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N. C.
Domingo, 6 de julio 2014, 12:14
El mundo del vino tiene una gran capacidad integradora. Esa es la visión y filosofía del alma máter de la bodega Finca la Legua, Emeterio Fernández Marcos. El prestigioso neurólogo y cirujano vallisoletano y su familia abrieron las puertas de esta pequeña bodega de la Denominación de Origen Cigales a un centenar de invitados de lo más heterogéneo, hace unos días. «Al igual que en nuestro organismo todo está conectado, esta reunión tiene que ser una auténtica red que una a las personas relacionadas de una manera o de otra con el mundo del vino». Así dio la bienvenida a todos el médico y bodeguero, junto a su mujer, Conchita Escribano, y su hijo, Gonzalo Fernández Escribano, actual director de la bodega, que ha dejado su profesión de abogado para continuar la pasión por la viña y el vino de una saga que apostó desde el principio por sumar tradición e innovación para lograr la calidad
«La elaboración del vino está condicionada por múltiples factores que interfieren en cada etapa de su proceso de elaboración, y que nos obligan a tomar decisiones y optar por un camino determinado», señala Emeterio Fernández Marcos, que ha encontrado «el hilo conductor del vino». Lo cierto es que en la vitivinicultura están implicados muchas personas y sectores, desde el que se dedica a cuidar la viña hasta el que comercializa el vino, sin olvidarse del enólogo, el guía enoturístico, el hostelero, pero también intervienen el que arregla una bodega y el que comunica.
El director técnico de Bodegas y Viñedos Finca La Legua, Juan Carlos Ayala Sanz, fue uno de los encargados de guiar a los invitados por el viñedo y por la bodega. Hasta 80 hectáreas de cepas, repartidos en siete parcelas con suelos y características diferentes, rodean a esta bodega familiar. El 95% de la viña es de tempranillo y el 15%, cabernet sauvignon y garnacha. Fue en los años ochenta del siglo pasado cuando la familia replantó los viñedos en espaldera de esta finca adquirida en 1969 y, en 1997, decidió construir la actual bodega sobre los pasadizos y los túneles de la antigua.
La visita ofreció muchas sorpresas, como poder catar del depósito un vino que está todavía por domar y probar de la barrica otro casi redondo. Y recorrer las instalaciones más modernas con depósitos de acero inoxidable y «el túnel del tiempo», la bodega subterránea que esconde tres siglos de historia. Finca La Legua debe su nombre al hecho de que se encuentre a seis kilómetros (una legua) de la capital vallisoletana y de los pueblos de Cigales, Mucientes, Cabezón y Fuensaldaña, término municipal en el que se localiza. El enólogo Ayala Sanz, procedente de una familia vinatera de Rueda y Medina del Campo, explicó que vinifican la uva de las siete parcelas por separado antes de abordar las mezclas o coupages y de decidir los futuros vinos jóvenes, roble, crianza y reserva. El parque de 600 barricas de roble francés, americano y húngaro, con diferentes tostados, representa «la cocina en la que se buscan los matices». El equipo humano de La Legua se completa con Mª del Pino Pérez Goyanes (administración y exportación).
Entre los invitados se encontraban Raúl Escudero, gerente del Consejo Regulador de la DO Cigales; y Miguel Ángel García, de la Asociación Ruta del Vino de Cigales; el alcalde de Cigales, Javier Caballero; el gran bodeguero Benjamín Pérez Pascuas y su hijo, el enólogo José Manuel Pérez Ovejas, de Viña Pedrosa (Ribera del Duero); Javier Herrero, director de Proyectos de Gestión Hostelera y de GPI Legal Patentes y Marcas; Bruno Criado del Rey, de la agencia de viajes Adesum; el sumiller y chef Juan José Alejos; y los hosteleros José Casado (Mesón Cigales), César Garrote (El Patio) y María José Hernández (Molinero).
Rutas guiadas
Tras la visita a la bodega, el sumiller José Carlos Arroyo dirigió una cata de todos los vinos de La Legua con la participación de algunos de los invitados. El profesor de la Escuela Internacional de Cocina descubrió poco a poco los secretos del 7L Rosado de una Noche 2013, el último vino que se ha unido a la familia vínica. Se trata del primer rosado que elabora La Legua desde 1997, ya que hasta ahora se ha dedicado en exclusiva a los tintos. Elaborado con uva propia de las tres variedades con las que cuenta la finca en sus siete parcelas, este vino se macera una sola noche en contacto con los hollejos para extraer el máximo potencial aromático, y se vinifica como un blanco. El resultado es «un rosado algo afrancesado con un delicado color rosa, sutiles aromas florales e intensos sabores afrutados». Luego le tocó el turno a otra novedad de la bodega, La Legua Garnacha, el primer monovarietal de este cepaje muy arraigado en la Denominación de Origen Cigales, pero de escaso protagonismo. El vino procede de una maceración corta y a baja temperatura con el fin de extraer el máximo potencial aromático de la variedad.
A continuación se cataron La Legua Tempranillo 2013, La Legua Roble 2012, La Legua Crianza 2011, La Legua Reserva 2010 y, por último, el vino más especial de la familia La Legua Capricho 2009, que obtuvo 93 puntos Parker en 2013.
Galería de imágenes. www.elnortedecastilla.es
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