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María, en el centro, junto a Belén y Jennifer, en su centro de peluquería y estética.

«Trabajar para uno mismo supone hacer sacrificios, pero es satisfactorio»

María Gil Peluquería Lolita Lola, en La Victoria

Laura negro

Domingo, 3 de agosto 2014, 13:34

Desde muy pequeña tuvo claro a qué quería dedicar su vida. María Gil Serrano (Olmedo, 1979) estaba empeñada en dejar pronto el instituto para entrar en una academia y estudiar aquello que realmente le llenaba, peluquería y estética. La insistencia de sus padres hizo que aguantara un poquito más con los libros, pero, en cuanto pudo, se puso a trabajar en lo que le iba saliendo para poder pagarse la academia.

Nada más obtener su título, la fortuna en forma de contrato laboral llamó a su puerta. Así, empezó a trabajar en una conocida peluquería de la zona centro, en la que estuvo 12 años, los últimos de ellos, con reducción de jornada para intentar conciliar mejor su vida laboral con el cuidado de sus dos hijos pequeños. «En el anterior trabajo tuve bastante libertad desde el principio, y aunque empecé lavando cabezas, enseguida me puse a cortar y a hacer muchas otras cosas», explica.

En febrero del pasado año, María se quedó en paro. No obstante, lejos de darse por vencida, decidió darse de alta como autónoma y seguir peinando a algunas de sus clientas habituales a domicilio. «Obtuve una reducción en la cuota de autónomos del 33% por ser mujer menor de 35 años», informa.

Un día, mientras paseaba por el barrio de La Victoria, donde vive con su familia, vio un local en alquiler. Sin pensárselo dos veces, llamó para interesarse por las condiciones y como el precio entraba dentro de sus posibilidades, lo alquiló para montar allí su peluquería soñada. Así, en abril de 2013, María salió de nuevo al mercado laboral, esta vez como emprendedora y abriendo su propio local de peluquería y estética, que ha bautizado con el nombre de Lolita Lola, por su hija de tres años.

La familia ha sido un gran apoyo para esta joven emprendedora. De gran parte de la reforma del local se encargaron María, su marido y el padre de este. «Lo hicimos nosotros, porque no nos llegaba el dinero. Al principio, no me dio ningún miedo emprender. El miedo me entró más tarde, cuando lo tenía todo montado. Suelo ser bastante pesimista y hay días bajos en los que pienso que la cosa puede ir mal y que no voy a poder con todo. Mi familia, y especialmente mi marido, son los que me animan y me dicen que no me preocupe por nada. Trabajar para uno mismo supone hacer sacrificios, pero es mucho más satisfactorio», indica esta joven.

Esos temores de María, son infundados, ya que según afirma: «Hasta ahora me ha ido muy bien. Todos los meses me ha dado para pagar los gastos y ganar un poquito. El mes más flojo fue el primero. Había días que solo tenía una clienta, pero poco a poco ha ido aumentando la clientela, hasta que en marzo no podía con el trabajo yo sola y contraté a una persona». De esta forma, Belén, una antigua compañera de trabajo, entró a formar parte del equipo de Lolita Lola, y ahora resulta imprescindible.

Burocracia complicada

La flexibilidad que María quiere ofrecer a sus clientes es la que marca el horario de apertura y cierre. «Normalmente abro a las 9 de la mañana, pero si alguien me pide que abra antes o que le atienda a mediodía, lo hago encantada. Suelo trabajar con cita previa. Realmente ahora, aunque trabaje mañana y tarde, tengo un horario más flexible que antes». Los sábados por la tarde cierra y los lunes por la mañana también.

Lo más complicado para María fue lidiar con la burocracia. «La gestión de los trámites no me ha resultado fácil. He tenido trabas por todos los lados», recuerda. Esta emprendedora optó por la capitalización del paro y su familia le ayudó en la parte financiera. La oficina del BBVA de la calle Imperial también fue un gran apoyo en el proceso.

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