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La orquesta de cámara Solistas de San Petersburgo interpreta una de las composiciones. :: A. TANARRO
CRÍTICA DE MÚSICA

¡Corre, corre, que te pillo!

LUIS HIDALGO MARTÍN

Viernes, 29 de julio 2011, 04:05

Bajo el título 'Del Clasicismo a nuestros días' los Solistas de San Petersburgo ofrecieron en el Patio de Armas del Alcázar un programa con obras que forman parte de lo mejor del repertorio habitual de las orquestas de cuerda. Aunque el título no se ajustaba con demasiada exactitud al repertorio, pues lo más cercano a nuestros días que pudo ser escuchado fueron las 'Seis Danzas Rumanas' de Béla Bartók compuestas en 1915 -y que, curiosamente, son las piezas instrumentales más modernas que presenta el programa de toda la Semana de Música de Cámara- el concierto brindó la oportunidad de escuchar un conjunto de obras de gran frescura e incuestionable calidad, un repertorio de auténtico festival que nunca debiera faltar en un ciclo como el que nos ocupa.

Si la selección musical fue de un alto interés, un asunto distinto fue su ejecución, o más concretamente su planteamiento interpretativo. Dueños de una prodigiosa técnica y un sonido, aunque amortiguado y algo plano en cuanto a dinámica, de muy bello timbre, los músicos rusos plantearon a instancias de su concertino-director Mikhail Gantvarg una elección de los tiempos un tanto caprichosa, que lejos de adaptarse a los requerimientos de las partituras, convirtieron el patio de armas en un espectacular circuito de carreras violinísticas.

Comenzó el concierto con una 'Suite Holberg' de Grieg sin apenas reposo entre sus tiempos que rápidamente desembocó en la 'Meditation' y 'Valse-scherzo', que, contrariamente a lo indicado en el programa, no pertenecen a la 'Serenata para cuerdas Op. 48' de Tchaikovsky. Aquí, junto con el segundo movimiento del concierto para violín de Haydn, en el lirismo desplegado por el gran violinista Mikhail Gantvarg es donde hubo algún signo de sosiego; pero las furibundas miradas a los miembros de la orquesta por la falta de afinación en el final del Vals, no presagiaban calma ninguna. Y la tormenta estalló en el 'Divertimento en re mayor' de Mozart, lanzado a tumba abierta por la más aguda pendiente al grito de ¡corre, corre, que te pillo!

La segunda parte transcurrió de manera parecida, con un 'Concierto para violín en do mayor' que tuvo rasgos de alta categoría, una 'Sonata para cuerdas' de Rossini que podría haber resultado más divertida con un fraseo menos ansioso y unas 'Danzas Rumanas' de Bartok bien acentuadas, pero inimaginables para el baile.

El 'Vals', esta vez sí, perteneciente a la Serenata para cuerdas de Tchaikovsky, volvió a quedar definido por un tiempo extenuante que ponía fin a la actuación de unos intérpretes de asombroso mecanismo pero obsesionados por la velocidad.

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