cuarenta profesores, ni los padres, deslizó una sola pista durante ese tiempo. Nada que pudiera hacer pensar a Jaime, el director del centro, que esa cita ineludible en la sucursal de Caja España, el mismo día de la paella de fin de curso, era en realidad un trampantojo. «El director de la oficina estaba compinchado. El secretario me dijo que teníamos que ir a firmar unos papeles para el cambio de poderes. Fuimos, sacamos cien euros, nos enredó con que el ordenador no funcionaba...». Y allí estuvieron mientras el resto del instituto se agazapaba en el salón de actos.
Jaime Foces tiene 54 años. Desde los 38 ha sido el director del IES Juan de Juni, un centro complejo, de los que exigen vocación, porque sirve de polo de atracción en un barrio, La Rondilla, con un fuerte componente de población inmigrante. Cierra la puerta del despacho para la entrevista, pero es una formalidad. Hoy, como otros días, la puerta se abre continuamente. Entra alguien a dejar un papel, un alumno a preguntar algo, una compañera a usar el ordenador mientras la conversación continúa... Deja el puesto después de quince años para volver a su papel de orientador, pero en otro centro, el Núñez de Arce. «Se jubiló el que estaba allí y pedí la plaza. Hay que dejar espacio, quitarse de en medio, no quedarse por aquí pululando como un jarrón chino», dice.
Podía haber sido una despedida más. Una cena entre compañeros, un reloj y un hasta siempre. Pero no. Hubo poesías de eso se encargó Fermín Herrero, y discursos emotivos. Y antiguos alumnos y excompañeros de claustro se sumaron a la celebración. Más de quinientas personas. Y un número incontable de lágrimas de emoción. «Fue muy emocionante. Es lo más grande que te puede pasar», dice aún conmocionado.
Los alumnos escribieron cariñosos mensajes en avioncitos de papel y los lanzaron al patio mientras recibía la beca azul con un «Gracias, Jaime» y posaba para la foto. «Era como la película de Los chicos del coro, pero es algo que cuando lo ves en el cine piensas bueno, es una película».
«Habían llamado a gente jubilada, vinieron antiguos alumnos con sus hijos... Un despropósito», dice con una sonrisa. Algunos de los casos le tocaron. Porque, como ocurre en la vida, hay alumnos brillantes y alegrías, pero también dramas. Y algunos de los que lo han pasado mal quisieron estar allí para agradecerle su ayuda.
Tal es su implicación que le resulta imposible redondear la cifra de estudiantes. «Creo que estaban los cuatrocientos y pico, 450... 465 alumnos que tenemos», dice. Y cuando se le cuenta que un exalumno va a ir como investigador a Berkeley, rápidamente, de memoria, resume quién era, cómo llegó al centro, qué notas sacó... Y concluye:«¡Qué alegría!».
«A veces un ingeniero no tiene la ocasión de hacer el puente que quiere. O un artista el cuadro que quiere.Yo he tenido el privilegio de que me hayan dejado hacer, hasta cierto punto, un proyecto.Entiendo la educación como un servicio social. Hay que ayudar a la gente.Porque el que no tiene problemas no necesita ayuda.Y en la adolescencia todos hemos tenido problemas, y necesitamos que tiren de nosotros. Y hemos cogido fama de sitio en el que se trata bien a la gente», explica como resumen de sus quince años al frente.
Ahora volverá a ejercer como orientador en otro centro, el Núñez de Arce. José Manuel Jordán, su jefe de estudios, lo relevará en el cargo.
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Mateo Balín y Sara I. Belled (gráficos)
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