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LORENA SANCHO
Sábado, 21 de mayo 2011, 02:54
Los bancos de sombra que abrazan el entorno de la iglesia de San Miguel se antojan golosos desde mediados de mayo. Angelita, Carmina y Paulina, habituales de este rincón de encuentro mañanero en Vega de Valdetronco, toman posiciones pasadas las doce. Aquí departen, charlan sobre distintos aspectos del pueblo y sus tradiciones. «Ponga ahí que nos tienen que hacer un refugio para jugar a las barajas», dice Carmina mientras se coloca la visera que le resguarda del sol. ¿Y ahora dónde juegan? «Cada una en su casa y Dios en la de todos», aclaran sus compañeras de banco.
Otra Carmina, vecina también de Vega, se aproxima caja de madera en mano. A petición de sus paisanas se acerca con la Sagrada Familia, imagen de la que las veguenses presumen como protagonista de una ancestral tradición de la que es partícipe todo el pueblo. «Cada día va a una casa, se la enciende una vela, se reza el Rosario y la echamos una limosna que va para la Iglesia», narra Angelita mientras abre las puertas de la caja para mostrar la imagen. «Y cuando llega a una casa la que te la da dice; 'Ave María Purísima', y hay que responder; 'Sin pecado concebida'», puntualiza Carmina. ¿Se le atribuye algún milagro? «Que yo sepa no, pero por lo menos se lo pedimos», añade Angelita.
La fe y el culto hacia la Virgen encuentra este mes de mayo su cúlmen con la novena y las flores a María. Lo hacen en el templo de San Miguel, de estilo barroco en piedra y ladrillo y portada adintelada, que custodia en su interior siete retablos de idénticas características con un sinfín de imágenes. «Siempre hemos oído que esta iglesia iba para catedral pero que el obispo que la mandó hacer se murió y así quedó», relata la alcaldesa, Lourdes Gómez.
Las llaves que abren el templo viajan en el mandil de Angelita, que ostenta el cargo de alguacila en un pueblo también regido por una mujer. También porta aquí las que abren las antiguas escuelas, ahora transformadas en albergue de peregrinos del Camino de Santiago que nace en Levante y centro multiusos para las actividades que practican las mujeres.
El emblema del pueblo, en cambio, no necesita cerraduras. Abre 24 horas los 365 días del año en un otero privilegiado que se asoma a los miles de viajeros que cada año circulan por la A-6. Es la ermita de Nuestra Señora de Canteces, con los arcos fajones al aire y un esqueleto que perpetúa la historia, la seña de identidad de un pueblo conocido popularmente como «el de los arcos». Su proximidad de la autovía, con dos gasolineras, hotel y restaurante en el propio término, invita a más de un conductor a desviar su ruta para examinar las ruinas de esta ermita. «Y en verano más de una familia entra al pueblo a comerse el bocadillo junto al río», especifica la alcaldesa.
El Hornija vertebra el pueblo entre junqueras y frondosos árboles que dibujan un tranquilo paisaje. Lo hace en las afueras de un casco urbano que hasta mediados del XIX enjalbegó sus casas y las de medio país con el barro blanco que excavaban en las cuestas. Entonces el refrán decía así: «El barro de Vega, que un burro lo trae y ciento lo llevan».
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